lunes, 31 de enero de 2011

La Salud

El cólera continúa azotando Haití. Los medios de comunicación no hablan ya de la enfermedad, ni siquiera en Haití, pero no por eso debe creerse que este gravísimo problema ha sido solucionado.

Los casos tratados en los CTC (Centros de Tratamiento del Cólera), instalados y mantenidos principalmente por Médicos sin Fronteras (MSF), han disminuido muy sensiblemente en las últimas semanas. Pero todavía hay muchas zonas del país que no tienen acceso a centros de tratamiento, o lo tienen de manera muy dificultosa.

Buscando datos actualizados de la situación, he buscado en Google la página del Ministerio de Salud haitiano y me he encontrado con esto. “Alerta Sanitaria”. “Bien”, me digo. “Vamos bien. A ver qué cuentan”. Pero, de inmediato me fijo en la fecha: 20 de enero de 2004. ¿Desde entonces no se actualiza la página? No sé si esta muestra de dejadez gubernamental puede ser una de las explicaciones de lo que pasa en este país. Aunque alguno podría decirme que tampoco está el patio para lucimientos informáticos y que seguro que tienen cosas más importantes que hacer.

Es posible. Pero entonces me pongo a seguir leyendo algunas de las noticias de Salud del 2004. Noticias sobre el SIDA. ¿Quién se preocupa por el SIDA ahora? ¿Ha desaparecido? ¿Se ha controlado? Pues en muchos lugares del mundo, incluyendo Haití, me temo que no. Pero ya no es noticia. Ya no es mediático. Ya no “vende”.

Situación de la epidemia de SARS. ¿Quién se acuerda ahora del SARS? En España se conoció como la Gripe Aviar. La primera de una serie de gripes que han ido surgiendo no se sabe muy bien cómo y que han amenazado, una tras otra, con extinguir la raza humana. Menos mal que allí han estado, siempre oportunamente, los laboratorios farmacéuticos para ofrecernos la salvación, a cambio de “módicas” sumas de dinero, claro.

El cólera no ha desaparecido. No está controlado. Pero quizá ya no vende periódicos, ni sube las audiencias de las televisiones. Por no vender, casi ni hace vender medicamentos. Es muy sencillo y barato de combatir. Si se está cerca de un centro médico, claro. Tal vez por eso, ni siquiera las grandes empresas farmacéuticas muestran demasiado interés en “salvar”, una vez más, nuestra salud.


Otro día de playa

Esta mañana, para ir a una de las playas cercanas a Jacmel, he vuelto a tomar un “tap tap”.

No sé en cuánto está registrado el record mundial de personas que caben en uno de estos vehículos, pero hoy hemos debido estar cerca de batirlo: en un momento dado he podido contar veintiún ocupantes… Aunque quizá no llegue a computar como marca oficial porque dos eran niños… En una de las paradas se han bajado tres personas y han subido dos… más un bidón como de cincuenta litros de gasolina… Desde luego, este país aparece mucho en los medios de comunicación, pero a veces pienso que lo raro es que no aparezca más.

En cualquier caso, llegamos bien todos. Hoy el mar estaba un poco movido. Pude sentir las olas masajeando con energía todo mi cuerpo, lo que no estuvo nada mal.

A la hora de comer, como solo había para elegir pescado o marisco, “no tuve más remedio" que optar por un sencillo plato de langosta. Es curioso, como, lo que en España comí muy rara vez, aquí resulta un plato bastante habitual y asequible.

Como sobremesa, hoy había varios espectáculos en la playa. Por un lado, como inicio de las celebraciones de Carnaval, (una fiesta muy famosa y querida en Jacmel), dos comparsas de niños y jóvenes recorrían la playa tocando música y reclamando un donativo. En una de ellas, los disfraces estaban realizados a partir de ropas desparejas, restos de viejos trajes de Halloween y algún Spiderman despistado. Daban un poquito de pena, la verdad. La otra, sin embargo, era reflejo de la tradición artística que ha dado fama a esta parte de Haití. Estaba formada por cuatro niños, muy jóvenes, que habían elaborado ellos mismos sus máscaras con papel maché para decorarlos después también con sus propias manos. Todo un ejemplo de arte y dignidad.

