lunes, 28 de febrero de 2011

Cordón umbilical


Mientras nos encontramos en el claustro materno hay un cordón umbilical nos une a nuestra madre, nos alimenta y nos transmite las defensas necesarias frente a posibles enfermedades. Al nacer, ese cordón se corta y debemos aprender, poco a poco, a alimentarnos y a defendernos por nosotros mismos.

Sin embargo, a lo largo de la vida vamos creando otros “cordones umbilicales” que nos ayudan a enfrentarnos mejor a las vicisitudes que nos vamos encontrando.

Ayer hubo un problema en el sistema eléctrico del hotel en el que resido y hemos estado casi dos días sin luz y, en consecuencia, sin internet. Para mí, esto ha significado que me había quedado sin el cordón umbilical que me une a las personas que más quiero. Por supuesto, no ha sido tan grave. Este cordón puede restablecerse, como de hecho ha sucedido. Pero la circunstancia me ha hecho plantearme una vez más lo dependientes que podemos llegar a ser de algunas cosas. En este caso son las herramientas tecnológicas que nos permiten mantenernos en contacto, comunicar, transmitir sentimientos y experiencias. Pero también recibir; recibir ánimo, alimento espiritual y protección contra enfermedades tan graves como el desánimo o la sensación de soledad.

No voy a decir que éste sea el cordón que me mantiene vivo, pero sí el que hace mi Vida mucho más agradable y llevadera.


Películas complementarias


Muchas veces, al acabar de leer un libro o de ver una película, nos quedamos un rato preguntándonos qué será de sus personajes tras el final de la historia que nos han contado. O cómo fue su vida anterior a los episodios que nos han contado.

Tal vez para eso se inventaron las trilogías, ese género tan explotado en la literatura y el cine. O, un paso más allá, las sagas y las series. Pero esta curiosidad nuestra puede ir más allá de lo establecido y extenderse a obras concebidas desde su inicio como individuales.

Hace unos días tuve la sensación de que acababa de ver una película que me ayudaba a comprender un poco mejor otra que había visto también recientemente. La verdad es que el hecho que la protagonista fuera la misma actriz ayudaba bastante. Pero lo curioso es que ambas películas, en principio, no tenían nada que ver.

“Amador” es una película española y “La teta asustada” es una película peruana. Sobre el papel cuentan historias diferentes, en ambientes diferentes. Sin embargo, tras ver la película peruana creo que entendí mucho mejor a la protagonista de la película española.

No quiero dar demasiados detalles de los argumentos de ninguna de las dos historias, porque en ambas hay tienen un cierto peso las “sorpresas”, el hecho de que las cosas no siempre sucedan del modo es que el espectador espera o sospecha.

Hace muchos años, recomendé a uno de mis mejores amigos una película que me había gustado mucho. Él, tras verla, me dijo que le había parecido malísima. Desde entonces, no quiero recomendar películas a nadie. Sé que cada uno tiene gustos y opiniones diferentes. Por eso, solo puedo opinar que, tanto “Amador” como “La teta asustada”, son películas que cuentan una historia, y ambas con una especial sensibilidad. Y señalar después que, para mí, tienen un valor adicional si se ven las dos, por ese orden.

domingo, 27 de febrero de 2011

Con las manos


Esta mañana he pasado junto a un par de jóvenes que estaban afanados en la dura tarea de desmontar un coche achatarrado a martillazos. No lo hacían por gamberrismo o por liberarse del stress, sino para ganarse la vida. Los trozos de metal que obtengan los venderán o, quien sabe, se convertirán en artesanías.

Por otro lado, el principal eje de Jacmel, la avenida Barranquilla, está siendo objeto de una curiosa “remodelación temporal”. Con motivo de los desfiles de carnaval, las fachadas de las casas son cubiertas con otras de madera, construidas y decoradas solo para estos días. Vendría a ser como “disfrazar” las casas. Todo esto, por supuesto, se hace a mano, por carpinteros y artesanos locales.

