viernes, 29 de abril de 2011

Seguridad aeroportuaria y visados

En estos días he tenido la ocasión de “disfrutar” de los servicios de seguridad aeroportuaria de dos países muy diferentes, pese a lo cercanos que están: Estados Unidos y Haití.

Para viajar a los Estados Unidos, aun siendo ciudadano de un país no perteneciente a ningún “eje del mal”, uno tiene que solicitarlo con varios días de tiempo, introducir los datos de su pasaporte en una página web del gobierno, pagar una tasa mediante una tarjeta de crédito y esperar el “placet” oficial. Un proceso un tanto enrevesado y a la vez sofisticado, que, de alguna manera, ya supone una primera selección. Además, los datos del pasaporte deberán ser proporcionados a la compañía aérea al menos tres días antes del vuelo.

Pese a todo, cuando uno llega a un aeropuerto estadounidense uno deberá hacer una larga fila en las ventanillas de Inmigración, donde se nos tomarán ¡todas! las huellas dactilares (eso sí, con un moderno sistema óptico muy alejado de nuestro castizo manchurrón de tinta…) y seremos sometidos a la fotografía del iris.

Todo eso para entrar en el país de la Libertad… Para salir, además, disfrutaremos de sus novedosos sistemas de escáner corporal, donde nos sacarán una fotografía de cuerpo entero y en 3D, de la que, por desgracia, no nos dan una copia.

Al entrar en Haití, las circunstancias se presentan muy diferentes. Para empezar, la terminal de llegadas internacionales de Puerto Príncipe sigue siendo una gran tienda de campaña… ¿con un enano a la entrada! (parece algo digno de Fellini, pero es verídico…) Allí, uno debe dirigirse a un mostrador para solicitar los formularios de inmigración y de aduanas. Cuando llegué las dos señoritas que estaban allí parecían muy extrañadas por tener que recibir, de repente a las más de cien personas que venían en mi avión. Tanto que no tenían formularios para entregarnos. Con mucho esfuerzo, revolviendo cajones bajo el mostrador lograron encontrar como una docena de papelitos, que fueron disputados con energía por todos los presentes. Al cabo de unos cinco minutos, ante la ansiedad de todos los recién llegados, una de las señoritas se decidió a ir a buscar más formularios, que repartió con parsimonia. En cuanto a la declaración de Aduanas, directamente no había más. A la pregunta de qué hacer entonces, la respuesta fue obvia: decirle al funcionario correspondiente que se habían acabado los documentos y pasar sin más.

Al aeropuerto me vino a buscar un ingeniero haitiano de una de las organizaciones con las que trabajo. Durante el viaje a Jacmel me comentó que quería ir a conocer España este año y quería solicitar la necesaria visa. Los documentos y trámites para obtenerla tienen por objeto tratar de demostrar que uno no pretende quedarse en España. A mi pregunta de si le parecía más o menos difícil de obtener que la de visitar los Estados Unidos, me contestó que era diferente. Que para los americanos, todo extranjero es un terrorista en potencia que debe demostrar su inocencia; y tal vez por eso, me dijo, se suelen conceder más fácilmente las visas a las mujeres…

Diferentes maneras de relacionarse con el mundo, sin duda.

martes, 26 de abril de 2011

¿El frío es un lujo?

La vida te da sorpresas, como dice la canción.

Después de pasar en España unas vacaciones de Semana Santa caracterizadas por un clima más bien fresquito, lo que menos me esperaba era que mi vuelo de regreso al Caribe y mi noche de estancia en Miami estuvieran marcados por una circunstancia inesperada: ¡he pasado frío!

Desconozco si la IATA tiene alguna norma sobre las temperaturas mínimas que deben regir el interior de los aviones destinados al transporte de viajeros humanos, pero estoy casi seguro de que, si existen, en esta ocasión se incumplieron. Mi compañera de asiento pasó casi todo el vuelo envuelta no en una, sino en dos mantas, asomando solamente la nariz de vez en cuando…

Al llegar a Miami, un tanto destemplado ya, la situación no era mucho mejor. En interior de la terminal reinaba un ambiente similar al que debe reinar en el exterior de la de Oslo en invierno…

Por circunstancias de las conexiones de mis vuelos había decidido pasar una noche en el hotel del aeropuerto. Lo primero que hice al tomar posesión de mi habitación fue apagar el aire acondicionado… y, aun así, tuve que dormir bien tapado, con el edredón hasta las orejas.

