domingo, 29 de enero de 2012

El peor padre del mundo


Tengo dos hijos. Ambos fueron hijos deseados. No me pregunten por qué, pues no podría explicarlo, pero así fue.
A pesar de eso, nunca he estado muy seguro de ser un buen padre. Los hijos no vienen con manual de instrucciones, y, si algo aprendí sobre la marcha es que tampoco suelen ser muy útiles los consejos de otros padres, tengan la edad que tengan.
En estas últimas semanas, sin embargo, ya he alcanzado una seguridad. Mis dos hijos me han convencido que de que soy el peor padre del mundo.
Todo lo que hago está mal hecho. Todo lo que digo es una estupidez. No puedo aportarles nada, ni hay nada que pueda enseñarles. Me consideran ya “amortizado”.
Bueno, la verdad es que tampoco es exactamente así. Realmente consideran que todavía puedo aportarles algo: un plato de comida, un lugar donde dormir y conectarse a Internet y una asignación mensual.
Eso sí, no puedo pedirles que comamos todos juntos; no debo imponerles a qué hora tienen que venir a dormir ni pedirles que ordenen su habitación; no tengo que plantearles que quizá pasan demasiadas horas conectados a Internet; no puedo preguntarles en qué emplean su dinero, ni siquiera puedo acompañarles y/o aconsejarles en sus compras.
En general, si estoy callado no hay demasiados problemas. Pero la situación se torna inestable cuando pretendo “meterme en sus vidas”. Unas vidas que, según me cuentan, son en todo perfectas cuando están fuera de casa (eso incluye sus horas de “vida virtual” en internet…), pero que se tornan insoportables cuando entran por la puerta.
No sé, supongo que tal vez sea un poco de envidia de esas vidas tan maravillosas que ellos son capaces de encontrar en el exterior… ¡con la que está cayendo! Quizá hayan aprendido a conformarse con esas pequeñas alegrías y satisfacciones que se encuentran con amigos y compañeros… Lo cual no es malo, al contrario. Pero, entonces, ¿por qué es tan complicado verles alegres y satisfechos en casa? ¿Cómo es que se incrementa tanto su nivel de exigencia al volver a casa?
Parece ser que el único papel que me resta es el de fiel sirviente y puntual proveedor de recursos económicos, alimenticios e informáticos. Todo lo demás que haga o diga, lo haré solo “por fastidiarles”, o “les agobiará”.
Y si no soy capaz de ceñirme al escueto papel que se espera de mí, la amenaza, repetidamente expresada es que “se irán de casa”.
Hoy le he dicho a uno de ellos que, si toma esa decisión, antes de cerrar la puerta mire a ver si queda alguien en casa, no vaya a ser que me haya ido yo antes…

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