martes, 5 de abril de 2011

Un nuevo presidente para Haití

La tarde ha estado extrañamente tranquila. Casi no había tráfico de ningún tipo. Las calles estaban en silencio. En algunos momentos tuvimos realmente la sensación de que todo el país estaba conteniendo la respiración.

Tras varias postergaciones, se había dicho que, finalmente, los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Haití, se harían públicos a las 5 de la tarde. Todos esperábamos impacientes, deseando acabar con una semana de rumores y chismes de todo tipo.

Con retraso, como siempre, el Consejo Electoral Provisional (¿por qué todo parece ser “provisional” en este país…?), ha comenzado con su ceremonial habitual. Aunque todo el mundo estaba ansioso por conocer quién sería el nuevo presidente, o presidenta, de este país, el portavoz ha comenzado por leer, uno por uno, los nombres, votos y porcentajes de la cincuentena de diputados y senadores que fueron también elegidos en el mismo proceso. Era una extraña mezcla entre las votaciones de Eurovisión y la letanía del sorteo de la Lotería de Navidad: “Fulanito de tal, partido cual, triquicientos votos, equis coma zeta por ciento…” Pero, como en la lotería, al final terminó saliendo el “premio Gordo”: Haití ya tiene nuevo presidente; y, aparentemente, por una clara diferencia de votos.

Al instante, el silencio se ha roto. El país ha vuelto a respirar y las calles de Jacmel se han llenado de los gritos y los cánticos de los seguidores de Michel Martelly.

Mientras volvía a mi hotel he podido sentir cómo un cierto sentimiento de alegría reinaba, aparentemente, entre todo aquel con quien me iba cruzando. Tal vez porque han depositado su esperanza en este candidato… o tal vez porque saben que los partidarios de la derrotada Mirlande Manigat parecen ser gente mucho más tranquila (¿y sensata?) y no es probable que causen tantos disturbios como, casi con toda seguridad, se hubieran producido en la situación contraria.

A corto plazo este resultado puede resultar “menos conflictivo” en las calles de Haití. Pero, mientras caminaba calle abajo, no podía evitar que dos frases hechas me vinieran sin cesar a la cabeza. Una, que “lo mejor es enemigo de lo bueno”… Y la otra que, lamentablemente, “poco dura la alegría en la casa del pobre…”

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