La polémica de estos días en Haití gira sobre si resulta “moral” o no dedicar varios millones de de dólares a las celebraciones de carnaval, cuando queda tanto por hacer en la reconstrucción del país. Pero más allá de eso, lo que me plantean estas dos imágenes es como los haitianos son capaces de hacer muchas cosas por sí mismos, con sus propias manos.

¿Qué soy yo capaz de hacer con mis manos? ¿Qué hago con ellas, de hecho, al cabo del día? Pues creo, sinceramente, que poca cosa. Mi trabajo me hace pasarme el día escribiendo, pero si alguna vez lo hago a mano, a duras penas soy capaz de entender mi letra al día siguiente. De hecho, pertenezco a un grupo cada vez más grande gente que, con sus manos, solo sabe apretar teclas… Y de hecho, para eso nos sobran dedos incluso.

En estos tiempos en los que apretar una tecla puede declarar una guerra mundial, hundir la economía de un país o provocar una subida generalizada del precio de los alimentos básicos, creo que deberíamos replantearnos el verdadero valor de los trabajos manuales. Reconocer la importancia de esas manos que crean cosas; sean artesanías, comidas, casas o huertos.

Aunque a algunos, como a mí, nos cueste creerlo, puede que haya vida más allá de un teclado…


jueves, 24 de febrero de 2011

¿Treinta años no es nada?

Esta semana a todo a mucha gente le ha dado por preguntar qué estábamos haciendo hace treinta años. Los medios de comunicación españoles se han puesto muy pesados “celebrando” el aniversario del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981.

Yo no tenía nada heroico que celebrar. Pasé la noche estudiando un examen de matemáticas de 2º de BUP que tenía al día siguiente.

Pero la verdad es que resulta curioso recordarse a uno mismo treinta años atrás. ¿Es mucho tiempo? ¿Ha pasado volando? Quizá el tema no sea tanto recordar qué estábamos haciendo en ese momento, sino qué hemos hecho desde entonces. ¿Hemos cambiado? ¿Mucho? ¿Poco? ¿Realmente hemos cambiado? A menudo me planteo que ese muchacho de 1981 sigue viviendo dentro de mí. No sé si soy yo. No sé si sigo siendo él. Pero vive dentro de mí.

A este “juego del recuerdo” podríamos oponer el “juego del futuro”: ¿Qué estaremos haciendo dentro de diez, veinte o treinta años? Si nos lo hubieran preguntado ese 23 de febrero de 1981, ¿habríamos acertado? ¿Estamos ahora haciendo lo que imaginábamos que íbamos a hacer entonces? Estoy convencido de que nadie, o muy pocos, hubieran podido aproximarse siquiera. Yo desde luego, por mi parte, no hubiera podido imaginarme en Haití. Aunque la verdad es que tampoco estoy seguro de que me imaginara aquí hace un año…

A menudo digo que no puedo decir qué estaré haciendo el año que viene. No sé si estoy es un grave problema o una gran suerte. La Vida da muchas vueltas, es cierto. Solo que para algunos las da a mayor velocidad que para otros.

No sé qué será de mi Vida dentro de treinta años. Ni siquiera sé si estaré ya en ese tiovivo… Pero como también suelo decir, tan importante como saber si hay Vida después de la muerte, es intentar que haya Vida antes de la muerte.

lunes, 21 de febrero de 2011

La bici rosa


Ayer mientras esperaba a una amiga para ir a la playa, pasó por delante de mi hotel un señor en bicicleta. Eso no es tan raro, a pesar de que en Jacmel el medio de transporte por excelencia es la moto. Lo que me llamaba la atención es que el hombre, de treinta o cuarenta años, iba pedaleando tan tranquilo en una bicicleta rosa. Una bici, además, algo pequeña para él; más adecuado para niños o niñas de unos diez años.