Arte ninguno y una dignidad discutible, tenía otro de los “espectáculos” que se podían ver esta tarde en la playa. El alcalde de Jacmel y su cuñado, ambos prósperos comerciantes de origen libanés, se exhibían, sin ningún pudor, haciendo esquí acuático con una potente moto de agua que habían traído, como no, en su ostentoso Hummer blanco. Mientras decenas de niños, jóvenes y ancianos, trataban de ganarse en la playa unos pocos gourdes vendiendo cocos, pescado o artesanías, el “representante de la voluntad popular” nos atronaba con su escandaloso vehículo a pocos metros de la orilla. Me hubiera encantado saber lo que pasaba por las cabezas de algunos jóvenes que contemplaban este “espectáculo”; ¿uno más del Carnaval de Jacmel?


La autopista


¿Cada uno elegimos nuestro destino o es más bien el destino el que nos elige a nosotros?

Hoy he tenido una interesante conversación sobre esto. Muchas veces creo que tenemos tendencia a echar la culpa de lo que nos pasa a las circunstancias de nuestro entorno, e incluso a herencias o lastres culturales. El último libro de Eduardo Punset “El poder de la mente”, afirma que en estos casos estamos usando “el cerebro de los muertos”: todo lo que otros han pensado antes por nosotros, que nos ha sido transmitido, y que aceptamos como tal.

Estaríamos siendo arrastrados por una corriente cultural de la que es muy difícil escapar. Todos sabemos lo penoso que puede ser intentar “nadar siempre contra corriente”, física y socialmente. Autores como el mismo Punset proponen que nuestra tarea más importante en la vida sería la de “desaprender” todo aquello que hemos heredado pero ya no nos es útil para evolucionar. Claro que, al menos en mi opinión, eso no ha de suponer “liberarnos” de todos aquellos conceptos e ideas que otros han tenido antes que nosotros.

Para mí sería comparable a conducir por una autopista. Sin duda es mucho más cómodo y nos permite avanzar más deprisa. Pero no podemos entrar en ella y dejarnos llevar sin más. Por muy recta que sea, debemos estar siempre alertas, manejando muestro volante, corrigiendo constantemente nuestra trayectoria. Aunque, sin duda, con mucho menos esfuerzo, físico y mental, que el que necesitaríamos para circular por un camino que muy pocos han recorrido antes. Desde luego, una autopista no nos permite llegar a cualquier lugar, sino solamente a unos pocos sitios que, previamente, alguien ha seleccionado por nosotros. Pero nada nos impide, si estamos atentos a nuestra ruta y a todas las indicaciones que vamos encontrando, salir de la autopista por alguna de sus salidas y, desde allí, encontrar el camino hasta el destino que deseamos alcanzar.

Como decía una compañera mía, seguramente “no hay que inventar la pólvora cada vez”. Podemos y debemos aprovechar lo que otros han hecho, pensado y descubierto antes que nosotros. Pero siempre que eso no nos haga olvidar la imperiosa necesidad de mantenernos siempre atentos y alertas para dirigir, en todo momento, el rumbo de nuestra vida hacia el objetivo que deseemos lograr en cada momento. Como individuos, como pueblos y como Humanidad en su conjunto.

sábado, 29 de enero de 2011

La piel de leopardo

¿En qué ciudad puede encontrar uno una piel de leopardo tirada en medio de la calle?

Posiblemente no sea esta la cosa más rara que le puede pasar a uno en Jacmel. Hoy en el desayuno me contaban que una empresa coreana quiere instalar servicio de internet por fibra óptica en la ciudad. Será curioso ver como levantan las calles para colocar los cables y, de este modo, tenemos alta tecnología, pero no alcantarillado…

Pero últimamente uno no gana para sorpresas en este país. Uno de sus antiguos dictadores, Duvalier, volvió hace unos días; tras gastarse en Europa lo que robó de las arcas del Estado haitiano, vuelve a su país a asegurarse una tranquila jubilación. Está claro que no confía en nuestro “Estado del Bienestar”, y quizá hace bien. Otro de sus gobernantes más polémicos, Aristide, tras años de exilio en África del Sur, se rumorea que ya está en Cuba, listo para volver, también al país… Supongo que, como ciudadano de un país donde los dictadores han muerto de viejos y en su cama, haría mejor en no criticar estos temas, pero, resulta cuando menos extraño.

