viernes, 30 de septiembre de 2011

La identidad perdida de una ciudad


La última visita a Puerto Príncipe me ha permitido comenzar a imaginar cómo fue esta ciudad antes del terremoto del 12 de enero de 2010.
Hasta ahora solo la había cruzado para ir o para volver del aeropuerto. Pero esta vez tuve la ocasión de de atravesar su “centro histórico”…, o lo que queda de él.
Calles porticadas, edificios históricos, comercios “de prestigio”, todo eso y más pude entrever. Con los ojos del cuerpo, pero también con los ojos de la imaginación…
Las cicatrices de esta ciudad todavía son muchas. Muchas y muy grandes. No es que la reconstrucción no haya empezado, es que casi no se ha comenzado a desescombrar…
Alguien me decía hace unos días que, para muchos, ese montón de escombros puede ser la única escritura de propiedad que puede presentar para demostrar que alguna vez tuvo una casa. Y por eso se resisten, todavía a retirarlos.
La mayor parte de los registros y archivos oficiales se perdieron también el aciago día del seísmo. Resulta todavía difícil ser consciente del trauma que ha supuesto todo eso para este país. Más allá incluso de las ingentes pérdidas humanas y materiales está la pérdida casi total de la historia, de la identidad social y cultural de la capital de una nación.
Pero hoy he podido, fugazmente, visualizar cómo fue Puerto Príncipe, y creo poder afirmar que, pese a todo, también tuvo un cierto encanto.

Trámites y castidad


Ayer fui a Puerto Príncipe para solicitar el permiso de residencia a la Dirección General de Inmigración. Suponía la culminación de un proceso plagado de requisitos, algunos de cuyos aspectos, sanitarios y bancarios ya he comentado con anterioridad.
Madrugamos mucho, y, esperando que el Señor nos ayudara, como reza el dicho, nos presentamos en el edificio oficial casi antes de que abrieran.
La primera sorpresa nos la dio el policía de la entrada que, muy serio, se dirigió a mis dos compañeras y le dijo que así no podían entrar en un edificio oficial. “Así” era, la una con una camiseta de tirantes y la otra con un vestido también de tirantes, con un cierto escote, eso hay que reconocerlo.
La verdad es que, por un momento, nos miramos y pensamos al unísono que nos habíamos metido en algún agujero espacio-temporal y estábamos, o bien en Teherán, o bien en Zaragoza en los años 40… Pero nunca pensábamos que esto podría ocurrirnos en una capital caribeña…
El asunto es que ellas, para salir del paso, solo disponían de un chal; uno solo. De manera que primero tuvo que entrar una de ellas conmigo, para conocer el camino, y luego salir y “prestarle el chal” a la otra, mientras yo esperaba en el interior…
Una vez en la oficina correspondiente, el funcionario que nos recibió nos explicó, muy serio también, al igual que ellos nos reciben de uniforme, esperan que el público acuda “dignamente vestido”… La verdad es que yo ya empezaba a no tener claro si íbamos a solicitar un permiso de residencia o a ver a la Virgen del Pilar…
Y en cuanto al uniforme del servicio de Inmigración… Una especie de guayabera blanca con galones y botones dorados que no sabía si me recordaba más a las fotos de mi abuelo de camarero o a la tripulación de “Vacaciones en el mar”…
El caso es que no puedo quejarme del trato recibido (al menos yo, que no tuve que ponerme ni siquiera que ponerme un turbante…). La verdad es que fueron en todo momento muy amables con nosotros. A su ritmo, eso sí, pero amables. La verdad es que, al contrario de otras oficinas de Inmigración que he conocido, se respiraba amabilidad por todas partes. A veces incluso, demasiado “cariño”…
En la primera oficina, en la que rellenamos los formularios, todo el mundo, cuando entraba, se saludaba y se besaba castamente. Tal vez porque aquí las funcionarias eran ya todas “de una cierta edad”… Pero en la que fuimos a pagar… Eso parecía Babilonia… En ella trabajaba un grupo mixto de funcionarios y funcionarias entre los veinte y los treinta años, que no tenían ningún reparo en mostrar al público asistente lo “amigos” que eran todos entre sí y lo “bien que se llevaban”… Manitas, jueguecitos, arrumacos, ¡uy! que estrecha es esta puerta para los dos… Al menos, hay que reconocer que, tanto ellos como ellas, iban “dignamente vestidos”.
Bueno, el asunto es que culminamos los trámites de la solicitud; pero, como nada es tan fácil en Haití, tendremos que volver ¡dentro de un mes! a recogerlo.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Pasaporte difuminado


