lunes, 28 de marzo de 2011

Número equivocado

Hoy me han llamado por teléfono a las cinco de la mañana. Viviendo como vivo tan lejos de mi familia, y teniendo en cuenta el horario distinto a uno y otro lado del océano, en esto casos, uno de levanta de inmediato a contestar, temiendo que sea alguna noticia urgente.

Pero no era nada de eso. Solo una equivocación. El asunto es que aquí he comprobado que es muy difícil convencer a la gente de que se ha equivocado. Siempre piensan que han marcado el número correcto, que tú no puedes ser otro sino la persona a la que buscan, y que si lo niegas es que les quieres engañar…

Tan es así, que a los cinco minutos volvieron a llamar, y tuve que recomenzar el proceso de nuevo… con el resultado de que ya no me volví a dormir.

En estos casos, uno trata de ser educado y no perder las formas, pero, dos veces y de madrugado ya ponen a prueba a cualquiera.

Me queda la duda de si esto no será una curiosa estrategia local para conocer gente y tratar de hacer nuevas amistades (¡?), porque siempre terminan preguntando, “pero, entonces, ¿quién es usted?, ¿cómo se llama?, ¿en qué trabaja?, ¿a qué dedica el tiempo libre?...”

Yo, francamente, esta mañana no está lo suficientemente lúcido como para hacer amigos por teléfono. Tal vez otro día, a mejor hora…


Playa de la Baguette


Esta mañana he ido de excursión a la playa de la Baguette. Se trata de una especie de cala, dentro de la bahía de Jacmel, a la que sólo se puede acceder en barca.

Había quedado temprano, pero como de costumbre, una serie de circunstancias han hecho que saliéramos casi una hora más tarde de lo previsto. Solo que esta vez no ha sido algo achacable a “la horita haitiana”, sino a que algunas de las europeas dedicadas también a la cooperación internacional tienen una vida social muy intensa, quizás incompatible con madrugar un domingo.

El lugar de cita era la playa de La Saline, donde gracias al buen hacer y a las enseñanzas de mi “vecino” canadiense, todo estaba ya listo, chalecos salvavidas incluidos, pues nunca se sabe.

De hecho, durante los cinco primeros minutos de travesía, yo no dejaba de plantearme si habría sido una buena idea la de la excursión… Yo no soy “hombre de mar”, sino más bien “de secano”, de manera que ver a nuestra pequeña barca enfrentarse a olas de un par de metros me parecía algo totalmente innecesario para una mañana de domingo… Afortunadamente, enseguida la travesía de tornó más calma y en poco menos de media hora llegamos a nuestro destino.

La playa de la Baguette no es muy grande, pero resulta ser considerablemente más tranquila que otras cercanas a Jacmel. En los alrededores vive una comunidad de pescadores, cuyo presidente se ofreció a mostrarnos los atractivos de la zona. Nos dio a elegir entre caminar hasta una pequeña cascada o subir a conocer las ruinas de un par de antiguos fuertes de la época colonial. Elegimos la primera opción, pues consideramos que el esfuerzo nos proporcionaría una recompensa mejor.

Y, en efecto, tras una media hora de caminata, llegamos a una zona bastante frondosa donde encontramos una serie de pequeñas cascadas y pozas aptas para el baño.

Al regreso nos ofrecieron, (a cambio de una contraprestación económica, por supuesto), un almuerzo local, a base de langostas recién pescadas y coco. Aunque habíamos llevado algunas provisiones más exóticas (para la zona) como jamón serrano y tortilla de patatas, aceptamos encantados el ofrecimiento, de manera que finalmente disfrutamos de una comida hispano-haitiana muy completa.

A la sombra de los cocoteros y con la temperatura suavizada por la brisa marina, la sobremesa fue bastante placentera. Pero había que volver. Nos habían avisado de que a partir de las cuatro de la tarde el mar suele ponerse más “bravo”, de manera que teníamos que salir antes.

