Cuando se habla de una película romántica, se piensa en una trama de amores imposibles, bellos paisajes, escenas tiernas, miradas conmovedoras…
Para mí, ésta es una de las películas más románticas que he visto últimamente. Responde a todos los requisitos anteriormente expuestos. Aunque los protagonistas, los amantes, son una locomotora y un pequeño grupo de jubilados.
Y es que pocas cosas ha habido algo más romántico que los trenes. Los antiguos trenes. No hablo de esos artilugios de ahora, aves de vuelo rasante, dentro de las cuales cada pasajero se aísla de los demás con unos auriculares, un móvil o un ordenador portátil. Hablo de los trenes de antes, cuando los viajes eran largos, sobre todo los nocturnos, y los compañeros de viaje y las conversaciones podían llegar a ser inolvidables.
En mi vida, los trenes han jugado un papel muy importante. De hecho, dieron sentido a mi Vida. Fueron como mi segundo cordón umbilical.
Seguramente por eso, esta película me ha emocionado. Narra una historia tan improbable que solo puede ser un hecho real. Y está protagonizada por dos de mis actores favoritos: Federico Luppi y Héctor Alterio. ¿Qué más se puede pedir? Pues que, además, como es el caso, sea una historia bien desarrollada, bien narrada. Una historia de amor por el pasado y de ilusión por el futuro; de lucha contra el olvido, en todos los sentidos; de solidaridad.
Una historia de indignados, ahora que eso vuelve a estar de moda… Pero, sobre todo, una hermosa historia.
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