Dejando aparte las implicaciones ecológicas del uso inmoderado del aire acondicionado, yo no sé quién ha llegado a considerar que el frío es un lujo…

Tras este gélido viaje, el reincorpórame sudando a mi trabajo en Jacmel, casi, casi me ha supuesto encontrar algo de “calor de hogar”…


Besatorios

A pesar de que uno de los finales “de película” más famosos de la historia del cine transcurre en un aeropuerto, (concretamente en el de Casablanca…), estas instalaciones distan mucho, en nuestros días, de ser románticas.

Sobre todo para las despedidas, un aeropuerto moderno no podrá nunca competir con una estación de tren tradicional. Eso sí, reiterando lo de tradicional, porque las nuevas instalaciones para los trenes de alta velocidad, cada vez se parecen más, por desgracia, a los aeropuertos.

Solo hay que evocar esa tierna escena, tantas veces vista y algunas veces, afortunadamente, protagonizada, de dos enamorados dándose su último beso de despedida antes de que uno de ellos suba al tren. Desde el estribo, con una mirada tierna y húmeda por las lágrimas, verá como su pareja se va haciendo más y más pequeña hasta perderse al final de esas vías convergentes que, a la vez, les unen y les separan.

En un aeropuerto, sin embargo, la despedida debe tener lugar en un ambiente nada propicio. Normalmente, al borde de una multitud que debe internarse, a través de un laberinto de cintas y postes, en esa tenebrosa sección conocida como “zona de seguridad”. Allí, a la pérdida de intimidad ha de sumarse el hecho de que si uno sigue con la vista al ser querido que se aleja, lo que contemplará es cómo se ve obligado a realizar un poco airoso striptease (pocas personas son capaces de quitarse los zapatos con estilo o seguir siendo elegantes en calcetines…) y, además, a nada que se haya olvidado unas llaves o unas gafas en los bolsillos, tiene muchísimas posibilidades de ver cómo es ignominiosamente cachado/a antes de poder acceder a ese “Olimpo” de la sala de embarque…

Evidentemente, son muchas pruebas que solo un Amor sincero es capaz de superar, no sin dudas y dificultades. Por eso quisiera proponer que, al igual que muchos aeropuertos ya disponen de oratorios multi-confesionales para encomendarse al dios correspondiente antes de subir al avión, se habiliten también “besatorios” para que las parejas puedan despedirse convenientemente antes de separarse por vía aérea.

Y, de igual manera, si no es mucho pedir, sugeriría que se diseñaran los aeropuertos de tal manera que la última imagen que se viera de un ser querido no tuviera que ser cómo sostiene bajo un brazo una bandeja con el cinturón, los zapatos, la chaqueta y el contenido de sus bolsillos, mientras va sujetándose los pantalones con la otra mano…


sábado, 16 de abril de 2011

Aeropuertos


En tiempos de la Colonia, un viaje entre las Antillas y las metrópolis europeas, duraba entre dos y tres meses en barco.

Ahora se supone que se puede realizar en unas ocho horas de avión. Sin duda es un gran avance. La ciencia y la técnica han avanzado enormemente en cinco siglos. Aunque, tal vez, nuestra mente, nuestro cuerpo y, sobre todo, nuestra capacidad de adaptación a los cambios no hayan cambiado a tanta velocidad. Por eso, algún cerebro privilegiado, inventó los aeropuertos…

Los aeropuertos están expresamente diseñados para que nos preparemos física y psicológicamente para el shock que podrían suponer para nosotros viajes tan rápidos de un lado al otro del planeta. De esta manera, nos permiten que “nos tomemos nuestro tiempo” para prepararnos ante el cambio. Se nos hace estar, al menos, tres horas antes para que sufridos hombres y mujeres dediquen su esfuerzos a comprobar que todo va a ir bien durante el viaje: algunos/as nos liberan de nuestro equipaje en cuento pueden, (tanto, que a veces “nos liberan” de él para siempre…). Otras personas nos ayudan también a sentirnos “más libres”, y “nos invitan” a despojarnos de chaquetas, cinturones, zapatos, carteras, monedas, teléfonos móviles y otros “lastres”, antes de ser admitidos en la denominada “zona libre de impuestos”… En esta área se nos ofrecen los bienes más ansiados por todo buen/a ciudadano/a: perfumes, tabaco, licores, accesorios de grandes marcas,... A veces pienso que, en nuestra sociedad de consumo, viene a ser como una especie de promesa o adelanto del Paraíso… Sobre todo porque los aeropuertos son lo más parecido que conozco al Purgatorio…

