domingo, 31 de octubre de 2010

Acostumbrarse


Poco a poco, sigo conociendo Jacmel, sigo conociendo algo más de Haití.
Ayer, otro español que lleva algo más de tiempo aquí, me preguntaba si ya me había acostumbrado a la vida en Haití. Yo le contesté que si es que uno se acostumbra. Él se quedó un momento pensativo y me dijo que, realmente, era una buena pregunta.
¿Y a qué hay que acostumbrarse? ¿A no tener algunas de las comodidades a las que estamos acostumbrados en Europa? Eso tal vez nos ayude incluso a valorar más algunas cosas que nos pasan desapercibidas, y a las que no damos importancia. Tener agua potable y recogida de basuras; poder acceder a una sanidad gratuita para todos; disponer de una red de carreteras transitable durante todo el año… ¿Alguien se felicita por tener eso en España?
¿Alguien se plantea realmente que los haitianos tendrían también derecho a todo eso? La verdad es que no estoy muy seguro de que ni ellos mismos se lo planteen. Haití está en campaña electoral. El próximo 28 de noviembre debe elegirse presidente de la república, así como diputados, senadores y alcaldes. Jacmel está lleno de carteles de los diferentes candidatos; pero sus mensajes no van mucho más allá de “Vótame a mí en lugar de a ese otro”.
Mientras tanto, o a pesar de eso, la vida sigue. Hoy he salido a recorrer el centro histórico y he coincidido, en un momento dado, con la salida de misa de una de las iglesias. Todo el mundo, hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos, salía vestido de punta en blanco. Como suele decirse “parecía que iban todos de boda”. Las iglesias, los edificios, las infraestructuras, están dañadas. La esperanza de muchos haitianos también. Pero esta gente, como esta ciudad, se resiste a desaparecer.
Superado el primer impacto, intento que mis ojos comiencen a vislumbrar todo lo que hay detrás, más allá de los escombros, las ruinas y los montones de basura. Imaginar cómo sería la plaza principal de Jacmel, presidida por el lema “Liberté, Egalité, Fratenité”, antes de estar ocupada por las tiendas de los refugiados… No se trata de no querer ver las muestras de ruina y abandono que, casi diez meses después del terremoto todavía están presentes. No quiero dejar de ver a los miles de personas que viven aquí todavía en “refugios provisionales” (simples tiendas de campaña). Pero quiero entrever, en el pasado que adivino, el futuro posible.
Es cierto que algún niño se me ha acercado y me ha pedido “un gourde” (la moneda local), pero no es lo habitual. Cuando iba a venir para acá, bromeaba con que en Haití iba a ser “el blanco perfecto”, pero no así. Hoy se me ha acercado un muchacho, de unos quince años, muy amable y, tras presentarse, me ha acompañado un rato en mi camino. ¿Qué quería? Quería practicar un poco su inglés. Me ha preguntado, entre otras cosas, dónde aprendí yo el inglés. Le he dicho que en la escuela. Él, sin embargo, está pagando una academia privada para aprenderlo. ¿Valoran nuestros jóvenes de quince años las oportunidades que les ofrece el instituto? ¿Valoran sus padres que la enseñanza sea gratuita?
¿Me acostumbraré a vivir en Haití? ¿Hacemos bien a “acostumbrarnos” a vivir en España?

viernes, 29 de octubre de 2010

Píldoritas de Jacmel

Al cumplir una semana en Jacmel supongo que debería ser capaz de transmitir algunas de las impresiones, conocimientos o sensaciones que he ido acumulando. Pero aún me sigue resultando complicado.

La verdad es que, de momento, tengo poco más que imágenes sueltas, instantáneas que quisiera ir transmitiendo:

En Jacmel no se recoge la basura, pero el alcalde se pasea a todas horas en su coche, un Hummer, color blanco, siempre limpio e impecable.

A la ciudad, la noche le favorece. Esta noche he descubierto la zona de viejas casas coloniales que recuerdan a las de New Orleans

He descubierto que la gente puede decirte por la calle “Salut, blanc” (“Hola, blanco”), pero hacerlo con respeto, sin asomo de desprecio.

En Jacmel se madruga mucho. Amanece a las 5.30 de la mañana y a las seis hace un sol que te quita las ganas de seguir en la cama.