Tal vez la piel de leopardo represente, de alguna manera al espíritu de este país. El primero en rebelarse contra la esclavitud. Vencedor de la superpotencia de la época. Financiador de Bolívar y otros próceres de la independencia americana… Un fiero leopardo que, con el paso del tiempo, de tantas guerras, tantas luchas, tanta pérdida de sangre, se ha ido quedando en los huesos, sin garras, sin dientes… Apenas le queda la piel. Una piel noble y hermosa, eso sí, pero que ya nadie parece apreciar en estos tiempos de supremacía de “los mercados”.

jueves, 27 de enero de 2011

El trompetista

Esta tarde, como casi todos los días, he recorrido el camino de costumbre entre mi oficina y el hotel donde resido.
Atravieso primero un pequeño campamento de refugiados (¡todavía!) tras el terremoto. Después me bajo por una calle de tierra, aunque, digamos, “principal”. Me voy un encontrando, como es habitual, una pequeña muestra de la población del barrio: adolescentes que regresan del colegio, niños jugando con las piedras del camino, madres preparando la cena a la puerta de sus casas, un par de ebanistas que trabajan junto al camino, alguna minúscula tiendita, novios lavados y perfumados al encuentro de su amada …
La calle no está apenas iluminada, la noche ya ha caído y llevo conmigo una pequeña linterna para esquivar los baches y zanjas más procelosos, aunque, con el tiempo ya voy conociéndolos, claro. En ocasiones, soy deslumbrado por los faros de algún vehículo que viene de frente, sobre todo motos, una especie de “plaga bíblica” en Jacmel.
Todo era como siempre; pero, de pronto, una novedad. Atravesando una de las partes más oscuras del camino, escuché una música. Era el sonido suave y melancólico de una trompeta. Una melodía triste, pero aterciopelada, que parecía acariciarme. Sentí que me dejaba llevar por ella. No sé muy bien a donde, pero eran territorios que me parecían acogedores. Bajo la noche estrellada, por un momento, parecíamos estar el mundo solamente esa trompeta y yo.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Pero hay sensaciones que tampoco pueden reflejarse fácilmente con una imagen. Al cabo de un rato, a la puerta de una casa, débilmente iluminada, pude ver al trompetista. Era joven. No me vio, pero, al llegar yo hasta su altura, dejó de tocar y comenzó a bromear con un amigo que estaba a su lado. El hechizo se rompió. Como todos los hechizos. Volví a ser yo, volví a ser libre, volví a ser dueño de mi destino. Pero, por un instante, como nos ocurre al despertarnos de un bello sueño, no quise retornar a la realidad, a la vigilia. Quise volver a ese otro lugar extraño donde estuve por unos pocos minutos.
Supongo que todos tenemos derecho a unos momentos de melancolía.

domingo, 23 de enero de 2011

El limpiabotas

Todavía no he sido capaz de aprenderme los nombres de las calles de Jacmel, pero tampoco parece algo muy importante. Para dar las direcciones la gente recurre a referencias como, “a la derecha en la TEXACO (una gasolinera), o “por la calle enfrente del Anba Zaman (un bar muy conocido”. Pese a todo, existe gente que pretende encontrar nuestra oficina poniendo los datos en el GPS de su coche, como me pasó con una visita el viernes pasado… Pero esa es otra historia que no es la quería contar ahora.

El caso es que esta mañana pasaba yo por la esquina de la calle de los limpiabotas. Siempre están ahí, en su lugar de trabajo. Nunca recurro a sus servicios porque casi siempre voy con sandalias o zapatillas deportivas, pero hoy, uno de ellos me ha llamado con decisión. Con tanta decisión que no he sabido negarme a aceptar su ofrecimiento de limpiarme las zapatillas.

En primer lugar debo explicar que en Jacmel el oficio de limpiabotas se toma muy en serio, y se considera una responsabilidad que no puede dejarse en manos de jovencitos, como ocurría, por ejemplo en La Paz. Aquí se trata de personas con mucha, mucha experiencia.