Desde luego, la necesidad obliga, y supongo que él pensaría que mejor que ir andando… Pero no pude por menos que acordarme de mi hijo. Aficionado al ciclismo desde hace unos años, está en un club y entrena bastante duro durante toda la semana. Pero, ¡ay!, desde luego no cualquier bicicleta. El año pasado, antes de venirme aquí, tuvimos largas y densas charlas sobre la “imprescibilidad” de cambiar de bici y de adquirir una de “alta tecnología”…

Desde luego, las circunstancias son distintas y difícilmente comparables. En el fondo, lo que más me sorprende es que soy yo, una misma persona, la que es testigo de modos tan diferentes de entender la vida. Y es que a menudo realmente me planteo si existe una sola realidad o muchas realidades paralelas. Recuerdo un anuncio de hace muchos años que decía “hay otros mundos, pero están en éste”. Siempre me ha encantado tan paradójica frase. Creo que es más cierta de lo que parece, y que, de vez en cuando, algunos “elegidos”, “privilegiados” o simplemente tipos raros, podemos viajar entre mundo y mundo. No sé si para algo trascendente como “dar testimonio” o para algo más sencillo como, simplemente, contar cosas.

A mí, de siempre, me ha gustado contar cosas, y que me las cuenten.

domingo, 20 de febrero de 2011

Cultura española

Esta mañana se me ha acercado otro muchacho por la calle para practicar idiomas. Aunque a este no le ha importado que fuera español, pues estudia nuestra lengua en el colegio. Tiene quince años y le encanta lo de aprender lenguas. Las que no le enseñan en la escuela, trata de conocerlas por su cuenta a través de internet.
La verdad es que el español lo habla bastante bien, pero sus conocimientos de España son un tanto limitados. Al decirle que yo era de Zaragoza, afirmó, “sí, conozco, está al sur, ¿verdad?”. Bueno, tampoco sé cuántos alumnos de 3º de la ESO sabrían situar Haití en un mapamundi, y mucho menos si Jacmel está al norte o al sur de la isla…
El caso es que, como casi siempre, el muchacho mucha idea no tendría de geografía, pero podía recitarte de memoria todos los equipos de fútbol de la primera división española, y, si me apuras, su clasificación actual. Y, por supuesto, conocía también la alineación de la selección española, campeona del mundo…

Esto me ha hecho pensar en la imagen de los países. Nuestro gobierno se gasta millones de euros en cosas como el Instituto Cervantes, las Casas de España, los Ciclos de Cine Español…, para que, al final, lo que más representa la imagen de España en el exterior sea la camiseta del Real Madrid o la del Barcelona…
Porque claro, las conversaciones que suele trabar un “español por el mundo” no suelen versar sobre si prefieres el cine de Buñuel o el de Víctor Erice, sino sobre si eres del Barça o del Real Madrid… ¿Y qué pasa si, como es mi caso, no te gusta el fútbol? Pues que tienes que aprender algunas nociones básicas para no desilusionar a tu interlocutor y poder darle un poco de “carrete”.
Todos tenemos un pasado, y yo estuve varios años trabajando de “técnico comercial”, como se dice ahora, o de “viajante” como se decía antes. En esa época yo tenía una costumbre: todas las mañanas, lo primero que hacía era ir a un bar a tomar un cortado y a “estudiarme” los titulares del Marca, para tener tema de conversación con mis clientes…
Lo curioso es que, el mismo día que recordaba mis “estrategias comerciales”, me entero que mi hijo a comenzado a ver partidos de fútbol en la tele, no porque le gusten, sino para tener tema de conversación en su pandilla de amigos, en la que, de otro modo, podría llegar a sentirse un tanto desplazado o fuera de lugar…

¿A qué le llamamos “cultura española”? ¿En algún otro país el diario más vendido es uno que hable solo de fútbol? ¿Llegarán a existir alguna vez bares para "no futboleros"? En estas y otras preguntas se me ha ido la tarde...


sábado, 19 de febrero de 2011

¿De qué tengo cara?