El primer día, el tráfico de motos me pareció una locura. Hoy ya he ido incluso tranquilo en una moto. Por cierto que solicitar que un moto taxista lleve a dos pasajeros se considera muy normal aquí.

Es sorprendente la actividad cultural de una ciudad de apenas 40.000 habitantes: Haití será el país más pobre de América en renta per capita, pero no en inquietudes culturales de su población.

No entiendo la radio en creole, pero sí los resultados del futbol de la liga española cuando los anuncian.

Por cierto, ¿por qué si las escuelas enseñan oficialmente en francés, la mayor parte de la población sólo hablan creole?

Me resulta todavía extraño caminar junto a campos de refugiados con total normalidad por ambas partes.

Es curioso que en un país sin producción de cebada, una de las mejores cosas sea su cerveza: “Prestige”.

lunes, 25 de octubre de 2010

Destino Haití. Capítulo 5: Jacmel


Jacmel no es Puerto Príncipe. Pero Jacmel es Haití y también sufrió mucho los efectos del terremoto del 12 de enero de 2010. En esa fecha, la ciudad estaba a punto de ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Pero el temblor, e incluso un pequeño tsunami posterior, la castigaron duramente.

Fundada por los franceses a finales del siglo XVII, llegó a ser uno de los más importantes puertos cafeteros en el siglo XIX. La riqueza de sus comerciantes adornó la ciudad hasta hacerla parecer un pequeño New Orleans.

Por desgracia, ahora mismo cuesta bastante encontrar esa legendaria belleza. He recorrido a pie sus calles. Muchas están todavía gravemente dañadas con socavones y zanjas. Montones de escombros y basura abandonada por cualquier lugar son compañeros ineludibles de cualquier paseo por el Jacmel de ahora mismo.

Sin embargo, la ciudad, tradicional cuna y refugio de los artistas haitianos, parece no querer rendirse. Tras el terremoto, cuando los ojos del mundo se fijaron en Puerto Príncipe, nadie se acordó de Jacmel, que quedó aislada de la capital. Pero los alumnos de su Escuela de Cine salieron a la calle, cámara en mano, para comunicar al resto del mundo lo que aquí estaba pasando. Semanas después, esos mismos artistas ofrecieron sesiones de cine en los campos de refugiados para contribuir a paliar los efectos psicológicos de la catástrofe, a menudo olvidados por los programas de ayuda internacional.

Además, mientras la ayuda llegaba, organizaciones locales como CROSE se ponían al frente de las tareas de emergencia a través de grupos de voluntarios de la ciudad. Posteriormente, estas mismas entidades locales fueron las que sirvieron como ayuda inestimable a las ONGs internacionales para canalizar la ayuda humanitaria y las que diseñaron y comienzan a ejecutar gran parte de los proyectos y programas de desarrollo post-emergencia.

Sin embargo, en escuchado algunos comentarios al respecto de que este sentimiento de solidaridad, de compañerismo de las primeras semanas tras el terremoto parece que tiende a transformarse, poco a poco, en un “sálvese quien pueda”. Una de las razones podría ser la cercanía de las elecciones que está previsto que se celebren el próximo 28 de noviembre, sin haber cerrado aún tantas y tantas heridas, físicas, pero también psicológicas, morales e incluso culturales.

Reitero que quiero pensar que Jacmel no se rinde. Llevo pocos días aquí, pero he podido comprobar que del infierno al paraíso puede haber sólo unos pasos. Sin duda, son pasos duros de dar entre montones de escombros y basura. Pero el esfuerzo merece la pena, y estoy seguro que muchos hombres y mujeres de este lugar están dispuestos a dar lo mejor de sí mismos para ser dueños y artífices de un futuro mejor.

domingo, 24 de octubre de 2010

Destino Haití. Capítulo 4: de Puerto Príncipe a Jacmel


Me resulta muy difícil describir Puerto Príncipe.

Podría recurrir a algo sencillo y definirla como caótica. Pero creo que es algo más. Mucho más. Depende de donde poses la vista puede parecer una ciudad digamos “normal”. En algunos aspectos hasta bonita, con vegetación tropical y una luz hermosa. Pero, sin transición, uno puede ver también una ciudad devastada, como recién salida de una guerra. Montones de escombros, casas dobladas sobre sí mismas, en equilibrio precario. Y los campos de refugiados; ocupando cualquier espacio abierto, decenas y decenas de tiendas donde, desde hace ya más de diez meses, miles de familias viven sobre los escombros, rodeados de ruinas y basura.