En segundo lugar, aquí la relación con el cliente es de igual a igual. Uno no se sienta en esos grandes butacones de los antiguos locales del ramo, como uno que debe estar abierto todavía en el centro de Zaragoza; allí el cliente se siente como un rey, y el limpiabotas parece un humilde siervo sentado apenas en un minúsculo taburete a sus pies. En otros lugares, el cliente permanece de pie mientras, siempre agachado a sus pies, le limpian sus zapatos. Aquí, no. En Jacmel el cliente se sienta en una sillita de enea, enfrente, a la misma altura, que el artesano, que ocupa una sillita igual. Entre los dos una caja con las herramientas del oficio. Uno debe descalzarse y dejar sus zapatos, botas, zapatillas o sandalias, en manos del especialista, que hará con ellos lo que sea menester.

Mientras, con enorme seriedad, el anciano limpiabotas ejercía su oficio ceremoniosamente, yo contemplaba sus arrugas y su expresión de dignidad lamentando no saber creole para intentar averiguar algo más sobre él. Por sus manos habrían pasado los zapatos de miles de personas a lo largo de decenas de años; y, de alguna manera, él les había ayudado a avanzar por la vida. Espero y deseo que quizá un poquito de su sabiduría se me contagie y me permita seguir hacia adelante con prudencia y cuidado, trabajando más y mejor en este país, tantas veces pisoteado, pero ansioso ya de caminar solo, aunque sea con sus viejos zapatos.


Re-conociendo Jacmel

Hoy he salido a pasear, a re-conocer Jacmel. He intentado verla con ojos nuevos, y creo que, en parte lo he logrado por dos motivos.

Por un lado porque estoy aprendiendo a ver a través de una nueva cámara fotográfica. Tras muchos años y muchos viajes juntos, decidí jubilar la anterior, con gran dolor de corazón, por todos los buenos servicios prestados. He sucumbido a la modernidad, y, sobre todo, a las promesas de mayor calidad. Ahora solo espero estar yo a la altura, aprender a manejar y conseguir capturar mejor pequeñas porciones de lo que rodea.

Por otro lado, tengo la sensación de que Jacmel quiere renacer. No estuve aquí durante los actos que conmemoraron un año del terremoto del 12 de enero; pero me han contado que fueron encuentros multitudinarios y muy sentidos. Quizá por eso mismo esa fecha haya marcado un punto de inflexión. Por muy grande que haya sido el dolor, creo nadie puede estar eternamente de duelo. Tal vez sea el momento de retomar las riendas del futuro, con alegría, con nuevas ilusiones.

La situación sigue siendo muy difícil. La reconstrucción apenas ha dado tímidos pasos. El cólera es un visitante indeseable, pero que vino para quedarse con nosotros mucho tiempo. La situación política del país, lejos de aclararse, se complica aún más con el retorno al país de uno de sus dictadores, que algunos creíamos muerto… y tal vez lo estaba; no por nada ésta es la patria de los muertos vivientes…

Pero hoy he visto una Jacmel con ganas de volver a disfrutar de la vida. De hecho, se quieren volver a celebrar sus famosos carnavales. Las típicas máscaras de papel maché, auténticas obras de arte populares, están de nuevo en las tiendas. Me he cruzado con varios mototaxistas bromeando con máscaras y pelucas. Una anciana caminaba sonriente bailando al compás de la música. ¡Incluso el ayuntamiento parece haber comenzado a limpiar las calles…!

Puede que confunda mis deseos con la realidad, pero creo que Jacmel, la ciudad de los artistas quiere, ahora sí, y de una vez por todas, volver a la Vida.