Hoy he tenido que ir a hacer unos trámites a la Dirección General de Inmigración a Puerto Príncipe. Tenía que llevar, como es lógico, mi pasaporte, y me he dado cuenta de que está descolorido… Bueno, más que descolorido se está borrando el dibujo de la tapa: “Unión Europea”…, “España”…, e incluso el escudo, cubierto, como sabemos por una corona real…
Hace unos días, mi contertulio canadiense de los desayunos me preguntaba si yo me sentía europeo. Le respondí que si me hubiera hecho esa pregunta hace cinco años le habría respondido, rotundamente, que sí. Pero ahora, con una Unión Europea inmersa en una crisis que es mucho más que económica y a la que sólo parecen dedicarse estériles discursos de nuestros “eurogobernantes”, mi sentimiento europeísta se está, francamente, difuminando mucho…
Respecto a lo de sentirme español… ¿qué significa, a estas alturas, ser español? Creo que los que menos podemos explicarlo somos la mayoría de los españoles. Creo que fue en el proceso de redacción de la Constitución Española de 1931 que un diputado propuso que empezara con algo así como “son españoles todos los que no pueden ser otra cosa”… Y sin embargo, cada año miles y miles de inmigrantes llegan, de todos los rincones del mundo anhelando adquirir la nacionalidad española. Quizás es verdad lo que dicen que “Dios da pan a quien no tiene dientes…”; aunque yo siempre replico que me parece mucho peor que “dé dientes a quien no tiene pan…”
Y en cuanto a nuestro escudo, reflejo de nuestra historia, y cubierto por una corona real… Bueno, creo que la mayoría de los españoles solo le cogieron cariño cuando, hace algo más de un año se le añadió una pequeña estrella amarilla encima… que significaba que “éramos los campeones del mundo”… Pero esa “gloria” también comienza a difuminarse…
En cualquier caso, creo que lo más importante de mi pasaporte está en el interior, y eso no se está difuminado. Dentro está mi identidad; una identidad personal, única e intransferible. Y dentro está también una pequeña parte de mi historia: viajes, entradas, salidas, tránsitos…

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Nubes


Hoy cuando volvía por la tarde de la oficina he visto ante mí una curiosa agrupación de nubes. De diferentes tipos, de diferentes tamaños y de diferentes colores. Tal vez no tuvieran nada de particular, salvo que en ese momento he sentido que “las he visto”.
Creo que muy a menudo caminamos por nuestra Vida sin “ver”. Recorremos los caminos habituales, nos reunimos en los sitios de costumbre, nos encontramos con personas conocidas, e incluso queridas, pero tal vez no las “vemos”.
Hasta que un día, de pronto, somos conscientes de que están ahí: comenzamos a “verlas”. Nada ha cambiado en los caminos, en los lugares ni en las personas. Sólo ha cambiado algo en nuestro interior: ahora podemos “verlos”.
Con los problemas, de nuestra Vida, de nuestra familia o de nuestro país, puede que pase lo mismo. Están ahí, sentimos que nos acompañan, que pesan sobre nosotros… Pero, habitualmente nos cuesta encontrarles solución… hasta que, tal vez, de repente, nos surge una “iluminación”, una “luz”, una “bombilla”, como en los tebeos, y, gracias a ellas, “vemos”.
Vemos una solución, o, al menos, comenzamos a ver un camino para enfrentarnos a ellos.
¿De qué depende comenzar a “ver”? No lo sé realmente. Pero quiero suponer que, sobre todo de “querer ver”.
Espero que cada vez seamos más los que “queremos ver” una solución, distinta de la que tantos agoreros nos anuncian como la “única”…