Esta escena me ha ocurrido ya varias veces en Jacmel, con ligeras variaciones.

Hoy, cuando volvía de la oficina, se me ha acercado un joven muy amable y sonriente y ha comenzado a hablarme en inglés. “¿Qué tal? ¿Cómo está?” y todo eso. Enseguida me ha preguntado, “¿es usted americano?”. Al contestarle que no, que era español, se ha mostrado un tanto desilusionado y se ha despedido. Creo que a pesar de la influencia francesa en muchas cosas, los jóvenes haitianos con lo que sueñan más es con ir a los Estados Unidos.

Por otro lado, en los últimos dos meses hemos tenido un par de visitas. Gente a la que yo no conocía de nada. Pero con ambos sucedió lo mismo. Al poco rato de verme me dijeron, “tú cara me suena, ¿de qué nos conocemos?”; para terminar llegando a la conclusión de que no nos habíamos visto nunca.

Yo ya hace tiempo que creo que lo que sucede es que tengo una cara muy vulgar. Pero también debe ser una cara que no acaba de responder a las expectativas de los demás.

Cuando vivía en Bolivia, me molestaba mucho que me tomaran por “gringo”. Y, al principio, dedicaba mucho tiempo a explicar que no era gringo, sino español. Hasta que me di cuenta de que, en ciertos ambientes de Sudamérica el recuerdo de la colonia no es especialmente grato, y decidí dejar de intentar sacarles del error… Al respecto, nunca olvidaré la respuesta que tenía en estas ocasiones un arquitecto danés que conocí allí. Cuando le llamaban gringo, contestaba “que no soy gringo, que soy vikingo”…

El año que viví en Inglaterra, no pasaba una semana sin que alguien me dijera “pues no tienes cara de español”. Lo cual me hacía reflexionar sobre qué cara esperan los británicos que tenga un español. Un pueblo tan mezclado y tan heterogéneo como el nuestro no me parece que responda a un esquema racial muy definido. Y, sin embargo, algo tiene que haber, porque si te vendan los ojos y te sueltan en una calle de Newcastle, en cuanto miras a la gente puedes darte cuenta de que no estás en una calle de Valladolid.

Aquí en Jacmel, está claro que enseguida se nota “que no soy de aquí”. Todavía no he llegado a sentirme “el blanco perfecto”, como pensaba que ocurriría. Mis vecinos son bastante discretos, y enseguida me di cuenta que no llamo tanto la atención. De hecho a veces tengo más bien la sensación de resultar casi transparente…

Pero el caso es que, una vez más, me he puesto a pensar en por qué mi cara no acaba de responder a las expectativas de los que me rodean.


miércoles, 16 de febrero de 2011

Ebooks

Mi madre siempre cuenta que yo aprendí a leer a los tres años. Quizá sea una exageración, pero la verdad es que siempre me recuerdo leyendo.

De pequeño tebeos, claro. Yo no era un niño prodigio ni un “monstruito”. Mortadelo y Filemón eran mis héroes; pero no le hacía ascos a Anacleto, Rompetechos o Pepe Gotera y Otilio. Más que leer tebeos, los devoraba; y como mi padre no siempre podía comprarme todos los que hubiera querido, tenía que recurrir a estrategias alternativas. Una era la tienda del señor Santos, enfrente de mi colegio. Allí, por una muy módica cantidad, se podía cambiar tebeos, un “negocio” extinguido hace ya muchos años. Otra opción era saquear el “cajón de los tebeos” de mi prima, un ser privilegiado al que su padre sí le podía comprar todos los tebeos del mercado.

El caso es que ya hace muchos años que busco maneras se satisfacer este vicio que es para mí leer. Con catorce o quince años ya era socio de una biblioteca pública a la que acudía sin cesar para aprovisionarme, ahora sí ya, de libros de todo tipo.