Mensajes en una botella

Muchas veces me pregunto qué sentido tiene realmente escribir un blog. Hay quien dice que no es sino un ejercicio de exhibicionismo, una cierta presunción de que lo que uno escribe le va a interesar a alguien.
Por suerte y para mi sorpresa, son bastantes las personas que afirman que leen mis artículos. Lo que me alegra mucho, pero también, de alguna manera, supone para mí una cierta responsabilidad.
Si tuviera que compararlo con algo, estos escritos serían para mí como mensajes dentro de una botella y arrojados al mar. Nunca sabré quién los lee, pero espero con ellos que otras personas sepan dónde estoy, qué hago y cómo me siento.
Y si nadie los leyera, tampoco pasaría nada, pues para mí lo importante es cerrar la botella y arrojarla al mar. En este caso es un mar virtual, los océanos de internet, por los que navegan millones de personas todos los días.
La mayor parte son y serán desconocidos; pero también sé que navegan muchas personas muy queridas por mí. Del mismo modo, por estas procelosas aguas pueden encontrarse malvados piratas y bucaneros, que atacan nuestras islas personales con andanadas de spams no deseados. Pero bueno, son las reglas del mar en este caso: libertad a cambio de mensajes y comentarios no deseados…
En el fondo, quizá todos vivimos en una isla, nuestra isla. Y todos pasemos la mayor parte de nuestra vida escribiendo mensajes para echarlos al mar metidos en una botella, soñando que alguien maravilloso los lea y sepa encontrar el camino a nuestra isla, o nos indique la ruta para viajar hasta la suya.
Anoche vi una película, “Tuvalu”, que seguramente habla de eso, de mapas escondidos, de islas soñadas y de la búsqueda de compañeros de viaje para alcanzarlas. Un curiosa historia que combina la estética del cine mudo clásico con hallazgos estéticos muy interesantes. En ella casi no se habla, pero, sin embargo, sus personajes son capaces de comunicarnos muy bien sus emociones y, sobre todo, sus sueños.

sábado, 22 de enero de 2011

Comunicaciones

Me resulta curioso como algunas actitudes van cambiando con los años. Nuestra sociedad va cambiando, tal vez evolucionando. En grandes líneas creo que podría decirse que para mejor. A pesar de las tremendas desigualdades y de los grandes problemas a los que se enfrenta todavía la Humanidad es difícil negar que se han dado pasos hacia adelante.

Algunos cambios, sin embargo, me resultan chocantes. Uno de ellos es el que se refiere a la actitud al hablar por teléfono. Cuando yo era niño, no todas las casas tenían teléfono. Esos grandes aparatos de baquelita (por cierto, ¿qué ha sido de ese material?) solo estaban en algunas casas; generalmente en un lugar privilegiado. Para llamar a quienes no tenían teléfono en su hogar o en su lugar de trabajo había que recurrir a algún vecino cercano, que no tenía inconveniente en avisarle. En el caso de los pueblos, era muy normal que hubiera un solo teléfono para todos, de modo que la casa donde estaba se convertía en el centro de información del lugar. La telefonista, (porque, normalmente, el sistema estaba a cargo de una mujer), quizá en compensación por las molestias de tener que avisar a todo el mundo, llegaba a conocer la vida y milagros de todos sus convecinos.

De todos modos, recuerdo que en esa época teníamos un cierto pudor al hablar por teléfono. Si recibíamos una llamada y había otra persona en la habitación, como no podíamos llevar con nosotros el aparato (muchas veces sólidamente anclado en la pared), le pedíamos educadamente que saliera mientras hablábamos. En el caso de los pueblos, las centralitas solían disponer de una especie de “confesionario laico”, más o menos artesanal, donde se encerraba el que recibía la llamada para mantener una cierta intimidad.

Por no hablar de las cabinas, ese, entonces, omnipresente mobiliario urbano que nos permitía, de una forma casi mágica, hacer llamadas desde casi cualquier lugar. Además de que nos permitía una total intimidad y aislamiento, del que no siempre disponíamos en el hogar. Construidas a conciencia, su particular estética servía incluso para caracterizar paisajes, como en el caso de las cabinas inglesas. Dentro de ellas tuvieron lugar multitud de historias: amorosas, de infidelidad, policiacas, de espionaje… E incluso originaron un género característico dentro de los chistes y el humor gráfico.

Con la llegada de los teléfonos móviles, durante un tiempo se mantuvieron las formas heredadas de la época anterior. Hasta hace poco era normal, al recibir una llamada al móvil, excusarse con los presentes y salir de la habitación para contestar. Sin embargo, creo esa es una actitud a punto de extinguirse. Día a día compruebo que queda muy poco de ese pudor y ese deseo de intimidad en las comunicaciones. En general creo que se mantiene una actitud que no se bien si calificar de irresponsable o de exhibicionista. Por la calle, en los transportes públicos, en las tiendas e incluso en los centros de trabajo, nos vemos rodeados de conversaciones, supuestamente privadas, que no nos interesan en absoluto. Algunas son totalmente intrascendentes, pero otras llegan a causarnos turbación: discusiones conyugales, amenazas, súplicas… Estamos inmersos diariamente en un océano de emociones humanas que, sin embargo, es posible que cada vez nos hagan más insensibles al prójimo.