Al regreso, lo que más claro tuvimos todos los participantes en la excursión era que ésto era algo que había que repetir.

sábado, 26 de marzo de 2011

Un hombre feliz


Esta mañana, durante el desayuno, he tenido una charla con un hombre feliz.

Somos vecinos de habitación desde hace cinco meses. Desayunamos casi siempre el uno frente al otro. Hemos hablado muchas veces, pero casi siempre de temas banales. Sin embargo, hoy, por alguna razón, creo que le he visto por primera vez.

Trabaja también en cooperación, en temas de pesca, y ha empezado contando su último viaje en barco. Ha descrito cómo las marsopas acompañaron su barca la mayor parte del camino y el momento sublime en el que coincide una puesta de sol con la llegada al puerto, donde decenas de personas esperan a los pescadores y al fruto de su trabajo.

Pero, sobre todo, se le veía emocionado al compartir conmigo cómo un viejo pescador le contaba que su único deseo era “morir en la mar”.

Hemos hablado de cómo no somos capaces de ver la mayor parte de las cosas que nos rodean. Por un lado, porque, cada vez más, vemos el mundo a través de pantallas., Por otro lado, porque en muchos trabajos, incluida la cooperación internacional, nos movemos presionados por la consecución de “resultados”. Centrados en el “avance” y el “progreso”; sin tiempo para fijarnos en el entorno, en los antecedentes, pero sobre todo, en las personas con las que trabajamos. Y no sólo en las personas como “socios” o “beneficiarios”, sino en personas con historias, con sentimientos, con corazón. Finalmente, también somos muchos los que no acabamos de “tener las dos piernas aquí”, y terminamos teniendo nuestra mente a ratos en Haití y a ratos en otro lugar…

Él me decía que su único objetivo en la Vida es poder ver “el corazón del ser humano”. Pero para eso hay que aprender, no solo a ver, sino a utilizar los cinco sentidos, a poner nuestro propio corazón en el trabajo, a exponerlo sin miedo. Solo así veremos realmente, aprenderemos, compartiremos y alcanzaremos la auténtica “fraternidad” que, me decía, es, para él, la palabra más bella del diccionario.

Le he felicitado, pues creo que él es un hombre feliz. Sobre todo, porque ha aprendido a serlo.


viernes, 25 de marzo de 2011

Fiesta nocturna

Ayer me invitaron a otra fiestecita. La verdad es que, por una parte me pilló por sorpresa, pero por otra no tuve que prepararme mucho, pues se celebraba en el hotel donde vivo.

Con motivo de unas jornadas de trabajo entre técnicos haitianos, dominicanos y europeos que se están celebrando estos días en Jacmel, anoche se celebró una cena de confraternización. Yo no asisto a las charlas, pero, como conozco a varios de los participantes, y “ya que estaba por ahí”, me invitaron.

La verdad es que las fiestas haitianas siempre me ha parecido que se organizan al revés que en Europa. Aquí primero se bebe, y no poco… (Cerveza, ron,…), y luego, ya si eso, se cena. Quizá lo hagan porque de esta manera hace falta menos comida, puesto que llegas al buffet con el estómago ya “bastante anestesiado”…

Durante toda la noche las conversaciones iban oscilando entre el francés, el inglés, el creole, el español, e incluso algunas gotas de italiano. Con el tiempo, y el incremento de botellas vacías encima de la mesa, las “facilidades para la comunicación” iban aumentando progresivamente… De todos modos, resultaban inevitables ciertas afinidades idiomáticas… Hasta que el anfitrión, un personaje con indudable carisma y autoridad natural, decidió “reorganizar” las mesas y las conversaciones: nos separó a todas los españoles y nos fue distribuyendo entre los distintos grupos de haitianos para que “confraternizáramos”. También dictaminó que, esa noche, serían las mujeres las que elegirían a los hombres con los que quisieran bailar.

Ambos decretos no podían sino traer consecuencias… De manera que, contra todas mis costumbres más acendradas, terminé bailando “kompa” con una muchacha que me invitó. Afortunadamente, la joven tenía paciencia y buena voluntad y la pista no estaba muy iluminada, con lo cual la mayoría de los asistentes no tuvieron que sufrir con la visión mis desafortunados pasos y movimientos al son de la música local.