En verdad son zonas más allá del tiempo y del espacio. Conceptos como “hoy” o “ayer”, pierden totalmente su sentido si uno tiene que levantarse a las cuatro de la mañana para hacer un viaje de cuatro horas en coche, chequear el equipaje, esperar dos horas al primer avión, volar otras dos horas, pasar por una especie de examen de “selectividad” llamado “control de inmigración”, recoger el equipaje, esperar tres horas para poder volver a facturarlo, perder otras cuatro horas recorriendo “duty frees”, atravesar de nuevo un control de inmigración…, pasar ocho horas intentando dormir sentado sobre el océano…

Está claro que si el Purgatorio existe será algo así como una enorme terminal aeroportuaria donde, según nuestros pecados se hará pasar más o menos tiempo esperando la ansiada conexión…

Sin duda los aeropuertos están pensados para ponernos a prueba, para que tengamos tiempo de meditar y preguntarnos a nosotros mismos si, realmente, tenemos tantas ganas o tanta necesidad de viajar a la otra punta del planeta…

En mi caso, esta vez, sí que merecía la pena.

lunes, 11 de abril de 2011

Primavera

La primavera también ha llegado a Jacmel.

Aquí el cambio de estación no se siente tanto por un incremento de las temperaturas, como por un pequeños detalles que nos recuerdan que la Vida, que la Naturaleza tiene sus ritmos poderosos con los que se abre camino pese a todo.

Cosas como que una grácil mariposa revolotee a tu alrededor mientras estás en el comedor, o que un abejorro torpón ronde tu ordenador cuando te encuentras en la terraza de tu habitación…

Aquí también la primavera es la época de los mangos… no los de la sartén que conocemos en España (aunque nunca estemos seguros de quién lo tiene realmente…), sino de la fruta por excelencia del Caribe. En estos días, miles de grandes y frondosos árboles (¿mangueros? ¿mangueras?...), portan en sus ramas infinidad de frutos. Todo el mundo que tiene un jardín, grande o pequeño, te ofrece sus mangos. Durante el día, pero sobre todo en la noche, se oyen caer los mangos maduros al suelo. Algunos son realmente grandes, y no es que puedan ser causa de grandes accidentes, pero sí ocasionar algún que otro “dolor de cabeza” al sorprendido paseante.

Sin embargo, la primavera debería traer consigo también el inicio de la época de lluvias, pero este año, su benéfica influencia sobre la agricultura haitiana se está haciendo de rogar… las siembras se están retrasando y el fantasma de una escasez de alimentos dentro de unos meses empieza a condensar su ectoplasma en el horizonte.

Mientras tanto, el país que el nuevo presidente y su equipo de gobierno comience a concretar sus primeras medidas y proyectos de futuro. De momento, ya se han anunciado conciertos gratuitos de música popular con motivo de su toma de posesión.

Hace unos días leía que, si las últimas elecciones haitianas habían sido, desde su convocatoria, una gran comedia, no es extraño que las haya terminando ganando el mejor comediante…

En cualquier caso, esperemos que, sea como sea, este largo y triste “invierno” que dura ya más de un año en Haití, de paso a una floreciente “primavera”, en la que puedan expresarse y liberarse todas las energías y ganas de vivir de este pueblo.


sábado, 9 de abril de 2011

La vida sigue

Hay días que no pasa nada y otros días en que se acumulan las anécdotas.

Ayer, a primera hora de la tarde, acompañé a una colega cooperante a solicitar presupuesto para la compra de unas semillas. La acompañé porque se trataba de presentarle a uno de nuestros socios locales: una asociación que también se dedica a la venta de insumos agrícolas. Pero lo que iba a ser una siempre consulta comercial se convirtió, inesperadamente, en una conferencia sobre las distintas variedades de patata dulce, según su adaptación al clima, la disponibilidad o no de riego, su precocidad…, sin olvidar, por supuesto, su grado de aceptación en el mercado, en función de las sutiles exigencias del paladar de los haitianos.

Más tarde acompañé a otra colega a visitar lo que un americano que había conocido hacía unos días le definió como “unos apartamentos que estaba terminando de construir”… Ya conocer al tal americano fue toda una experiencia, pues era un personaje realmente esperpéntico; posiblemente fuera buena persona, pero más raro que un perro verde… El caso es que los tales “apartamentos” no eran aún sino un montón de bloques de hormigón. Eso sí, al menos había elegido un buen lugar para edificar, pues tenía unas vistas muy hermosas sobre la bahía de Jacmel.