Pero la ciudad tiene muchas caras. Egido, mi compañera de trabajo quería aprovechar que venía la capital para hacer unos cuantos recados. Tenía que pasar por la compañía de servicios de internet a pagar unas facturas y mientras lo hacía me dejó en uno de los supermercados más modernos de la ciudad, el Giant. Se trata de un establecimiento de aspecto totalmente europeo, incluso con un cajero automático en la puerta. Su oferta de productos es también ampliamente europea, especialmente de marcas francesas. Una nota curiosa podría ser que, en un momento dado, podría haber más cajeras (ocho ó diez) que clientes…

No era precisamente lo que esperaba encontrarme en mi primera hora en la ciudad, pero a pesar de encontrarme completamente desubicado es ese enclave europeo dentro de Puerto Príncipe, procuré cumplir con el trámite de hacerme con algunas provisiones, aún sin tener claros el nivel de precios ni el cambio gourde/euro.

La siguiente parada fue en el banco. Un edificio imponente, pero donde para entrar tienes que pasar al lado de varios enormes generadores eléctricos. Oficinas luminosas, aire acondicionado, empleadas y empleados bien trajeados… Un banco, al fin y al cabo. Pero un banco donde pasamos casi dos horas esperando que nos consiguieran tres justificantes de transferencias… Una primera lección de paciencia.

A la vez recibí otra lección. Esta vez de confianza basada en la experiencia. La noche anterior en Santo Domingo, Carmen la había pasado sufriendo por dónde aparcar el coche de manera que no se vieran las maletas. Aquí, en Puerto Príncipe, Egido dejó el coche con las maletas a la vista durante dos horas en plena calle, sin sentir la menor preocupación.

Terminados los trámites bancarios, teníamos concertada una cita con una asociación de mujeres. Como yo no estaba todavía al día del proyecto, me quedé esperando en otra salita. Enseguida Tamara, la recepcionista, me pidió que me sentara a su lado y le hiciera compañía. Lo primero que hizo fue mostrarme una docena de fotos suyas que tenía en el ordenador posando, bien vestida y maquillada, como una modelo profesional. La verdad es que la situación me causó cierto rubor y una cierta incomodidad. Le dije que a mí no se me ocurriría tener una foto mía de fondo de escritorio en el ordenador, pero a ella le parecía normal. Después me comenzó a cantar canciones de Selena, una artista country mexicano-americana. Me dijo que estaba estudiando español y me propuso conversar para practicar, ella en español y yo en francés. Estuvimos pues, dándonos lecciones hasta que Egido terminó su reunión y nos fuimos.

Salir de Puerto Príncipe puede llegar a ser una pesadilla. La ciudad no fue nunca un modelo urbanístico, pero ahora, tras el terremoto y con unas obras de reconstrucción no demasiado planificadas, uno nunca sabe qué calle o qué avenida puede estar cortada, o dónde un arroyo se ha desbordado y hay balsas de agua de más de medio metro de profundidad. El tráfico es una mezcla de camiones de los cascos azules y coches de ONGs internacionales con los medios de transporte público locales, los “tap-tap” camionetas o pequeños camiones adaptados para llevar a ocho o diez pasajeros en la parte trasera, algunas de ellas decoradas con elaborados diseños y vivos colores.

Al atravesar la parte baja de la ciudad fui viendo cada más zonas devastadas por el terremoto del 12 de enero. En algunas de ellas parecía no haber cambiado nada desde entonces. Especialmente impactante es pasar junto a algunos mercados, rodeados de montones enormes de basura y aguas sucias. Sin duda una tremenda bomba epidemiológica a punto de estallar.

Oficialmente fuera de Puerto Príncipe, pero prácticamente unidas a ella, se encuentran las poblaciones de Carrefour, Gressier y Leogane. En ésta última se localizó el epicentro del terremoto y quedó totalmente destruida, aunque no la atravesamos porque la carretera a Jacmel la rodea.

Lo que más me llamó la atención en el camino a Jacmel es que, a lo largo de sus casos más de cien kilómetros, nunca dejas de ver personas a los lados de la carretera. Sentados a la puerta de casa, caminando de lugar a otro, sacando vacas y cabras a pastar… Hombres, mujeres, niños y ancianos flanquean la carretera.