Y así han ido pasando los años, de barrio en barrio, de ciudad en ciudad, incluso de país en país, haciéndome socio de toda biblioteca pública que estuviera a mi alcance. Lo que ha dado lugar a circunstancias curiosas, como el que ahora mismo pueda presumir de ser bastante experto en literatura alemana, pues la mejor biblioteca que tenía a mano durante mi estancia en Bolivia era la del Instituto Goethe de La Paz.

Pero claro, en más de cuarenta años leyendo he visto como el mundo ha ido cambiando, y a mucha más velocidad en este nuevo siglo. Ahora existen inmensas bibliotecas públicas en internet, con millones de usuarios que comparten y comentan todo tipo de libros.

Por eso, cuando el pasado mes de junio llegó a mis manos un lector de libros electrónico, o Ereader, sentí como un nuevo mundo se abría ante mí. Un mundo del que ya me siento incapaz de prescindir. El sueño de todos los libros en uno solo.

Cuando decidí venir a Haití, fue lo primero que decidí llevar conmigo. Algo que tiene un valor aún más especial aquí, donde no es fácil conseguir libros, y mucho menos en castellano.

Pero la vida nos suele poner a prueba, y eso hizo conmigo hace unas semanas. Por razones aún no aclaradas, mi Ereader dejó de funcionar. Sentí que perdía media Vida. Sabía que en Haití no podía ni repararlo ni comprar otro, así que me planteé todo tipo de rocambolescas maneras de conseguir otro. Pero todo parecía ponerse en mi contra. Ninguna empresa de venta por internet parecía querer servir a un cliente en Haití. Si pedía que alguien me lo comprara en España y me lo enviara aquí, el coste del envío podía llegar a superar al del aparato y, además, no me lo podían hacer llegar hasta Jacmel…

Finalmente, la feliz casualidad de una amable visita, me ha permitido “retomar el vicio”. Por fin, he conseguido un nuevo Ereader. De nuevo tengo otra vez entre mis manos, a mi alcance, la más inmensa biblioteca pública que nunca he conocido y disfrutado.

sábado, 12 de febrero de 2011

El Paraíso en la otra esquina

La verdad es que Vargas Llosa no se puede decir que sea “santo de mi devoción”. Reconozco que albergo ciertos prejuicios hacia él; aunque originados más por su trayectoria política que por su carrera como escritor. De hecho, he leído bastantes libros suyos. Entre ellos, el que acabo de terminar: “El Paraíso en la otra esquina”.

Siempre digo que “me encanta que me cuenten historias”. En una conversación, en una canción o en una película. En este caso, el libro no cuenta una, sino dos. O quizá más. Tal vez todos busquemos el Paraíso, aunque la mayoría no nos atrevamos a romper con todo para alcanzarlo.

Flora Tristán dedicó su vida predicar una hermandad universal de obreros y mujeres, que lucharan todos juntos para liberarse de las tremendas opresiones y explotaciones de la sociedad de mediados del siglo XIX. Comunista antes que Marx y enérgica en su feminismo, lo abandonó todo y recorrió salones y tugurios buscando compañeros en el camino hacia un futuro edén proletario, donde además, por primera vez, hombres y mujeres se trataran de igual a igual.

Paul Gauguin, su nieto, abandonó una vida cómoda como agente de bolsa para abrazar el Arte como única religión. Un Arte capaz de expresa todo lo que el ser humano es, más allá de lo real y lo racional. Un arte que volviera a unirnos con la Naturaleza, con el mundo de los sentidos, de las emociones, se los sentimientos. Un Arte que nos devolviera al estado inicial, al Paraíso. Un Paraíso que el trató de encontrar en las lejanas islas del Pacífico. Ni siquiera allí se encontraba ya; pero entonces, no dudó en dedicar lo que le quedaba de vida a tratar de reconstruirlo, de re-crearlo.