lunes, 26 de septiembre de 2011

Tirón de orejas


Acabo de venir del Hospital de Cayes-Jacmel. Es un centro médico regentado exclusivamente por médicos cubanos. Presta servicio gratuito a toda la población de la zona; incluso a los cooperantes extranjeros que residimos aquí…
Cuando venimos a Haití, lo hacemos con un seguro médico internacional que, teóricamente, nos asegura asistencia médica allá donde vayamos. Pero en Jacmel, ahora mismo, si no fuera por los médicos cubanos (hombres y mujeres), no tendríamos dónde ir… La población tiene muy difícil el acceso a los cuidados médicos, ya no sólo gratuitos, sino aún pagando…
Hace un año, cuando llegué, el hospital Sant Michel estaba gestionado por Médicos sin Fronteras y también era un buen lugar al que acudir en caso de necesidad. Pero desde que se fueron en enero, estamos todos en las manos de los cubanos…
Y lo digo literalmente, porque hoy me he puesto en las manos de uno de ellos. Desde hace unos días sentía molestias en el oído izquierdo. El típico asunto al que comienzas no haciéndole caso, pero al final tienes que ir al médico. Hoy, concretamente, sentía la cabeza como dentro de una pecera.
Cuando he llegado al hospital, ¡había un lío…! Un par de docenas de pacientes (y no tan pacientes…) esperando consulta. Me da un poco de vergüenza decirlo, pero los cubanos tienen como norma que si acude otro cooperante, éste siempre tiene preferencia, porque ellos te dicen que “estás en misión y no puedes perder tiempo”…
El caso es que me han atendido enseguida. Lo ha hecho un doctor muy amable, pero con una técnica, digamos un poco “brusca”… Cuando le explicado mi problema, me ha cogido la oreja con las dos manos, ha estirado bien, y se ha asomado dentro diciendo “¿duele?”… Se ve que el otoscopio le parece un invento imperialista… Creo que no me había estirado tanto las orejas desde que cumplí doce años…
Bueno, el caso es que me ha puesto un tratamiento a ver cómo evoluciona lo que me queda de oreja… Y otra peculiaridad de este país, es que no encontrarás mucha variedad de cosas para comer, pero medicamentos… De cada dos puertas, una es una farmacia. Bueno, realmente, “farmacia-colmado-heladería-mercería-todo a 100”… Mira que era raro el antibiótico que me ha mandado, pues en la tienda de enfrente lo tenían…
Así es Haití.

viernes, 23 de septiembre de 2011

La oficina de Correos


He descubierto que ha vuelto a funcionar la oficina de Correos de Jacmel. Una de las primeras cosas que pregunté al llegar aquí fue si se podían enviar cartas desde aquí.
Las cartas han sido muy importantes en mi Vida. No las del Tarot, que no he consultado nunca, sino esas cosas, que ahora parecen tan exóticas, compuestas de un folio escrito, un sobre donde se mete lo anterior plegado y un sello que se pega encima del conjunto…
Se me dijo que no, que aquí no había servicio de Correos. Y, en efecto, en una de mis primeras excursiones por el centro de Jacmel, encontré lo que había sido la oficina de Correos, pero cerrada y en una de las zonas cuyos edificios fueron más dañados por el terremoto del 12 de enero de 2010.
Sin embargo, en la puerta de ese mismo edificio, ahora hay un minúsculo cartelito que la oficina de Correos se ha trasladado a un edificio cercano. Pregunté a un vecino y enseguida me indicó. Ahí estaba; atravesando una avenida, tras la verja de una de las grandes mansiones con jardín venidas a menos, testimonio de un pasado lejano y ¿glorioso?
En la misma verja de entrada me atendieron casi al unísono dos funcionarias, vestidas con trajes de chaqueta oscuros; pulcras, formales, tan idénticas en todo que costaba distinguirlas. Cuando les dije que quería enviar una carta me dio la sensación de que se alegraban. Cogieron mi carta, la sopesaron en la mano y calcularon el precio con seguridad de expertas. Después, me acompañaron a su oficina.
La oficina de Correos de Jacmel es ahora una tienda de campaña con una minúscula vieja mesa de madera por mostrador. Las funcionarias fueron sacando de pequeñas y ajadas carpetas los sellos necesarios. Sellos que tuvieron que pegar con cola. Cola que tuvieron que raspar del fondo de un viejo bote casi agotado. Con sumo cuidado colocaron los sellos. Después, de una pequeña bolsa de plástico sacaron el aparato para “matar” los sellos... Tras culminar el ritual, nos despedimos los tres con vivas muestras de simpatía. En el fondo, creo que nos reconocimos como miembros de una antigua secta, casi extinguida, en los tiempos de internet, los mails y los “smartphones”…
Me dio la impresión de que mi carta era la única que se recogería ese día. No tengo ni idea de cuánto tardará en llegar. Pero debo confesar que el paso por la oficina de Correos de Jacmel me resultó lo más enternecedor que me ha ocurrido en mucho tiempo en esta ciudad.