¿Qué diría de todo esto la telefonista del pueblo de mi abuelo?


Supermercados

Ayer fui de compras. Necesitaba reponer algunas cosas para mi austera despensa en Jacmel. Tuve que enfrentarme de nuevo al concepto local de “supermercado”. Mi educación burguesa occidental todavía me presenta dificultades ante la situación de encontrarme con que el comercio más grande de la ciudad tiene más o menos el tamaño del salón de mi casa. Y no es que tenga una casa tan grande…

Aquí la situación no es tanto qué elegir como qué cosas podría cocinar con lo que puedo encontrar en las estanterías. Porque al hecho del escaso número de artículos distintos disponibles se une el que todavía no haya sido yo capaz de comprender el criterio del encargado de las compras del “supermercado”. ¿Quién compra comida para perros en Jacmel? ¿Es realmente necesario tener seis variedades disponibles? ¿Se han dado cuenta realmente de que es comida para perros?

De todos modos, debo estar comenzando a acostumbrarme, porque los últimos días que pasé en España me sentía, de algún modo, bloqueado. Era incapaz de responder a la inmensa cantidad de estímulos para el consumo que nos asaltan continuamente. Ante tantas ofertas, ocasiones, rebajas, oportunidades o novedades, me veía incapaz de dar un paso, tomar algo y dirigirme a la caja. Me sentía saturado.

Siento que algo extraño me ocurre. Aquí no hay mucho donde elegir a la hora de ir a comer o cenar. Sin embargo, la semana pasada, solo en Madrid, con cientos de restaurantes para satisfacer mis apetitos, terminaba yendo siempre al mismo sitio.

Creo que me estoy volviendo tremendamente insolidario e irresponsable, pues nuestros gobernantes no paran de decirnos que solo incrementando el consumo saldremos de la crisis… Una crisis que, por otro lado, parece haber sido causada por la irresponsabilidad de los bancos que promovieron nuestro endeudamiento para poder así consumir más…

viernes, 21 de enero de 2011

De nuevo en Jacmel


He vuelto a Jacmel. Soy reincidente. No tengo excusas. Ya no puedo apelar al desconocimiento o la ignorancia. Ahora ya sé dónde me meto. Y por eso he vuelto. Para tratar de trabajar más y mejor.

Al hacer el viaje por segunda vez supongo que he perdido un poco, no sé bien si la inocencia o una cierta curiosidad infantil. Puede que la primera vez que hacemos un viaje lo hagamos más con ojos de niño, con una disposición total a dejarnos sorprender por todo lo que vemos. Después, nos dedicamos más bien a analizar algunas cosas, pero también descubrimos otros detalles que se le habían escapado a ese niño inocente.

El vuelo a Santo Domingo fue tan bullicioso como para ser de costumbre. Con el agravante de tener en el asiento de detrás a un típico varón dominicano que se pasó todo el viaje presumiendo en voz alta de sus lances amorosos, ¡remontándose a 1978…! Con todo, fue un trayecto mucho más llevadero, gracias a que mi compañera de trabajo y de viaje combinó su experiencia con esa carita de niña buena que sabe poner a veces para convencer a la azafata de que nos permitiera ocupar dos asientos que estaban libres en la fila de las salidas de emergencia, lo que nos permitió estirarnos durante el viaje.

En Santo Domingo me alojé esta vez en un pequeño hostal del centro que recomendaron. El lugar no estaba del todo mal, pero eso sí, en la recepción tuve que esperar varios minutos hasta lograr que el encargado despegara los ojos del televisor, tan ensimismado estaba siguiendo un partido de futbol.

El vuelo a Puerto Príncipe fue tan eficiente que salimos a las nueve de la mañana y llegamos a las nueve menos diez… Aun teniendo en cuenta el cambio horario entre Haití y la República Dominicana llegamos adelantados.