Sin duda cada uno tenemos nuestra imagen del Paraíso. Cada mujer, cada hombre, cada sociedad, cada pueblo. Algunos dedican su vida a buscarlo, aunque tengan que ir, como en el juego infantil, de esquina a esquina. Hay quien lo busca para sí mismo. Pero otros, unos pocos, no dudan en sacrificar su vida para tratar de conseguirlo para todos.

Como decía Brecht, esos son los imprescindibles.

jueves, 10 de febrero de 2011

Sueños deportivos

Sin duda Haití es un país especial. Su geografía es especial; su historia es especial; su gente es muy especial.

Su política ya es un caso aparte. Eso ya no parece especial; parece una locura. De la noche a la mañana los héroes se convierten en dictadores o los dictadores se muestran como héroes y son aclamados a su regreso.

Pero hay aspectos de Haití que todavía estoy comenzando a conocer. Una de ellas es el deporte. Como siempre, el futbol es el rey. Ayer la selección nacional de Haití jugaba contra la de El Salvador un partido que terminaron perdiendo 1-0 los haitianos. El encuentro estuvo a punto de ser suspendido hace unas semanas, porque las autoridades sanitarias salvadoreñas consideraban “peligrosa” la presencia del equipo de Haití en su país a casusa de la epidemia de cólera.

Aunque, sin duda, la noticia más chocante en el ámbito deportivo, ha sido enterarme que en los campeonatos mundiales de esquí, que se celebrarán en Alemania en los próximos días, participará un esquiador haitiano.

No he podido por menos que recordar el episodio del equipo de bobsleigh de Jamaica que ganó el campeonato del mundo en 2001.

Por cierto, he consultado y he visto que Haití ha ganado dos medallas en los juegos olímpicos. Claro que nos tenemos que remontar a los años 20…

Pero, está claro que, si hay un tiempo para todo, también hay un tiempo para soñar.


miércoles, 9 de febrero de 2011

Sonidos del hotel

Aunque de pequeños nos enseñen que tenemos cinco sentidos, creo que la Humanidad actual se guía casi exclusivamente por uno: la vista. Por los ojos nos entra todo; por los ojos nos venden todo. Vivimos rodeados de imágenes. Soñamos con imágenes.

Sin embargo, a veces nuestra mente no recuerda que tenemos otros sentidos. Hoy la mía me ha hecho pensar en los sonidos que me rodean. La verdad es que vivo en un lugar bastante tranquilo; alejado del bullicio del centro de la ciudad. Pero también me he dado cuenta de que es un lugar bastante curioso; al menos, a tenor de la peculiar sinfonía de sonidos que podría considerar habituales.

Como el camión que pasa todos los días a las seis y cuarto de la mañana, tocando su estridente bocina. ¿Quién necesita un despertador?

El joven borrico que vive en la parcela a la que da la ventana de mi habitación, y que todavía no ha aprendido a entonar bien su “dulce” voz.

La tele siempre alta del vecino de dos puertas más allá, tan aficionado a las telenovelas francesas, que también las hay.

La llamada a la oración de un cliente musulmán cada tarde, recordándonos que, en este mundo globalizado, cualquier lugar está cerca de La Meca.

Los chasquidos provenientes de la habitación del chino, al lado de la mía, que me tuvieron varios días intrigado. Hasta que descubrí que el hombre usaba un curioso chisme, parecido a una raqueta de tenis eléctrica para cazar mosquitos.

La música típica haitiana, pero un tanto machacona para mi gusto, de las fiestas que organiza la dueña de hotel para sus amistades. Porque la señora, con sus setenta años recién cumplidos “adore dancer”.

Y, mucho más relajante, el concierto de música clásica que escucha todos los domingos mi vecino canadiense.

Todo esto forma parte del particular pequeño universo sonoro que me rodea.


domingo, 6 de febrero de 2011

Cavernícolas.


