jueves, 18 de febrero de 2010

Consumir(nos)

Nuestros políticos y los "agentes económicos" están de enhorabuena porque las familias españolas consumimos más.
Yo no acabo de encontrar motivos para compartir esa alegría.
El Diccionario de la Real Academia Española ofrece, como definiciones de "consumir":

(Del lat. consumĕre).
1. tr. Destruir, extinguir. U. t. c. prnl.
2. tr. Utilizar comestibles u otros bienes para satisfacer necesidades o deseos.
3. tr. Gastar energía o un producto energético.
4. tr. Dicho de un sacerdote: Recibir o tomar la comunión en la misa. U. t. c. intr.
5. tr. coloq. Desazonar, apurar, afligir. U. t. c. prnl.
6. tr. ant. Dicho de los legítimamente casados: consumar.
7. prnl. Col. y C. Rica. Zambullirse en el agua.


Dudo mucho que la citada euforia de los economistas sea debida a la 4ª definición, ni tan siquiera a la 6ª.
Supongo que ellos están pensado más bien en la 2ª o en la 3ª de la lista del DRAE.
Quizá estén felices porque los españoles ya podamos volver a satisfacer nuestras necesidades o deseos, aunque sea solo comiendo. Sin duda, un buen almuerzo, o una cena bien acompañado, sirve para ahuyentar muchos males y angustias.
Y me temo que la mayoría de los analistas siguen compartiendo la idea de que un mayor consumo energético es indicador de desarrollo...
Pero, en cualquiera de los casos, me planteo, ¿es positivo utilizar más comestibles u otros bienes? ¿es conveniente gastar más energía u otro producto energético? Si todos los humanos que compartimos este planeta hubiéramos cubierta ya todas nuestras necesidades de comestibles, energía y otros bienes, quizá podríamos plantearnos ese incremento.
Pero aún así, no puedo quitarme de la cabeza que el primer significado de consumir no es sino "destruir, extinguir". Quizá por eso me siento afectado por el 5º: "desazonar, apurar, afligir". Sobre todo si recuerdo que el verbo "consumir" se usa a menudo como reflexivo.

Creo que son demasiadas divagaciones para una soleada mañana de jueves. Como una imagen vale más que mil palabras, recomiendo recorrer la galería de imágenes "Consume hasta morir" de Ecologistas en Acción.

P.D: Que me disculpen colombianos y costarricenses por no haberlos tenido en cuenta, pero creo que, de todos modos, ya "me he tirado a la piscina".

martes, 16 de febrero de 2010

Mi cáscara de nuez

Hace muchos años conocí a un danés que, cuando cumplió cuarenta años, organizó una gran fiesta, a la que invitó a todos sus amistades. Quería celebrar que, según la esperanza media de vida en Dinamarca, él estaba en la mitad de su vida. No escatimó nada: comida, bebida ni orquesta en directo. Hasta encargó una especie de “pins” conmemorativos.
El día que yo cumplía cuarenta años estaba a trece mil kilómetros de todos mis seres queridos, recién llegado a otro país, rodeado de desconocidos. Ese día tuve que madrugar mucho, pues había quedado a las siete de la mañana para salir de viaje. Mientras esperaba a mi chófer en una plaza céntrica, me abordaron dos jóvenes veinteañeras. Muy simpáticas, me preguntaron quién era y a qué me dedicaba. Manifestaron su extrañeza de que alguien tan “atractivo” como yo estuviera tan solo y se empeñaron en dejarme un teléfono de contacto por si quería quedar con ellas. Interpreté el suceso como mi regalo de cumpleaños, una señal del cielo de que eso de “la crisis de los cuarenta” era un cuento chino, pues yo me encontraba, claramente, en mi mejor momento. Seguí pensando eso incluso después de deducir que las “jovencitas” no eran sino “profesionales” en busca de un “cliente”. (¿A esas horas? ¡Qué barbaridad, qué mal debía estar el "negocio"...!)
Ha pasado algún tiempo desde esta anécdota, y últimamente no hago sino pensar en que, ahora sí, ya he pasado el umbral estadístico de la mitad de mi Vida. Tengo por delante menos de lo que dejé atrás. Pero no es esa la circunstancia que más me preocupa, sino el hecho de no tener nada claro qué hacer en ese tiempo que me queda.
Creo que empiezo a ser un señor mayor. Incluso en un país tan irrespetuoso como España, la mayor parte de las veces los desconocidos me tratan de usted. Cuando hablo con mis hijos me recuerdo cada vez más a mi padre. De hecho, a menudo me pongo a sacar cuentas de qué estaba haciendo mi padre a estos años.
Y, sin embargo, siento que dentro de mí viven todavía el niño inseguro, el adolescente prepotente y el joven ilusionado…; pero no sé muy bien qué hacer con ellos. ¿Debo mandarlos callar o debo dejarlos que sigan ocupando un espacio en mi interior? Lo malo es que si les dejo, seguirán haciendo que, a menudo, mi comportamiento no sea exactamente el que se espera de un señor de mi edad…
Pero, ¿qué es lo que se espera de un “señor de mi edad”? ¿Qué debo hacer en la Vida? ¿Qué es lo que debo buscar? ¿Dinero? ¿Posición social? ¿Respetabilidad? ¿Reconocimiento público?
Se supone que el ser humano, una vez cubiertas sus necesidades más básicas se dedica a buscar la Felicidad. Pero algo tan sencillo puede adquirir muy diversas formas; tantas que muchas veces sucede que no sabemos reconocerla.
Yo tengo a mi lado el principal motivo para ser feliz: una compañera para lo bueno y para lo malo. Ambos estamos dispuestos a compartir el resto de nuestras vidas, pero ambos también estamos inmersos en un mar de dudas, respecto a qué hacer con esa Vida que nos queda.
Quizá debamos dejarnos llevar por las olas de ese mar; pero, para ello, creo que lo principal será tratar de reforzar la embarcación y repintarla. No dejar que una capa gris la cubra o que la falta de mantenimiento la debilite.
“Navegar sin temor, en el mar es lo mejor. Y si el cielo está muy azul, el barquito va contento por lo mares lejanos del Sur…”

