domingo, 3 de enero de 2010

Sobre la obsesión de viajar

Hace un rato pensaba que, hasta el siglo XX, uno de los lugares más inseguros para viajar debía ser el continente europeo. Un territorio constantemente inmerso en guerras, invasiones y revoluciones, con muchas zonas azotadas por la delincuencia y el bandolerismo
Quizás los habitantes de la Europa del siglo XXI, nos veamos ahora como los portadores de un mensaje de esperanza, de la Buena Nueva de que es posible una comunidad de países en paz, sin fronteras. Y, en consecuencia, nos sentimos impelidos a viajar por todo el mundo como misioneros de esa nueva Fe.
Así, con esa aura como única protección, recorremos todos los rincones del planeta, con nuestro pasaporte color granate, nuestras cámaras digitales y nuestra ropa de marca. Hacemos fotos a diestro y siniestro, sin consultar a los nativos si les importa o no. Recorremos zocos y bazares en pantalones cortos y camiseta de tirantes, preguntándonos por qué esas mujeres tan tapadas, pobrecitas, nos miran raro.
Al fin y al cabo, pensamos desde la piscina del hotel, los euros que nos gastamos en cubalibres, están colaborando al desarrollo económico y social de esos países. Cada vez que viajamos con nuestro 4x4 alquilado a recorrer ruinas, montañas y reservas de vida salvaje, acercamos un pasito más a la democracia, a la igualdad y a la sociedad del bienestar a esos pobres ciudadanos sometidos, todavía a dictaduras militares o religiosas.

Y si , además, aprovechamos esas vacaciones para llevar algo de "ayuda humanitaria", ya sean excedentes de comida, juguetes pasados de moda, móviles en desuso o gafas viajes, entonces podemos, con pleno derecho sentirmos realmente héroes o heroínas.

Aunque tal vez cabría pararse a pensar por qué Europa es ahora un remanso de paz y prosperidad, y de dónde obtuvo los recursos para alcanzar el Estado del Bienestar.

Por otro lado, ¿qué habríamos sentido en un pueblo de la España de principios del siglo XX, azotado por el polvo y por el sol, con los mosquitos de la malaria rondando por la laguna donde llevamos a abrevar a nuestra mula, si nos cruzamos con un chino vestido con un quimono de seda de vistosos colores?.

El hombre podría ser un alto funcionario del Imperio del Sol Naciente, una de las sociedades más ricas y avanzadas de la época, de vacaciones en un lugar exótico. Me lo imagino con un elegante cuaderno, y un finísimo pincel de pelo de marta, tomando apuntes del natural de aquel paisaje con nativos tan pintorescos.

Tal vez el "turista" no acabara de comprender por qué extraña razón, el paisano le lanzaba miradas torvas, frunciendo las cejas bajo la boina desgastada, mientras se secaba el sudor de la frente con una mano y tiraba del ronzal de la mula con la otra...

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