domingo, 18 de septiembre de 2011

La ciencia del sueño


¿Qué son los sueños? ¿Qué es la realidad? ¿Estamos siempre seguros de distinguir los sueños de la realidad? ¿Nuestros sueños se pueden hacer realidad? ¿Qué tenemos que hacer para conseguirlo?
Ten cuidado con lo que sueñas, porque podría hacerse realidad.
Esta película va de eso. Sueños y realidad.
Una película sencilla e íntima. Hecha con los ojos y la sensibilidad de un niño. O de un adulto con ojos de niño. Con ese niño que siempre llevamos dentro, que no deja de soñar y que nunca deberíamos dejar que creciera.
Es como un juego, como una clase de manualidades. Tremenda sensibilidad para contar una historia de Amor ¿real?, ¿soñado?
Puede que soñar sea la mejor manera de enfrentarnos a la crisis. A todas las crisis.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Sueño con precipicio


La otra noche tuve un sueño curioso y un poco inquietante.
Estaba en la ladera de una montaña, subiendo por un camino muy empinado, pero, sobre todo muy estrecho. A mi izquierda tenía una enorme pared vertical y a mi derecha un tremendo barranco, no menos vertical. El camino apenas me permitía avanzar de frente; tenía que hacerlo casi de lado.
Pero no estaba solo. Delante de mí tenía a un grupo de personas. Uno de ellos hablaba de lo maravilloso que era el lugar que encontraríamos arriba, al final del camino. Pero, sin embargo, nadie avanzaba; todos estaban parados. Detrás, tenía otro grupo de personas que me seguía y me miraban como preguntando por qué estábamos parados.
Yo no me sentía cómodo en ese camino; no me sentía seguro. Incluso podría decir que tenía miedo. No tenía mucho interés por seguir en ese camino. Pero no podía retroceder; no había espacio para hacerlo ni para dejar pasar al siguiente. Eso me angustiaba.
Delante de mí no dejaban de decir lo estupenda que sería la vista desde arriba; pero nadie avanzaba. El grupo que tenía detrás me hacía sentir incómodo.
Finalmente, encontré una manera de bajar, atajando por el barranco. Por el camino, perdí una de mis botas; unas botas que tengo hace tiempo. Sin embargo, justo al llegar abajo encontré otra. Era distinta, no era de mi talla, pero la puse para terminar el camino.
Llegué a donde me alojaba. Era un gran hotel o residencia. En la recepción no había nadie, Cada uno tenía que buscar su llave. Yo no lograba encontrar la mía entre las muchas que había. Era la de la habitación 313. Algún detrás de mí dijo que esa habitación no existía.