La fiesta continuaba y continuaba, sin visos de acabar, hasta que decidí aprovechar que unas compañeras de otra organización se iban, para acompañarlas a la puerta… y desaparecer del radio de control de nuestro influyente anfitrión. Porque siempre he sido de la opinión de que, sobre todo en el caso de fiestas como ésta “una retirada a tiempo, es una victoria”


martes, 22 de marzo de 2011

Ilusiones

Este domingo tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Haití. El solo hecho ya es, de por sí, un acontecimiento histórico, pues nunca, en la historia de este país, se había llegado tan lejos en un proceso electoral. La “tradición” había sido hasta ahora que la segunda vuelta exigida por la constitución no celebrara, por algún tipo de incidente o “componenda política”. Si a esto se le suma que la jornada se celebró casi sin incidentes, el asunto comienza a tomar visos de excepcionalidad.

Y es que Haití todavía nos puede deparar sorpresas a los que vivimos aquí. De hecho, hoy me ha sorprendido que, tras hacer la compra en el “supermercado” habitual, me han entregado un papelito impreso con la cuenta detallada. Un documento como ese, al que en España no daríamos ni la menor importancia, ha supuesto para mi casi un antes y un después en mis relaciones comerciales en este país. Por primera vez puedo repasar la cuenta y comprobar qué me han cobrado, en incluso si las cantidades coinciden en los pocos artículos que tienen el precio marcado.

Tampoco es que piense que nos encontremos, todavía, ante “un acontecimiento histórico a escala planetaria”… Seguramente, gane quien gane las elecciones presidenciales en Haití, pocas cosas cambiarán en el corto plazo para la mayor parte de los haitianos y las haitianas. Y el hecho de que la señora del “super” me saque la cuenta impresa no cambiará la paradoja de que este país tiene sueldos del tercer mundo y precios europeos. Pero, tal vez, las cosas sí puedan empezar a cambiar, aunque sea lentamente.

La dueña del hotel donde resido, tiene un “protegido”, un adolescente del medio rural que ha venido a estudiar la secundaria a la ciudad y a quien ella mantiene. Hoy contaba que el muchacho no sabía hablar francés cuando llegó a Jacmel, solo creole, pero que ella le pagó tres meses de clases en la Alliance Française. Ahora ya lo habla muy bien, (seguramente mejor que yo), y, sobre todo, tiene mucho interés en mejorar, de manera que, cuando está con ella, le pide por favor que sólo le hable en francés.

Hoy he coincidido en la calle con la hora de la salida de los colegios y los institutos. Me he cruzado de frente con cientos de niños y niñas, contentos, sonrientes. A veces pienso que las palabras “sueños”, “esperanzas” o “ilusiones”, con incompatibles con la palabra “Haití”, pero hoy me dado cuenta de que, seguramente, todavía hay muchas cosas en esta isla que no soy capaz de ver. Algo que sí veían, sin duda, los ojos de esos escolares.


sábado, 19 de marzo de 2011

Que nos pille comidos

He estado los últimos tres días encerrado en un taller de procedimientos administrativos con nuestros socios locales en Haití. Algo realmente apasionante…. Mientras, a nuestro alrededor el mundo no cesaba de moverse: Japón, tras la terrible sucesión de terremotos y maremotos ve ahora como la sombra del desastre nuclear amenaza, de nuevo, a su pueblo. Los movimientos sociales en los países árabes no cesan. Los gobiernos europeos pretenden acabar con la prepotencia del dictador libio recurriendo a la prepotencia de la aviación militar de la OTAN, con lo que puede darse la circunstancia de que el presidente de España, que comenzó su mandato sacando las tropas un país invadido por Occidente, termine su mandato con tropas españolas en “misión de paz” en otro país…

En Haití, la historia tampoco se para. Hoy, a dos días de las elecciones presidenciales, otro ex presidente, Aristide, ha regresado. Los medios de comunicación y algunas poderosas embajadas llevaban semanas anunciando, de nuevo, “el fin del mundo” si esto ocurría. Curiosamente, en su primer discurso, Aristide ha llamado al “amor entre los haitianos”. Este país, sin duda, sigue siendo imprevisible.