Esa circunstancia hizo que no me extrañara que la persona que había quedado en recogerme en el aeropuerto no estuviera. Al ir a llamarle descubrí dos cosas: que el saldo de mi móvil haitiano había expirado y que tenía muy poca batería. Entre la nube de taxistas que se ofrecían a llevarme tuve la suerte de encontrar uno especialmente amable que me permitió usar su teléfono. Mi contacto había pinchado y tardaría un buen rato todavía en llegar. Este hecho me permitió observar detenidamente a los distintos tipos de viajeros que fueron llegando hoy a Puerto Príncipe. Destacan, sin duda, los “grupos solidarios”. El modelo estándar suele estar formado por tres o más blancos, muy blancos, viajando sonrientes en la parte de atrás de una pick up, encaramados a un cúmulo de materiales diversos.

Como la espera se alargaba, los taxistas no cejaban en su empeño de convencerme para que recurriera a sus servicios. Algunos apelaban a la economía, la seriedad y la seguridad. Pero otros recurrían a tácticas de desmoralización: “Su amigo no va a venir”, “¿Y qué va a hacer usted si no viene?” “Lleva usted mucho rato ya, eh?” “¡Pues sí que tiene usted paciencia!” Realmente el tiempo pasaba, el compañero no llegaba y la batería de mi móvil estaba a punto de acabarse. El sol de Haití comenzaba a calentar en serio y yo seguía allí, abrazado al abrigo que traía desde el frío de Madrid. Mi situación distaba todavía mucho de ser desesperada, pero el hecho de ver a mi lado a un guiri que, sentado en el suelo, comenzaba a leer el Génesis me resultó un tanto inquietante.

Finalmente, mi paciencia fue recompensada y me vinieron a buscar. Al atravesar la ciudad, ésta me pareció algo menos caótica que la primera vez. El recorrido fue distinto y esta vez sí que pasamos por Champ de Mars, la zona que alberga las impresionantes ruinas del Palais National, cuya imagen, hace algo más de un año dio la vuelta al mundo.

Tras un viaje amenizado, casi en su totalidad, por conversaciones sobre la complejidad de la política haitiana, pasada, presente y futura, sobre las dos de la tarde llegamos a Jacmel.

Cuando estaba a punto de dejar Madrid el miércoles, la directora de mi organización me preguntó “¿Regresas a casa?”. Yo no supe que responderle. Siempre he pensado que realmente mi patria, mi país, es solamente el lugar que ocupan mis seres queridos. El caso es que ahora están lejos y yo vivo aquí, en Jacmel.

domingo, 16 de enero de 2011

Historias de Amor


Estos días de vacaciones en España he aprovechado para ver cine. Y he tenido la inmensa suerte de ver dos películas impresionantemente hermosas.
La primera es "Mis tardes con Margueritte", una película francesa, sencilla, sin demasiadas pretensiones que cuenta una historia cercana. Trata de una relación intergeneracional entre un inmenso (en todos los sentidos) Gerard Depardieu y una minúscula físicamente, pero enorme ancianita que hace aflorar del interior del bruto del pueblo toda la sensibilidad que ni él mismo sabía que albergaba.
La segunda es "Cartas al padre Jacob", una muestra del cine finlandés con una tremenda sensibilidad, en la que cada escena, cada plano, cada nota de la banda sonora es un destilado de belleza. Todo para hablar sobre la búsqueda de cada ser humano de un sentido para nuestras vidas.
Como me dijo alguien hace unos días, es importante compartir todo aquello que nos llena y que nos satisface. Por eso quiero recomendar dedicar un rato de nuestras agitadas vidas a disfrutar de estas dos películas, y comprobar que no siempre es necesario un gran presupuesto y un derroche de efectos especiales para construir un buen relato, y que no en todas las historias de Amor se dice "Te Quiero".

miércoles, 12 de enero de 2011

Un año después


Hoy hace un año que la tierra tembló en Haití. Acabó con la vida de más de 200.000 personas, pero también con las ilusiones de todo un país de más de diez millones de personas. Más de 1.300.000 personas perdieron su hogar y pasaron a vivir en tiendas de campaña durante meses y meses. En estos precarios refugios han pasado dos temporadas de lluvias y un huracán. Desde hace unos meses luchan diariamente por no caer enfermos de cólera.

A día de hoy, un año después, Naciones Unidas hace números y declara que “sólo” 810.000 personas siguen viviendo en campos de desplazados. Hoy también, uno de los principales diarios españoles lleva a su portada que Haití es un país “desolado y violento”.