Poco después habíamos quedado en un chiringuito de la playa para celebrar el cumpleaños de mi primera colega, “la de la patata dulce”. Mientras esperábamos (el tema de “la horita haitiana” es muy contagioso…), tuvimos ocasión de ver como un perro callejero atacaba, sin mediar provocación, a un grupo de niños de ocho o nueve años… Afortunadamente la cosa no fue muy grave, pero cuando atendimos a uno de los muchachos pudimos ver que, además del susto, llevaba un rasguño en un costado, que desinfectamos oportunamente.

Finalmente nos juntamos todos los invitados, (tampoco éramos muchos…) y llegó el momento de la ceremonia de soplar las velitas de la tarta… Sólo que no teníamos tarta, ni velitas ni nada, así que hubo que improvisar remedios de emergencia; nada menos que plantar cinco cerillas en cinco bombones y tratar de aprovechar ese momento fugaz para soplar, pedir deseo, hacer foto y cantar el “cumpleaños feliz”…

Todavía tuve tiempo, antes de irme a dormir de hacer una “visita profesional”: una de las gatas que una amiga tiene en su jardín había tenido gatitos; pero ella estaba preocupada porque llevaban unos días débiles y enfermizos. Fui a verlo aun sabiendo que poco podría hacer por ellos, pues no dispongo de ningún tipo de medicamento veterinario, ni es fácil conseguirlos aquí. El caso es que pasamos un rato buscándolos con una linterna por el jardín, pero no aparecían. La madre gata no parecía muy interesada en colaborar así que, al final, tuvimos que desistir. Esta mañana me llamó la afligida dueña para comunicarme que habían aparecido, pero, tristemente, ya muertos.

Hoy, la vida sigue en Jacmel.

martes, 5 de abril de 2011

Un nuevo presidente para Haití

La tarde ha estado extrañamente tranquila. Casi no había tráfico de ningún tipo. Las calles estaban en silencio. En algunos momentos tuvimos realmente la sensación de que todo el país estaba conteniendo la respiración.

Tras varias postergaciones, se había dicho que, finalmente, los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Haití, se harían públicos a las 5 de la tarde. Todos esperábamos impacientes, deseando acabar con una semana de rumores y chismes de todo tipo.

Con retraso, como siempre, el Consejo Electoral Provisional (¿por qué todo parece ser “provisional” en este país…?), ha comenzado con su ceremonial habitual. Aunque todo el mundo estaba ansioso por conocer quién sería el nuevo presidente, o presidenta, de este país, el portavoz ha comenzado por leer, uno por uno, los nombres, votos y porcentajes de la cincuentena de diputados y senadores que fueron también elegidos en el mismo proceso. Era una extraña mezcla entre las votaciones de Eurovisión y la letanía del sorteo de la Lotería de Navidad: “Fulanito de tal, partido cual, triquicientos votos, equis coma zeta por ciento…” Pero, como en la lotería, al final terminó saliendo el “premio Gordo”: Haití ya tiene nuevo presidente; y, aparentemente, por una clara diferencia de votos.

Al instante, el silencio se ha roto. El país ha vuelto a respirar y las calles de Jacmel se han llenado de los gritos y los cánticos de los seguidores de Michel Martelly.

Mientras volvía a mi hotel he podido sentir cómo un cierto sentimiento de alegría reinaba, aparentemente, entre todo aquel con quien me iba cruzando. Tal vez porque han depositado su esperanza en este candidato… o tal vez porque saben que los partidarios de la derrotada Mirlande Manigat parecen ser gente mucho más tranquila (¿y sensata?) y no es probable que causen tantos disturbios como, casi con toda seguridad, se hubieran producido en la situación contraria.

A corto plazo este resultado puede resultar “menos conflictivo” en las calles de Haití. Pero, mientras caminaba calle abajo, no podía evitar que dos frases hechas me vinieran sin cesar a la cabeza. Una, que “lo mejor es enemigo de lo bueno”… Y la otra que, lamentablemente, “poco dura la alegría en la casa del pobre…”

lunes, 4 de abril de 2011

Snorkeling


Esta mañana he sacado de la mochila las gafas de bucear. Las pobres llevaban más de cinco meses encerradas allí, sin ver la luz del sol… o el agua de mar, como sería más lógico.