martes, 13 de septiembre de 2011

La vuelta al cole


Mi hija empieza hoy la Universidad. La verdad es que se lo cuento a todo el mundo, (hasta ponerme quizá, un poco pesado…), por un lado porque estoy orgulloso y, por otro lado, porque estoy algo nervioso. Es un paso importante en la vida y ella lo va a dar, por primera vez en nuestra familia, lejos de casa, comenzando, a la vez que sus estudios, una vida, más o menos independiente. Espero y deseo que todo le vaya bien y conserve durante mucho tiempo la ilusión del primer día.
Mi hijo también, hace unos días, terminó sus vacaciones de verano y retornó al instituto. Está en una edad difícil (para él y para sus padres…), pero sé que se toma el asunto de los estudios muy en serio y espero que, poco a poco, comience a definir una vocación.
Mientras, en Haití, el curso escolar debería haber comenzado esta semana, pero un decreto presidencial ha retrasado ese inicio hasta el mes de octubre. ¿Las razones? Un poco especiales, la verdad.
Durante la campaña electoral que le llevó a ser presidente de la república, Michel Martelly prometió que este nuevo curso escolar 100.000 niños y niñas haitianos, que nunca antes habían sido escolarizados, comenzarían a recibir enseñanza gratuita. A punto de comenzar el curso, ante la realidad de que no podría hacer efectiva su promesa, se ordenó retrasar el comienzo de las clases, para no dejar en mal lugar las palabras del presidente…
El asunto es que por ningún lado se ve que se estén construyendo más escuelas o que se estén formando y/o reclutando a más profesores… Cuando se le plantean al presidente de Haití dudas sobre su plan de escolarización masiva, él responde que no hay problema que todo irá bien porque el dinero está ahí. De hecho se han creado dos nuevos impuestos cuya recaudación deberá ir destinada íntegramente a la educación.
Pero, tal vez, el dinero y las buenas intenciones no sean suficientes para escolarizar a tantos miles de niños…
Me resulta curioso confrontar esta situación con la que se está viviendo en España estos días, también relacionada con la Educación. Para “celebrar” la “vuelta al cole” se ha decidido recortar los presupuestos de educación en algunas comunidades autónomas y despedir a miles de profesores. Sin embargo, se nos dice, no hay que preocuparse, pues la educación de nuestros hijos no va a sufrir y será “mejor que nunca”…
En España tenemos un sistema que ofrece educación gratuita a todos nuestros niños y niñas. Ha costado mucho construirlo, pero puede costar muy poco destruirlo.
Las escuelas no se construyen en dos meses, ni los profesores se forman en cuatro días, por mucho dinero que haya disponible, ni por muchas buenas intenciones que tenga el presidente de Haití.
Pero, también, si en España comenzamos a considerar la educación “un gasto superfluo”, algo que se puede “recortar” sin más, podemos perder mucho, no solo ahora, en esta etapa de “crisis”, sino también en el futuro. En el futuro de todos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

De bancos


Ayer me pasé la tarde en el banco. No en el banco del parque…, pues, por desgracia, en Jacmel no hay parques. Estuve toda la tarde en la principal sucursal bancaria de la ciudad.
Otras dos de las exigencias para solicitar el permiso de residencia en Haití, es presentar un certificado de que tienes una cuenta bancaria personal y presentar un cheque a nombre del Tesoro Público por una cierta cantidad. Ambas cosas las tenían que hacer en mi banco.
Mi banco es realmente “mi banco” desde hace un mes. Hasta ahora no había abierto una cuenta bancaria en Haití. Me he venido “apañando” con el dinero que he traído en cada viaje de vuelta de España. Tampoco gasto tanto. Intento llevar una vida bastante austera aquí. Pero el caso es que para los trámites administrativos necesitaba tener una cuenta y la abrí.
La primera sorpresa es que por hacer un certificado de que tengo una cuenta bancaria a mi nombre, es decir, por rellenar un folio y poner un sello, me cobraron 41,25 dólares de “gastos bancarios”… Está claro que la banca no es una institución de beneficencia, ni en Haití ni en España.
Para elaborar el cheque a nombre del Tesoro Público estuvieron más de una hora. La dificultad estribaba en que mi cuenta es en dólares y el cheque debía ser emitido en gourdes… Para eso había que hacer un cambio de moneda, ¿a qué tasa de cambio?, ¿con gastos o sin gastos? La empleada que me atendía estaba inmersa en un mar de dudas. Dudas que le asaltaban antes de escribir cada cifra o cada dato. Menos mal que, al otro lado del teléfono tenía a “madame Michelle” que le iba dando las orientaciones en cada una de las veintitantas llamadas que le hizo… La chica ya no sabía qué cara ponerme… Al final se arrancó a hablarme un poco en español, pues, me contó, había estudiado Administración de Empresas en República Dominicana.
Finalmente lo conseguimos. Pero, siempre hay un pero, por esta gestión tenía que pagar “un timbre” de 0,20 gourdes… Actualmente, un euro son 52,33 gourdes; es decir, un gourde es algo menos que 2 céntimos de euro. Así, los 0,20 gourdes vienen a ser unos 0,4 céntimos de euro… (64 céntimos de las antiguas pesetas…). Vamos, ¡ná!. Pero tenía que pagarlos, para lo que la señorita, muy amablemente me acompañó a la caja. En todo el tiempo que estoy aquí, solo una vez he visto monedas de 0,50 gourdes, y no me consta que haya monedas más pequeñas… ¿Cómo lo hacíamos? Además, en ese momento, lo más pequeño que llevaba encima era un billete de 25 gourdes. Se lo doy a la cajera. La cajera sonríe nerviosa. No hay monedas. Llama al supervisor. El supervisor piensa un momento, toma el billete de 25 y me devuelve dos de 10. ¡Listo! ¡Solucionado! Me cobra 25 veces más de lo debido, sin ningún problema.
La verdad es que fue una tarde entretenida. Y, sobre todo, en el banco, al menos, se estaba fresquito…

