jueves, 29 de noviembre de 2012

Cerner nuestras mentes

Siguen las obras para arreglar el suelo de nuestra casa de campo.
El albañil que contratamos para la labor, tras varios intentos de que mi apoyo como aprendiz de peón le fuera de utilidad, ha encontrado finalmente una tarea para mí, acorde a mis capacidades y habilidades: cerner arena.
Antes de toda obra, aunque sea de no mucha envergadura, como la que hemos emprendido, hay que hacer una cálculo de los materiales necesarios. Por alguna razón, en España estas previsiones rara vez aciertan. En nuestro caso, a mitad de obra se comprobó que faltaba arena y sobraba la inmensa pirámide de grava mezclada con arena que tenía delante de la puerta. Así que había dos opciones, o pedir que nos trajeran otro camión de arena, o tratar de convertir el faraónico montón de grava inservible en dos más pequeños: uno de arena y otro de piedrecitas...
Esa sí era una labor adecuada para mí, pues incluso para un tipo como yo es difícil equivocarse en algo que sólo consiste en echar una palada de grava en un cedazo, agitar el cedazo sobre el montón de arena y tirar las piedras sobrantes para formar otro montón.
Me puse a ello sin vacilar. La postura no era la más relajante y el cierzo reinante no era el clima más propicio, pero bueno, llegué a establecer un cierto ritmo y cadencia. Sin embargo, no puede decirse que alcanzará el nirvana laboral, porque mi mente no cesa de bullir ni siquiera en medio de las labores más rutinarias.
Concretamente, la situación de cerner arena me llevó a pensar en la importancia y conveniencia que tendría el que fuéramos capaces, de vez en cuando, de cerner también nuestra mente, para tratar de eliminar de ella los pensamientos y sensaciones no deseadas que se nos van acumulando por los rincones...Se trataría de separar la arena fina de las piedrecillas. Ambas cosas pueden llegar a ser útiles, pero, normalmente, cada una en su momento y en su lugar. 
Y quien sabe, si, como se me pasaba por la cabeza a ratos, no seríamos capaces, a fuerza de cerner, de encontrar, entre la arena y la grava, alguna pequeña pepita de oro en el interior de nuestras mentes; esas "joyas" que nos ayudarán a salir adelante en momentos de tribulación.



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