Yo nací en Zaragoza; una ciudad que en estos momentos debe rondar los 810.000 habitantes. Los zaragozanos tenemos fama de gente pacífica y honrada; pero no ceso de preguntarme hoy cómo se comportarían mis paisanos si llevaran un año de “camping forzoso”, soportando el cierzo, la niebla y los cuarenta grados del largo verano del valle del Ebro viviendo bajo una lona, sin trabajo, haciendo sus necesidades en una letrina y escuchando a sus representantes políticos decir que tendrán que pasar varios años antes de que puedan aspirar a volver a tener una casa.

¿Realmente seguiríamos siendo gente pacífica y honrada?

¿Podemos decir que es violento un país en el que, a pesar de todo, las madres siguen despertando a sus niños temprano, lavándoles, vistiéndoles y peinándoles para que vayan a la escuela?

sábado, 8 de enero de 2011

También la lluvia

Fui a ver esta película después de haber leído una crítica que la calificaba de “perfecta”. Posiblemente no lo sea del todo; pero, sin duda, no es fácil que deje indiferente al espectador.

No puede esperarse menos de Iciar Bollaín; alguien que de niña debutó como actriz en una obra de arte mítica como es “El sur” de Víctor Erice.

Me gustan las películas que cuentan historias, y aquí se cuentan varias. Historias pasadas y presentes. Historias reales y ficticias. Historias con mayúscula y con minúscula. Historias de codicia e historias de buenas intenciones.

Colonización, revolución, evangelización, deslocalización, globalización, cooperación. Muchos temas, muchas etiquetas, para una película difícil de clasificar, difícil de resumir. En algún momento me vino a la mente la frase “si no eres parte de la solución, eres parte del problema”. Pero sé, por experiencia, que, en ocasiones, algunas soluciones, incluso con la mejor intención, pueden crear más problemas.

El argumento presenta como protagonistas a un equipo de cine, pero he visto reflejadas en la pantalla muchas imágenes del trabajo en cooperación: la situación privilegiada de los expatriados respecto a los “beneficiarios”, el trato privilegiado de las autoridades hacia los “financiadores”, el “buenrrollismo” con los indígenas, los cooperantes “bon vivants” que piden evacuación inmediata cuando la cosa se empieza a “poner fea”… No creo que ese paralelismo sea inocente, casualidad, ni deformación profesional por mi parte. Tampoco es casual que esta película se haya rodado en mi querida Bolivia en este momento, sin duda con todas las facilidades por parte del actual gobierno de Evo Morales.

Bolivia fue, hasta hace muy poco, un país dependiente de las ONGs y la ayuda internacional. Todavía en 2005, al llegar el mes de octubre, el gobierno boliviano mendigaba de puerta en puerta de organismos internacionales para conseguir el dinero necesario para pagar los sueldos de sus funcionarios hasta final de año.

Actualmente, el título de “república de ONGs” lo ostenta Haití. También allí los planes de reconstrucción contemplan, entre otras cosas, intervenciones masivas de la “iniciativa privada” sin contar para nada con la opinión de la población.

No todo puede arreglarse con dinero, ni siquiera tal vez con una revolución, pero como dice uno de los protagonistas de la película“¿por qué siempre cuesta tanto?...”.


lunes, 3 de enero de 2011

¿Un número bonito?

Hace muy pocos días fue el sorteo de lotería de Navidad en España. Una de las fechas más esperadas del año. Todo el país pendiente de los números. Números soñados; números anhelados; números bonitos.

¿Qué es un número bonito? ¿El 3.333 es un número bonito? Tal vez. Pero 3.333 es también el número de muertos por la epidemia de cólera en Haití, según las cifras oficiales.

Y detrás de esa cifra hay 3.333 tragedias humanas, 3.333 historias, 3.333 familias.

No se trata de números solamente, sino de 3.333 personas, como tú y como yo. La única diferencia es que ellos y ellas nacieron en un país donde el agua que sale por el grifo más cercano o corre por el riachuelo más cercano a tu casa es portadora del cólera. Personas que crecen, viven, comen y aman en casas donde no hay baños ni letrinas, donde el ayuntamiento no recoge la basura, y donde ir al médico más cercano puede suponer un viaje de más de un día de camino.

A los haitianos también les gusta mucho jugar a la lotería. También apuestan por sus números soñados. Pero desgraciadamente a veces da la impresión de que están abonados a la gran lotería mundial de las catástrofes.