Tengo
dos hijos. Ambos fueron hijos deseados. No me pregunten por qué, pues no podría
explicarlo, pero así fue.
A
pesar de eso, nunca he estado muy seguro de ser un buen padre. Los hijos no
vienen con manual de instrucciones, y, si algo aprendí sobre la marcha es que
tampoco suelen ser muy útiles los consejos de otros padres, tengan la edad que
tengan.
En
estas últimas semanas, sin embargo, ya he alcanzado una seguridad. Mis dos
hijos me han convencido que de que soy el peor padre del mundo.
Todo
lo que hago está mal hecho. Todo lo que digo es una estupidez. No puedo
aportarles nada, ni hay nada que pueda enseñarles. Me consideran ya “amortizado”.
Bueno,
la verdad es que tampoco es exactamente así. Realmente consideran que todavía
puedo aportarles algo: un plato de comida, un lugar donde dormir y conectarse a
Internet y una asignación mensual.
Eso
sí, no puedo pedirles que comamos todos juntos; no debo imponerles a qué hora
tienen que venir a dormir ni pedirles que ordenen su habitación; no tengo que plantearles que quizá pasan demasiadas
horas conectados a Internet; no puedo preguntarles en qué emplean su dinero, ni
siquiera puedo acompañarles y/o aconsejarles en sus compras.
En
general, si estoy callado no hay demasiados problemas. Pero la situación se torna
inestable cuando pretendo “meterme en sus
vidas”. Unas vidas que, según me cuentan, son en todo perfectas cuando están
fuera de casa (eso incluye sus horas de “vida
virtual” en internet…), pero que se tornan insoportables cuando entran por
la puerta.
No
sé, supongo que tal vez sea un poco de envidia de esas vidas tan maravillosas
que ellos son capaces de encontrar en el exterior… ¡con la que está cayendo! Quizá
hayan aprendido a conformarse con esas pequeñas alegrías y satisfacciones que
se encuentran con amigos y compañeros… Lo cual no es malo, al contrario. Pero,
entonces, ¿por qué es tan complicado verles alegres y satisfechos en casa? ¿Cómo es que se incrementa tanto su nivel de exigencia al volver a casa?
Parece
ser que el único papel que me resta es el de fiel sirviente y puntual proveedor
de recursos económicos, alimenticios e informáticos. Todo lo demás que haga o
diga, lo haré solo “por fastidiarles”,
o “les agobiará”.
Y
si no soy capaz de ceñirme al escueto papel que se espera de mí, la amenaza,
repetidamente expresada es que “se irán
de casa”.
Hoy
le he dicho a uno de ellos que, si toma esa decisión, antes de cerrar la puerta
mire a ver si queda alguien en casa, no vaya a ser que me haya ido yo antes…
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