viernes, 10 de septiembre de 2010

Planchar

Me gusta planchar.
De todas las labores de la casa, ésta es, sin duda, la que hago más a gusto.
Quizá todo dependa de cómo se miren las cosas.
Yo no he sido boy-scout, me siempre me ha gustado su máxima de tratar de dejar el mundo un poco mejor de como lo encontremos.
Y, a mi modo de ver, planchar supone eso, dejar las cosas un poco mejor.

Es curioso; durante muchos años fui enemigo del planchado; lo encontraba una tontería. Incluso elaboré una teoría, que desarrollaba siempre que tenía ocasión, sobre "el calor corporal". Según eso, la mejor plancha es uno mismo. Si te pones una prenda sin planchar, simplemente llevándola encima, con tu propio calor corporal, se le irían las arrugas progresivamente.
El tiempo, la experiencia, y algún rato de vergüenza, me fue demostrando que mi "teoría del calor corporal" no se sostenía...

Ahora me gusta planchar. Considero que, quizá no sea un arte, pero sí tiene mucho de estrategia. Cada prenda es distinta. en función de su forma y de su tejido tienes que tomar una serie de decisiones técnicas para optimizar el trabajo y obtener mejores resultados.
Luego cada prenda tiene su personalidad, en muchas ocasiones reflejo de la de su dueño, pero también derivada del uso que se le dé, de su edad y de su historia particular. Con el tiempo muchas prendas pierden su forma original y no tiene mucho sentido intentar devolvérsela al plancharlas, sino que uno tiene que ir descubriendo sus nuevos límites, sus nuevas formas, cómo se han ido adaptando a su dueño.

A veces, cuando plancho ropa pienso que también me gustaría planchar otras cosas. Creo que el mundo que nos rodea tiene demasiadas arrugas. Está claro que tenemos que usarlo, y eso lo va desgastando. En ocasiones incluso lo lavamos todo, o tratamos de hacerlo. Pero van quedando arrugas. Y las arrugas, si no se planchan se van haciendo fuertes; son causa de marcas y desgastes en el tejido que pueden volverse indelebles.
Así, me da por pensar que cuando he trabajado en política o en cooperación internacional también trataba de "planchar" algo. Trataba de dejar el mundo un poco mejor de como me lo encontré.
En la política local me encontré muchas arrugas. Situaciones que permanecían inamovibles durante años y años. Tanto que ya nadie las veía como algo extraño, sino como parte del tejido social normal. Pero intenté hacerlas ver; traté de que la sociedad que me rodeaba tomara conciencia de que ése no era su estado normal, óptimo; y de que las arrugas, si no se planchan, pueden llegar a rasgar el tejido o a acumular suciedad.
También más allá de lo local hay arrugas en el tejido social. Pareciera como si unos pocos seres humanos pasáramos por el mundo dejando grandes huellas, grandes arrugas, grandes suciedades. Y lo dejamos todo allí, sin lavar, sin planchar, sin preocuparnos por nada. Total, siempre podemos comprar más. Más ropa, más comida, más agua, más petróleo...
Mientras tanto, muchos otros seres humanos tienen que acomodarse como pueden en los huecos que nosotros dejamos; en nuestras arrugas; en nuestra sociedad.
Me gusta pensar que durante un tiempo intenté trabajar para colaborar a dejar un poco más "presentable" el tejido social que nos rodea; desde lo local a lo global.

Como cuando plancho unos pantalones, creo que no se trata de buscar una uniformidad a toda costa. Si uno no tiene en cuenta a la capa de abajo, no está planchando bien. Cuando le des la vuelta a la prenda, te encontrarás con una tremenda arruga; esta vez provocada por tu "buena voluntad".
El secreto de un buen "planchado" puede estar en buscar consensos, en acomodar lo mejor posible a las distintas capas del tejido , a las distintas partes de la prenda.

O de la sociedad.

O del mundo.


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Encuadernaciones

Hoy he vuelto a encuadernar libros.
Hace ya muchos años tuve el privilegio de que un viejo artesano, a punto de jubilarse, me iniciara en los secretos de la encuadernación y restauración de libros.
Transformar un puñado de hojas de papel en un libro es un pequeño arte. La primera vez que uno se enfrenta a la tarea queda sorprendido, no de su complejidad, sino de la variedad de acciones a realizar. Tiene una parte de diseño y otra de costura, pero con toques también de carpintería. Es algo delicado y sutil, pero que comienza con una sierra en la mano...
Me gusta encuadernar libros.
De un tiempo a esta parte se escucha que el libro, como lo conocemos hoy, tiene los días contados. Se supone que los formatos electrónicos lo harán desaparecer de las estantería y de los centros de estudio.
Bueno. Hace pocos meses compramos un E-reader. Es un dispositivo electrónico especialmente diseñado para leer libros electrónicos. Todo el que ha intentado leer un libro de más de cien páginas en un ordenador sabe lo incómodo y cansado que es. Sin embargo, hacerlo en un E-reader es muy agradable. Se puede llevar a cualquier sitio en cualquier momento, y permite disponer al instante de cientos de libros y documentos. Además de la comodidad, supone un considerable ahorro de papel y de gastos de transporte. Sin da, será uno de los electrodomésticos del futuro.
Pero, ¿esto quiere decir que los libros de papel van a desaparecer? Creo que no. Y esto no lo pienso sólo desde la perspectiva de un nostálgico que todavía está dispuesto a dedicar su tiempo a encuadernar libros a mano.
De la misma manera que, pese a que veamos la mayor parte de las películas en casa, nos apetece, de vez en cuando, sumergirnos en la sugerente oscuridad de una sala de cine; también, pese a la comodidad de los E-reader, es difícil renunciar para siempre a ese placer tan sutil que supone el pasar las hojas de un libro.
Sin duda ambos formatos están destinados a coexistir y complementarse.