Nos hemos decidido a arreglar el suelo de nuestra casa en el campo.
Estaba feo, desigual y, en algunas zonas, roto.
Tras varios apaños parciales (una forma eufemística de definir mis chapuzas...), nos hemos decidido a solicitar los servicios de un profesional. Uno de los detalles que nos ha hecho elegirle, es que me ha aceptado a mí como su aprendiz y peón.
Sus primeras instrucciones fueron un tanto paradójicas: para arreglar los agujeros del suelo, lo primero que había que hacer era hacerlos más grandes... Así que ahí estaba yo picando y sacando tierra hasta convertir un trocito de suelo que se hundía en algo parecido al Gran Valle del Rift...
En este proceso me he ido encontrado de todo bajo la casa: tierra, escombros, trozos de ladrillo, papeles de caramelo... hasta llega a la roca sobre la que, siguiendo el bíblico consejo, se edificó nuestra casa.
Mientras picaba, meditaba sobre si cada uno de nosotros sabemos sobre qué nos asentamos, cuáles son nuestros cimientos, nuestras convicciones...
Creo que no estaría nada mal que, de vez en cuando, cada cierto tiempo, revisemos nuestras bases personales; morales, sociales, políticas. A menudo creo que aceptamos y damos por hecho muchas cosas que quizá un día fueron importantes para nosotros, pero que ya no lo son tanto. Incluso tal vez son paradigmas heredados de nuestro entorno cercano, que adoptamos por imposición o incluso por comodidad, por no tomarnos la molestia de tratar de buscar otros mejores.
Además, estos que vivimos no parecen malos tiempos para dedicarnos a revisar nuestros cimientos y renovar el suelo que pisamos.
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