Una escena me ha llamado mucho la atención esta mañana. A la hora del descanso para el café durante nuestra reunión, mientras la mayor parte de los haitianos estaban pendientes de la radio, escuchando las primeras palabras de Arisitide al bajar del avión, nuestro traductor, haitiano también, estaba siguiendo por internet el sorteo de la Champions League… Cuando le hemos comentado que nos parecía curioso el hecho, el nos ha resumido su actitud ante la vida: la política de Haití le resulta tan desagradable que prefiere dedicar su tiempo a seguir el fútbol y a pensar cómo conseguir un plato de comida para su familia.

El mundo sigue moviéndose, lo queremos o no. Quizá sea mejor que, pase lo que pase, al menos nos pille comidos.


sábado, 12 de marzo de 2011

Decisiones

En Haití estamos a una semana de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Una cita que debería ser decisiva para el futuro de este país.

Una anciana catedrática, Mirlande Manigat, se enfrenta a un joven cantante, Michel Martelly. Aunque, curiosamente, sus iniciales coinciden, M.M., los personajes no pueden ser más distintos. El ganador, o la ganadora, deberá ponerse inmediatamente manos a la obra para, no solamente reconstruir, sino también re-pensar este país.

Salgo a dar una vuelta por la ciudad para tantear el ambiente popular en estas jornadas clave y me encuentro con un Jacmel, muy, muy tranquilo. Solamente, ya en el camino de retorno, encuentro una aglomeración de gente delante de una casa. “¿Qué ocurre?”, me digo. “¿Un mitin de alguno de los candidatos?”. Me acerco un poco más y veo que están todos rodeando un televisor. “¿Retransmitirán algún debate entre los candidatos?”. Me asomo a ver y compruebo que no era ese el motivo de tanto interés popular, sino ¡la retransmisión de un partido de fútbol entre el Real Madrid y el Barcelona!

Las clases populares haitianas parecen más interesadas en la evolución de la liga española que en la de las elecciones presidenciales. Por otro lado, me viene a la cabeza una frase de alguien que venía a decir que “la política es algo demasiado importante para dejarla solo en manos de los políticos". Me pregunto entonces, en manos de quién estará realmente el futuro de este país.

En ese momento, mientras me encontraba sumido en estos pensamientos trascendentes, me cruzo con uno de los artísticamente decorados camiones de este país. Todos ellos, además de muchos colores, suelen llevar escrito un lema. En este ponía “Dieu qui decide”, (Es Dios quien decide)

¿Esa era la respuesta?


jueves, 10 de marzo de 2011

Volví de Bainet


Ayer volví a Bainet. Y, lo que es más importante todavía, ayer volví “de” Bainet.

La verdad es que organizar viajes en Haití parece muy complicado. Siempre surgen cosas inesperadas; imponderables.

Habíamos quedado a las seis de la mañana y, sorprendentemente, el chófer pasó a buscarme a las seis y cinco. Pero…, siempre hay un pero, antes de salir había que pasar por la oficina a cargar unas herramientas y recoger a un electricista que viajaría a la zona con nosotros.

Tras más de media hora, una vez cargadas las herramientas resultó que el electricista no iba a pasar por la oficina, sino que había que ir a buscarle a su casa. “¿Me importaba?” “No, por favor. Pero, ¿dónde vive?” Resultó que vivía dos pueblos más allá, a unos veinticinco kilómetros, en dirección contraria a la que debíamos tomar… Y para tratar de compensar el retraso, el chófer decidió sacarle todo el partido posible al vehículo… Nunca pensé que se pudieran alcanzar los ciento veinte kilómetros por hora en una carretera haitiana… En un momento dado, decidí plantearle al esforzado conductor que me parecía preferible ir con retraso que terminar teniendo un problema…

Mi observación pareció tranquilizarle… Al menos hasta el momento de emprender el camino de regreso.