Recuerdo que tuve una buena profesora de filosofía. Tan buena era, que pasé todo el curso convenciéndome y des-convenciéndome de las distintas teorías filosóficas. Cuando nos exponía las ideas de un filósofo, yo siempre pensaba. “Claro. Así es. ¡Qué razón tiene!”. Luego nos contaba las teorías de otro, que solían ser las contrarias al anterior, y yo terminaba pensando: “Pero no, claro; ésto como tiene que ser es así…”.
Con esa debilidad de convicciones juveniles, no es extraño que acabara pensando que realmente no hay una verdad absoluta; o que, si la hay, el ser humano carece de la capacidad para comprenderla y/o expresarla.

De todos modos, estos días me vengo acordando mucho de la teoría de la Caverna de Platón. Muy burdamente resumida, viene a decir que vivimos todos encerrados en una oscura cueva, débilmente iluminada por nuestra razón, y que lo que percibimos con nuestros sentidos no es la realidad, sino las tenues sombras de lo real que se proyectan en el fondo de nuestra caverna al pasar ante la puerta de la misma.
Muchos de nosotros nos pasamos la vida, por placer o por obligación, ante una pantalla. Trabajamos ante ella, con jefes y compañeros virtuales que, en ocasiones, no hemos visto nunca, o muy raras veces. Conocemos las noticias del mundo a través del ordenador o la televisión. Pasamos la mayor parte de nuestros ratos de ocio ante pantallas, grandes y pequeñas. Muchos ya casi no vamos al banco ni de tiendas, pues recibimos nuestro sueldo a través de una pantalla, la misma que utilizamos, frecuentemente, para hacer compras e incluso regalos a seres queridos. De hecho, a menudo, nuestras relaciones con esos seres queridos, pasan también a través de esa pantalla.

Por eso, no es extraño que a veces piense que no somos sino “nuevos cavernícolas”, encerrados en modernas cuevas virtuales desde las que creemos saberlo todo sobre el mundo. Recuerdo que una de las frases que se solían utilizar al explicar a Platón es que uno nunca puede estar seguro de que los demás existan, pues pueden ser “una simple ilusión de los sentidos”, meras proyecciones en el fondo de nuestra caverna.
Quizá todavía no estamos todos dentro de la “Matrix”, pero quizá no estemos tan lejos. Por eso, cuando siento algo así, tengo que salir y sentir algo de la realidad. Aunque lo que uno encuentre sea ruido, polvo y un calor pegajoso. Quizá eso sea mucho más real que otras “bellas riquezas virtuales” que se ofrecen a nuestros sentidos a través de las pantallas.
El contacto estrecho con los seres queridos es algo más difícil de conseguir “ahí fuera”; aunque creo que, para eso, el Amor nos hace desarrollar otros sentidos y otros sistemas de comunicación.
Pero eso es otra historia.

Desayuno carnavalesco

Desde hace unas semanas he sido aceptado en la “mesa familiar” de madame Claudy. La dueña del hotel y su marido desayunan todos los días con algunos clientes. El encuentro, que según una regla no escrita, tiene lugar a las siete de la mañana, se aprovecha para hacer un repaso informal a los acontecimientos del país. Es una especie de tertulia matinal que, además, cuenta muy frecuentemente con la presencia de “La Gacette”. Este es un personaje muy curioso, que se dedica a recorrer Jacmel recogiendo noticias y/o rumores y transmitiéndolos a las personas a las que pueden interesarles. Según madame Claudy, este hombre nunca ha tenido otro oficio conocido que ese. A cambio de su labor, recibe pequeñas cantidades de dinero con las que, parece ser, ha conseguido enviar ya a dos hijos a la universidad.

Hoy nos hemos dado cuenta que la “mesa familiar” cuenta con representación de cuatro continentes, pues los invitados somos un canadiense, un chino, una mujer de Mali (malinesa, maliense, malineña, maliñola…) y un español. Ahora buscamos ansiosamente un australiano para completar la muestra continental.