Para llegar a Jacmel hay que atravesar una zona montañosa con abundante vegetación. Una gran parte de Haití ha sido deforestado, pero todavía se conservan algunas zonas verdes, aun sin poder ser consideradas exuberantes.

Al anochecer del 21 de octubre entré por fin en Jacmel. Mi destino en Haití.

Destino Haití. Capítulo 3: el vuelo a Puerto Príncipe


Mucho no dormí esa noche. Ni siquiera el cansancio o el cambio horario me ayudaron. Pedí en recepción que me despertaran a las 5.15 de la mañana, pero a las 4.30 ya me estaba duchando.

Mi hotel era el utilizado habitualmente por muchos pilotos y azafatas, por lo que era posible desayunar a partir de las 5 de la mañana. Lo cual agradecí mucho. Entre otras cosas porque tampoco estaba muy seguro de cuándo volvería a comer ese día.

Había convenido con Carmen que, la temprana hora y el exiguo recorrido le eximía de acompañarme al aeropuerto de nuevo. Así que solicité los servicios de un taxista local.

A las 6 ya estaba en el aeropuerto facturando el equipaje a Puerto Príncipe. Como no había demasiadas cosas que hacer en el aeropuerto a esas horas, inmediatamente pasé el control de pasaportes. Mala cara debía llevar tras una noche sin dormir, porque fue la primera vez que cachearon (a ver si es verdad que tenía la cara de Tom Hanks en “Castaway”…) Eso sí, el funcionario que lo hacía no dejó de pedirme excusas en todo momento. Detrás de mi pasaron seis japoneses de la MINUSTAH (los cascos azules de la ONU encargados, supuestamente, de mantener el orden y la seguridad en Haití)

El vuelo iba a salir con retraso, de modo que estuve esperando casi dos horas en la puerta de embarque. Cuando llegó el momento nos hicieron formar a los treinta pasajeros en fila de a uno para acceder, caminando, al pequeño avión de hélice que nos esperaba alejado de la terminal.

Este vuelo no fue tan animado como el anterior. El pasaje iba en silencio. Apenas dos o tres haitianos en el avión. El resto, “gringos” de todo pelaje y condición.

Menos de una hora después el avión iniciaba el descenso sobre Puerto Príncipe. La verdad es que si no hubiera visto tantas imágenes, ni leído tantas crónicas del terremoto del 12 de enero, el paisaje, desde el aire, podría haberme parecido hasta bonito. Pero aquí, allí, allá, se veía repetida la imagen de los campos de refugiados donde todavía, diez meses después todavía viven, en muy precarias condiciones, cientos de miles de personas.

Tras tomar tierra, el aparato se acerco a la terminal del aeropuerto Toussaints Louvertoure que parecía bastante digna y entera. Pero no debía estarlo tanto, pues inmediatamente fuimos trasladados en un autobúes a los barracones provisionales que, al otro lado del aeropuerto, hacen las veces de terminal.

El control de pasaportes fue sencillo y, esta vez no tuve que pagar un impuesto “de turista” para entrar al país. Recogidas las maletas salí al exterior donde me esperaba la representante en Haití de la organización para la que iba a trabajar.

sábado, 23 de octubre de 2010

Destino Haití. Capítulo 2: noche en Santo Domingo

Carmen, amiga y compañera que conocí en Bolivia, vino a buscarme al aeropuerto de Santo Domingo con la mejor de las voluntades. Entre otras cosas, quería librarme de las pérfidas garras de los taxistas de la ciudad, unos “buitres” que revolotearían a mi alrededor en cuanto me vieran “nuevo”. A tal fin, sacamos cuentas y convinimos que nos saldría más barato alquilar un coche por un día que pagar las tarifas estipuladas entre el aeropuerto y la ciudad y viceversa. Además, podría disponer de sus inestimables servicios como guía y como buena conocedora de la peculiar idiosincrasia de la sociedad dominicana.

El problema era que Carmen no conduce mucho habitualmente, que ya se había hecho de noche, y que no tenía la más remota idea de dónde estaba el hotel que tenía yo reservado.