lunes, 5 de septiembre de 2011

Una fiesta en Jacmel


En todo el tiempo que llevo en Jacmel, mis “obligaciones sociales” me han llevado a asistir a unas cuantas fiestas, (la última de ellas este sábado por la noche). Es por eso que creo ya conozco un poco la especial dinámica de este tipo de actos en Jacmel.
Desde un punto de vista eurocentrista, la primera peculiaridad es la de los horarios; aunque este es un tema que ya comenté alguna vez. Se nos cita “a partir de las 7 p.m”. Yo llegué a las 7.50 y no estaban ni los anfitriones… (Afortunadamente, en la casa había otras personas…) Me retiré a las 10.30 y todavía seguía llegando gente a esas horas…
Segunda peculiaridad, la música. Toda fiesta debe contar con un “disc jockey de guardia” y un equipo de sonido con enormes altavoces, que aseguren que todo el barrio se entere de que hay fiesta. Respecto al tipo de música, será siempre música haitiana, “kompa”. En primer lugar porque el “disc jockey de guardia” no traerá nunca otra cosa. En segundo lugar, porque aunque los anfitriones dispongan de otras variedades musicales, el “disc jockey de guardia”, nunca las pondrá. Y, en tercer lugar, porque si, “por error”, suena otra cosa que no sea “kompa”, todos los invitados haitianos harán “boicot” y permanecerán sentados con cara de aburridos…
Esto me da pie para citar la tercera peculiaridad de una fiesta en Jacmel: aunque se celebren, como es normal por las altas temperaturas, en un jardín al aire libre, en las fiestas debe contarse con un número de sillas al menos igual a la cantidad de invitados/as presentes… Al menos igual al número de haitianos… Mi experiencia de asistente a fiestas jacmelianas me ha llevado a dudar seriamente de esa leyenda de que los caribeños llevan el ritmo en la sangre… No he visto un grado mayor de “apalancamiento” ni en mis cumpleaños de adolescencia… El porcentaje de invitados que bailan en una fiesta no suele llegar ni al 10%; un porcentaje compuesto, en su gran mayoría, por los “blancos” asistentes…
Entonces, ¿cuál es el momento de mayor animación de una fiesta? Cuarta peculiaridad: el momento en que se sirve la comida. Ese es el verdadero centro de una fiesta. De hecho, tengo la sospecha de que si aparecen invitados (y “no invitados”…) varias horas después de la hora de convocatoria, es porque vienen de otra fiesta donde ya se acabó la comida… De todos modos, en el tema gastronómico como en el musical, los haitianos tampoco son grandes amantes de los “experimentos”: en la última fiesta había cuatro tortillas de patata que creo que ninguno de los haitianos probó… Afortunadamente no se echaron a perder, pues la colonia de españoles presentes dimos buena cuenta de ellas.