Habíamos pasado una agradable jornada de campo que terminó con una sobremesa de lluvia. Realmente, la lluvia que marcó el inicio de la temporada húmeda, que tanto estaban esperando los campos y los agricultores.

Tuvimos que esperar a que el electricista terminara su trabajo para devolverle a su casa, por lo que se nos hizo un poco tarde. Pero, una vez más, el chófer decidió que podía compensar el retraso… De manera que emprendió la procelosa travesía por pistas de montaña que nos tenía que devolver a Jacmel a una velocidad pasmosa. Como apoyo psicológico, puso un disco de canciones evangélicas en creole… quizás con la doble intención de pedirle protección a su Dios… y de que los pecadores nos fuéramos arrepintiendo de todas las faltas cometidas… Además, mi chófer resultó ser una persona muy solicitada, y, en un momento dado, yo perdí la cuenta… porque, entre la mano que utilizaba para llevar el ritmo de la canción, la que utilizaba para contestar al teléfono y la que dedicaba constantemente a tocar la bocina… no me queda claro con cuál conducía…

Así, entre música religiosa, sinfonía de bocinazos y los acordes continuos del móvil, pese a todo, llegamos a Jacmel.

No besé al suelo al bajar del coche, solo porque estoy muy mayor ya para agacharme.


lunes, 7 de marzo de 2011

La capacidad de soñar



Uno de los temas de conversación en la tertulia del desayuno de hoy era la afirmación de la anfitriona de que los haitianos solo hablan de su pasado, pero son incapaces de sentarse a imaginar su futuro. Lo dice una persona que lleva más de cuarenta años compartiendo su vida con haitianos. Yo no puedo apoyar o contradecir esa afirmación, porque, como repito a menudo, me queda mucho camino todavía para llegar a comprender lo que pasa por la cabeza de la gente que me rodea en este país. Pero, en mi opinión, sería muy grave no ser capaz de imaginar un futuro; no solo por el componente de desesperanza, (o al menos de falta de esperanza), que eso conlleva, sino porque supondría una cierta incapacidad de soñar.

Para mí, soñar es una de las partes más importantes de nuestra Vida. Tanto soñar dormidos, como soñar despiertos. Pese a que la mayoría de las veces nuestros sueños no se hacen realidad, estoy convencido que el solo ejercicio de soñar, de imaginar, de crear nuevas realidades, es lo más sano que puede ocurrirle a nuestras mentes.

Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Supongo que esa es una de tantas mentiras que, a fuerza de ser repetidas, se convierten en verdad. Aunque reconozco que en países en una situación tan crítica como Haití, la tentación de creerlo puede ser irresistible. Pero, ¿cómo alcanzar un futuro mejor si no somos capaces ni de imaginarlo, ni siquiera de hablar de él? La mayoría de los planes para Haití hablan de reconstrucción, de rehabilitación, de volver a dejar el país como estaba antes del terremoto del 12 de enero de 2010. De alguna manera, parece ser la fecha en la que se acabó la historia.

Pero la historia es tenaz; se resiste a acabarse, como nos demuestran los titulares más recientes de las noticias de mundo. En algunos países, grupos de personas, jóvenes y no tan jóvenes, se han puesto, no solo a imaginar un futuro, sino también se han levantado para ir a buscarlo. ¿Por qué eso no puede ser posible también aquí?

¿Y por qué eso no puede ser posible también en España? Hace tiempo que me da la impresión de que mi país también vive un poco demasiado obsesionado con su pasado. En la literatura, en el cine, en la política… ¿Hemos perdido también los españoles la capacidad de soñar? Quiero pensar que no.

domingo, 6 de marzo de 2011

El discurso del rey

Como decía una canción de un viejo conocido, creo que a muchos nos ha pasado por la cabeza eso de “a veces me pregunto qué hago yo aquí”. Especialmente si estamos en una situación en la que tenemos que hablar o dar un pequeño discurso ante un grupo de personas.