lunes, 15 de febrero de 2010

El secreto de sus ojos

Las mejores películas no son siempre las que más dinero cuestan. Ni las vidas más llenas son siempre las más espectaculares.

“El secreto de sus ojos” es una película llena de pequeños detalles, que la van haciendo crecer poco a poco, con cuidado, encajando como un sutil mecanismo de relojería.

Sus diálogos quizá no sean una extraordinaria pieza literaria, pero son creíbles, cercanos, humanos, con todo lo que esto significa en cuanto a reflejo de flaquezas y debilidades.

Se trata del relato de una trama policiaca que marca la vida de sus protagonistas durante más de veinticinco años; pero no es un thriller al uso. No encontramos aquí héroes, sino más bien las modestas e inseguras existencias de unos cuantos hombres y mujeres que, quizá como nosotros, se plantean a menudo de qué está llena de su vida, cuál es la pasión que les mueve, o si el tren que estaban esperando ya partió sin ellos.

¿Le damos demasiado valor al pasado? ¿Nuestros recuerdos nos dejan vivir el presente? ¿Merece la pena que dediquemos la Vida a imaginar, cómo, si hubiéramos actuado de otra manera, nuestro presente sería de otra manera?

En una escena de la película alguien dice “que tiene demasiados pasados y ningún futuro”. Creo que es una frase que resume muchas cosas.

Tal vez las personas, las sociedades y los países, carguemos con una serie de lastres que nos impiden vivir plenamente el presente y ser capaces de imaginar un futuro diferente.


lunes, 8 de febrero de 2010

Sueños de futuro.

Esta semana he visto dos películas muy distintas, pero con un nexo en común: ambas mostraban visiones del fututo de la humanidad, y en ambas el protagonista se encontraba mucho más a gusto soñando que en la cruda realidad de su vigilia.

La primera película era “Avatar”. Finalmente no puede resistirme a la tentación de conocer Pandora, el planeta de los Na´vi.

El argumento no es demasiado original. En ocasiones incluso me daba la impresión de no estar viendo una película de ficción, sino un documental o un noticiario que nos transmitía sucesos que han ocurrido y, por desgracia, siguen aconteciendo en nuestro castigado planeta. La codicia y la ambición por encima de cualquier otra consideración moral.

Pero desde luego, la recreación de un nuevo mundo resulta fantástica y muy atractiva. No es extraño que el protagonista no quiera abandonarlo y trate por todos los medios de conservarlo.

La segunda película es “The Road”, con un escenario bastante distinto. Un mundo postapocalítptico, donde el único objetivo de la raza humana es conseguir comida y refugio para vivir hasta el día siguiente. Es en ese ambiente hostil, frío y gris, donde ya ni el mar es azul, donde un padre trata de proteger a su hijo y educarle para que sea, a pesar de todo “un buen tipo”. El niño no ha llegado a conocer el mundo antes de la hecatombe, para él siempre ha sido así. Pero el padre lo recuerda a través de los sueños. Sueños de los que le duele despertar y que le obligan a plantearse si el merece la pena la Vida si su único objetivo es sobrevivir.

Al apagarse el proyector, al salir del cine, al encender las luces de nuestro salón, la realidad nos aguarda. En ocasiones tampoco quisiéramos enfrentarnos a ella. Nos gustaría seguir soñando cosas bonitas.

Pero los medios de comunicación parecen tener como único objetivo recordarnos que el sueño terminó, que es hora de despertar y enfrentarnos a la realidad. Ya no somos la octava potencia mundial, el estado del bienestar está deviniendo en insostenible y nos conviene contar solamente con los recursos que tengamos en la mano.

Sin embargo, creo que quizá, paradójicamente, la mejor manera de enfrentarnos a esa dura realidad sea soñar. No meternos bajo el edredón y esperar a que llegue la primavera, sino soñar realmente. Construir nuevos sueños, individuales y colectivos. Dejar que nuestra mente, nuestra imaginación se libere de las pesadas ataduras de la realidad y disponer, uno por uno, y todos en conjunto, a vivir esos sueños, a vivir por ellos.

Necesitamos sueños de futuro.