Pese a todo, nos metimos muy decididos en la autopista que comunica el aeropuerto y la capital. A los pocos kilómetros vimos mi hotel, pero no fuimos capaces de encontrar un modo de salir de la autopista, escasamente iluminada, por otra parte.

Un poco apurada, Carmen decidió llamar por el móvil al hotel, para pedir referencias de cómo llegar. Tras una conversación de más de cinco minutos, llegamos a la conclusión de que los empleados eran muy amables, pero tampoco podrían indicarnos nada. De manera que les avisamos de que llegaría más tarde y decidimos ir directamente a la capital.

Estuvimos un ratito en su casa, tomando una cerveza en su terraza mientras me iba poniendo un poco al día del ambiente político-social del país. Acababa de terminar una consultoría para el ministerio de Educación por lo que tenía bastante información interesante. Interesante fue también su observación de que, como había podido comprobar en el avión a los/las dominicanos/as les preocupa mucho estar siempre estupendos/as, pero que eso estaba alcanzando, en algunos casos niveles patológicos. Parece ser que determinado tipo de turismo tendía a considerar la isla un paraíso sexual y algunos sectores de la juventud local se sentían como “obligados” a responder, en cuanto a vestimenta, actitudes y objetivos, a esas expectativas externas.

Al cabo de un rato nos trasladamos a un pequeño bar al aire libre que ella conocía, a los pies de las ruinas del Monasterio de San Francisco, el primero fundado en tierras americanas, pero arrasado por un huracán algunos años más tarde. Sin duda era un lugar muy agradable, con música de fondo como parece inevitable en el Caribe, pero sin estridencias.

En un momento dado, se puso a llover y pedimos cobijo en una sombrilla cercana, ocupada por un pequeño grupo de jóvenes dominicanos. Nos acogieron de inmediato, pese a afirmar que eran un “peña” muy restringida que se reunía cada miércoles para charlar de todo tipo de temas, sin excluir los más delicados, como la política, la religión o los problemas sociales del país. La verdad es que el rato que pasamos con ellos fue bastante agradable, con un nivel dialéctico muy bueno, aunque amable y distendido. Carmen me confesó más tarde que ese no era el tipo de grupo de jóvenes que uno se suele encontrar en las noches de Santo Domingo.

Curiosidades de la tertulia: Me dijeron que era la primera vez que habían encontrado a un español “despierto” la primera noche tras un viaje transoceánico a Santo Domingo. Por otro lado, uno de los jóvenes estaba empeñado en mi tremendo parecido con el actor americano Tom Hanks en la película “Castaway”. Viendo alguna imagen de esa película no sé si debí tomármelo como un halago o como una provocación…

La otra curiosidad fue que, al revelarles que mi visita a Santo Domingo sólo era un tránsito hasta mi destino final en Haití, todos se pusieron de repente serios. Para ellos, el país dista de ser una “nación hermana”. Pese a compartir isla, los separan, según ellos, lengua, cultura y religión. Tenían opiniones bastante pesimistas sobre el futuro de Haití, pese a que el único que había cruzado la frontera no había estado más de veinte minutos en “el otro lado”.

Aunque el ambiente era agradable, Carmen y yo estuvimos de acuerdo en que había que irse, pues tenía que llevarme sano y salvo a mi hotel.

Esta vez conseguimos encontrar la entrada a la primera. De manera que, tras agradecerle a Carmen sus desvelos y despedirme de ella, pude, finalmente, tras chequearme en la recepción del hotel, encontrarme con una enorme cama para mi solito…

Destino Haití. Capítulo 1: el vuelo a Santo Domingo

El miércoles 20 de octubre emprendí el viaje que me iba a llevar a mi nuevo destino: Haití.

A las cuatro de la tarde salí del Aeropuerto de Madrid rumbo al de Santo Domingo, en República Dominicana.

Mi acomodación en el avión fue un poquito trabajosa. En primer lugar, porque los equipajes de mano de los 200 dominicanos que viajaban conmigo eran muy numerosos y voluminosos. Y en segundo lugar, porque mi asiento era casi como el de los pilotos de Fórmula 1, justito, justito. Una vez más estaba a una fila del “paraíso”: la siguiente era la de las salidas de emergencia; la ideal para viajes transatlánticos…

Para completar el cuadro, desde que subimos al avión hasta más de una hora después de haber despegado, estuvo sonando insistentemente el timbrecito de avisar a las azafatas: ding, ding, ding… Consultado el personal de cabina, afirmaron que ellos no podían hacer nada, que sería algún niño presionando insistentemente el botoncito… ¡Más de una hora! Finalmente, o el supuesto niño se cansó o se quemó el timbre; el caso es que cesó el ding, ding, ding.