Al venir para aquí las traje, convencido de que en el mar Caribe tendría muchas cosas que ver. Pero, casi desde el primer día, los “más viejos del lugar” entre la colonia de cooperantes, me fueron contando que, por desgracia, la costa haitiana no oculta demasiadas bellezas bajo las aguas.

Eso es debido, por un lado a los excesos de la pesca de arrastre, cometidos por las poblaciones de pescadores a los que la necesidad y la falta de técnicas menos agresivas ha llevado a esquilmar la costa más cercana de casi toda la flora y fauna marina.

Por otro lado, la práctica inexistencia de sistemas de saneamiento de aguas residuales y de recogida de basuras, hace que el sufrido mar tenga que hacerse cargo, él solo, de esas tareas; con lo que, sobre todo en la cercanía de los núcleos de población, entrar en el agua no siempre es agradable.

Pero hoy, sin embargo, he comprobado que no todo está perdido. Unos amigos me han llevado a la playa de Lázare. Un lugar bastante escondido, donde, sin embargo, hemos encontrado un grupo bastante numeroso , (y bullicioso...), de jóvenes y niños haitianos. Es curioso, pero, como me ha hecho ver una compañera, nunca se ven niñas en la playa…

La playa era pequeña y el mar estaba un poco agitado, pero el entorno parecía prometedor. Y, en efecto, en cuanto me he sumergido he descubierto un paisaje submarino rebosante de vida. Al menos una docena de especies de peces distintos, corales (entre ellos el llamado “cerebro”, por razones obvias), plantas acuáticas… y algunos erizos de mar de tamaño espectacular con los que conviene ser muy cuidadoso…

Bucear es lo más parecido a volar que puede hacer el ser humano sin ayuda de artefactos mecánicos. Flotar sobre el fondo marino es, además de hermoso, una actividad sumamente relajante.

Ha sido una especie de reconciliación con la costa de Jacmel. He comprobado que sigue viva, que, quizá como el resto de Haití, se resiste a desaparecer. Se defiende y lucha, día a día, por su propia supervivencia.

sábado, 2 de abril de 2011

Los pequeños placeres de la vida.

Hoy ha amanecido un mañana bastante británica. Cielo nublado y una suave llovizna me han acompañado durante el desayuno.

La tertulia matutina ha versado una vez más sobre la política local. A dos días del anuncio de los resultados de las elecciones presidenciales, mucho temen, una vez más, un nuevo “apocalipsis”. Ambos candidatos a la más alta magistratura del país se dan por ganadores. La diferencia es que uno de ellos ha afirmado públicamente que si no fuera él quien se diera oficialmente por vencedor, ordenará a sus partidarios “pegarle fuego al país”.

Sin duda es una peculiar interpretación de la democracia participativa y del sentido último del sufragio universal… Así que, una vez más, me veo viviendo en un país que no sabemos a ciencia cierta si existirá mañana…, o la semana que viene.

Mientras tanto, trato de aprovechar algunos de los pequeños placeres de la vida. Unos son gratuitos, como tumbarme un rato sobre la hierba a disfrutar de la sombra y la suave brisa que hoy nos regala el, otras veces más áspero, clima haitiano. A mi alrededor transita una abundante población avícola, compuestas por gallinas, pintadas, patos, pavos y un espectacular pavo real, que hoy parece presumir especialmente de su brillantes colores.

Otros placeres tienen un precio, pero normalmente asequible. Anoche compartí mesa y mantel y cervezas en un restaurante con dos compatriotas y paisanos. Dos ingenieros aragoneses contratados para participar en la reconstrucción de escuelas, hospitales y otros edificios públicos. Compartimos anécdotas e impresiones sobre este país que, estuvimos de acuerdo, nunca acabamos de conocer.

Algo más tarde acudí a la Alliance Française donde un veterano artista amenizaba una velada al aire libre, bajo un claro cielo estrellado con canciones en francés y en español.

De vuelta al hotel, me “regalé”, antes de dormir, con una porción de chocolate. Uno de mis escasos vicios, probablemente “confesable”, al que últimamente he vuelto, tras descubrir, al fin, una variedad de esta golosina, antes desconocida para mí, pero que espero poder disfrutar en más ocasiones.

Espero y deseo que la semana que viene no “arda el país”; pero, mientras tanto, trataremos de “no sufrir antes de tiempo”.