Yo perdí “el miedo escénico” hace ya unos cuantos años, cuando la organización para la que entonces trabajaba me ofreció la oportunidad de participar en un curso para aprender a hablar en público. Desde entonces me ha tocado dar incluso discursos políticos; porque, como suelo decir “todos tenemos un pasado”.

Pero la vida no son sino desafíos, que nos hacen “rizar el rizo”. La primera vez que tuve que decir unas palabras a un pequeño grupo en Haití, me llevé el discurso preparado y escrito, para ir leyéndolo. Y es que uno piensa que sabe hablar un idioma en su casa, pero cuando tiene que enfrentarse a “un público”, la cosa puede no ser tan fácil.

Con el tiempo que llevo en Haití, he descubierto varias cosas. La primera, que puedo entender casi todo lo que me cuentan en francés. La segunda, que puedo comunicarme en francés, aunque solamente, me temo, al nivel de lenguaje de un niño de seis años. La tercera, y más importante, es que la gran mayoría de los haitianos no hablan ni entienden el francés, sino el creole.

La última vez que hice una visita de campo, tuve que dar un pequeño discurso, (lo que aquí llaman “palabras de circunstancias”) a un grupo de un centenar de campesinos y campesinas. Al terminar, yo creía que “airosamente”, la agrónoma que representaba a mis socios locales, me excusó ante los asistentes por “no hablar nada de creole, y, claramente, muy poco francés…”. La típica situación para preguntarme “qué hago yo aquí”…

Hoy he visto una película que hablaba de alguien que también se hacía esa pregunta, en parecidas circunstancias.

“El discurso del rey” cuenta la historia de alguien que no quería ser el soberano más importante de su tiempo, pero a quien circunstancias inesperadas llevaron al trono. Habla también de una amistad entre dos personas, muy distintas, que no estaban destinadas a conocerse nunca, pero a quienes el destino unió. Dos hombres que no eran lo que hubieran querido ser ninguno de los dos.

Una película, en mi opinión, muy elegante y muy humana, sobre la importancia de la comunicación en las relaciones humanas y sociales. Me he sentido bastante identificado, pues para mí, aquí, tampoco es fácil expresar todo lo que quisiera, y a menudo, todo lo que hay dentro de mi mente solo puede salir de ella expresado en forma de torpes balbuceos. Espero ser capaz, como el protagonista de la historia, de superar mis debilidades y poder transmitir mejor mis ideas y sentimientos en este país.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Geckos

No se puede decir que Haití sea un país con una fauna muy diversa ni abundante. Pero hay unos curiosos animales omnipresentes: los geckos. Son una especie de lagartijas, parecidas a nuestras salamanquesas, que uno puede encontrar en cualquier parte: la mayor parte de las veces es una visión fugaz de una pequeña criatura que corre a esconderse al sentir nuestra presencia. Todo el día de acá para allá en busca de sus medios de subsistencia, la verdad es que no sabemos mucho de ellos.

Solo hay una situación en la que podemos observarles con detenimiento: cuando se ponen a tomar el sol. En esos momentos se ve que disfrutan tanto que no se preocupan de nada de lo que les rodea.

Este animal es casi uno de los símbolos de Haití. Uno de los objetos artesanales más apreciados y más vendido son geckos de metal pintado. Elaborados a partir de trozos de chatarra, su decoración, en vivos colores es un derroche de imaginación artística.

Tras los desfiles de Carnaval, he llegado a pensar que los haitianos son, de alguna manera como esos geckos. Su vida diaria transcurre ajetreada, siempre en movimiento, siempre viajando; a pie, en tap-tap o en moto. Siempre buscando cómo subsistir.

Pero quizá el Carnaval haya sido para ellos como el Sol para los geckos; una energía necesaria que todos desean recibir. Para ello, han detenido sus cotidianos quehaceres y han lucido sus mejores galas para disfrutarlo.

Ha sido una buena ocasión para observarlos mejor. Aunque, como de los geckos, todavía me quedan muchas cosas que aprender de los haitianos.