A eso de las 6 de la tarde nos dieron de ¿comer?, ¿cenar? Cumplido ese trámite, me dispuse a dormir. Ese era mi máximo objetivo, pues no había dormido mucho en los días anteriores. Pero, tenía dos obstáculos para ello. Uno, que no es tan fácil dormir en un vuelo diurno como en uno nocturno. Y dos, que es difícil dormir con 200 ciudadanos de la República Dominicana alrededor. Su “alegría” natural desbordaba. Muchos de ellos parecían conocerse y, en consecuencia, se saludaban y conversaban animadamente de lado a lado del avión. En resumen, que mucho no dormí.

Durante el vuelo pusieron dos películas, una comedia típica americana y luego otra que debía de ser “Eclipse”, puesto que salían los vampiros y licántropos habituales pero en una trama que no me sonaba. No vi las películas puesto que Air Europa te cobraba 3 euros por los auriculares. Eso sí, curiosamente, al final del vuelo te los pedían de vuelta para “reciclarlos”.

Otra peculiaridad de Air Europa es que si quieres tomar alguna cosita entre comidas, has de pagarla aparte.

Alrededor de las 11 de la noche, cuando faltaban unas dos horas para aterrizar nos pasaron un bocadillito y un café (¿merienda? ¿recena?) A partir de ese momento, todos los dominicanos comenzaron a peregrinar a los baños del avión acicalarse, peinarse, perfumarse… Mi compañera de asiento incluso se cambió de ropa. Creo que existe una cierta obsesión en ese país por estar siempre “estupendos” y “estupendas”.

Al fin, sobre las 7 de la tarde hora local, 1 de la madrugada en España, tomamos tierra en el Aeropuerto de Las Américas de Santo Domingo, en medio de una calurosa ovación por parte de la mayoría del pasaje.

Como había sido prevenido por una amiga, no me extrañé tener que pagar un “impuesto al turista” de 10$ (aunque me pareció un tanto abusivo para alguien como yo, que no iba a estar ni un día en el país…) Lo curioso es que, por ese precio te dan una bonita tarjetita en una ventanilla, para que en el pasillo siguiente un tipo te la pida y se la quede sin más.

Los trámites de aduana fueron rápidos y sencillo, pero lo de recoger el equipaje no lo fue tanto. Más de 100 personas alrededor de una cinta transportadora bastante corta, todas con carritos de aeropuerto, y todas esperando maletones enormes… No fue fácil, pero, con un poquito de paciencia, conseguí recoger mi equipaje.

También estaba avisado, de manera que mantuve la dignidad al salir al vestíbulo de llegadas, donde debes atravesar una especie de pasarela Cibeles, con público a ambos lados para salir. Al final del desfile, me estaba esperando Carmen, la ex compañera y amiga que me iba a servir de guía en mi corta estancia en la República Dominicana.

lunes, 11 de octubre de 2010

La Vida te da sorpresas

Hace ahora un año tuve un extraño sueño. Tan extraño que me vi impulsado a escribirlo y compartirlo:


Ha pasado ese año. No estoy seguro de haber vivido la vida de un cerdo.
Cierto es que en estos doce meses apenas he trabajado; entendiendo por trabajar el hecho de tener una nómina y cobrar. Pero durante este tiempo traté de ocuparme del cuidado de mi familia y de la casa. También pasé varios meses preparando unas oposiciones; aunque los resultados no fueron nada satisfactorios.
No se puede decir que se me haya ido el tiempo en "comer y dormir"... Y desde luego, el rendimiento cárnico no ha sido mucho, pues incluso he adelgazado algo...
Pero lo que sí parece cierto es que la "maldición" de las cuatro serpientes ha acabado.
Dentro de unos días, casi coincidiendo con el aniversario del sueño, partiré de viaje, emprenderé un nuevo trabajo lleno de grandes retos, y, sin duda, conoceré mucho "niños extranjeros".
Tal vez, incluso, descubriré algo más sobre aquel extraño mensaje.