Ha luchado mucho por vivir, pero
finalmente, hoy me comunicaron que “se ha
ido esta madrugada cuando la Luna llena iluminaba el olivar y la lechuza volaba
por Úbeda”.
Nos conocimos hace muchos, muchos
años. Tantos que ya me da un poco de vergüenza decirlo. Formamos un grupo de
amigos con el que pasamos un verano inolvidable. Después, la Vida nos separó. Pueblos
distintos, historias distintas, trayectorias distintas. Nos vimos pocas veces,
pero de esas pocas veces conservamos recuerdos muy bellos.
Fueron primero las cartas, esa
antigualla ya casi en desuso, y luego el correo electrónico, los medios que
utilizamos para mantener viva la llama de nuestra Amistad.
La Amistad, eso tan mágico y
difícil de definir.
Como saben todos los que me
conocen “de cerca”, yo soy un tipo
raro, y es complicado soportarme mucho tiempo. No se puede decir que tenga
muchos amigos o amigas; pero tampoco eso es algo que me haya preocupado mucho
nunca. Para mí la Amistad no es una cuestión de cantidad, sino de calidad.
Me considero muy amigo de
personas a las que, realmente, no veo muy a menudo. Pero son personas a las que
aprecio mucho; personas con las que un día surgió algo hermoso entre nosotros y
con las que me he esforzado en conservarlo, pese al tiempo y a la distancia.
Personas con las que, al volver a
encontrarme al cabo de los años, no es que nada haya cambiado, sino que todo ha
continúa…
La Vida no pudo separarme de Antonia;
pero, desgraciadamente, sí me ha separado de ella la muerte.
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