Uno de los temas de hoy eran los carnavales. Se comenzó hablando de la preocupación entre las autoridades sanitarias por el hecho de que estas fiestas puedan incrementar los casos de cólera. Al comenzar a comparar cómo se celebran los carnavales en las distintas partes del mundo, el canadiense afirmó: “Pues yo he visto imágenes de los Carnavales en España y son realmente espectaculares. Miles de personas desfilando, con disfraces muy curiosos. Pero, sobre todo, lo más impresionante, es lo bien vestidas y lo muy adornadas que llevan a las imágenes de la Virgen”…

Me tocó dedicar un rato a intentar explicar las diferencias entre los carnavales y las procesiones de Semana Santa. Algo que puede no resultar tan obvio visto desde la distancia y las diferencias culturales. Evidentemente, poco tiene que ver el desenfreno del carnaval de Río, por ejemplo, con la solemnidad de una procesión sevillana. Pero si analizamos algunas esencias del carnaval, como ser otros por un día, podremos llegar a pensar que no hay tanta separación. Todos sabemos cuánta gente en España solo es religiosa en los “grandes momentos”, para los que está dispuesta a gastar lo que haga falta por llevar “un paso” o “vestirse de romano”. Y ya, si incluimos en el análisis, eventos como la peregrinación al Rocío, las diferencias pueden no estar nada, nada, claras.

En fin, que ha sido un desayuno entretenido.

viernes, 4 de febrero de 2011

Pequeños Apocalipsis mensuales

Hoy era otro de los días anunciados como “del Apocalipsis” en Haití. Claro que, desde que estoy aquí, creo que hemos tenido algo así como “un apocalipsis mensual”…

Hoy se hicieron públicos, finalmente, los resultados definitivos de la primera vuelta de las elecciones legislativas y presidenciales, que se “celebraron” hace más de dos meses. El proceso ha estado plagado de dudas y de evidencias de fraude desde antes incluso de iniciarse. Se llegó a una situación tal de embrollo político, que cualquier solución, cualquier salía parecía mala situación, pues habría de provocar malestar y desagrado en un sector o en otro.

Por eso motivo, se temían para hoy manifestaciones y enfrentamientos violentos. Afortunadamente no ha sido así. La mayor parte de las reacciones han oscilado entre el alivio y las declaraciones de buena voluntad. Por supuesto, no todo el mundo está de acuerdo. De hecho quedan muchos problemas políticos por resolver; y no pequeños. Como, por ejemplo, que los retrasos han originado que el mandato del actual presidente “caduque” la semana que viene, pero la segunda vuelta de las elecciones no está prevista hasta el 20 de marzo.

Ahora se ofrece a los haitianos, hombres y mujeres, elegir entre tener como primera presidenta de su historia a una anciana catedrática que ha vivido la mayor parte de vida fuera del país, o, otorgar las riendas de la nación a un cantante muy popular entre los jóvenes, con una vida un tanto borrascosa y unas relaciones políticas quizá calificables de “peligrosas”. ¿Cuál sería la mejor opción? ¿Cuál la “menos mala”?

Cuando volvía a mi hotel meditando sobre eso, he visto una escena que me ha llamado la atención. A la puerta de una casa, a la débil luz de una bombilla, una anciana, con lentes sobre la punta de la nariz, sostenía el cuaderno con el que un niño, de cuatro o cinco años, silabeaba aprendiendo a leer, mientras se retorcía las manos con ese gesto tan típico de esas edades.

Cada día que pasa me doy cuenta de lo poco que sé de este país; de lo mucho que me falta por aprender. Pero también, cada día que pasa estoy más convencido de hacer menos caso a la lógica y más al instinto, a las emociones, a hacer caso a las señales.

Para mí, esa imagen ha sido como una señal de que siempre existe la posibilidad de salir adelante si aceptamos colaborar todos, hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, gente del campo y de la ciudad.

Quizá cada día que pasa soy también más ingenuo, más inocente, o más tonto. Pero, qué le vamos a hacer, me gusta ser así. A mis años ya resulta un poco difícil cambiar.