Esta semana he visto dos películas muy distintas, pero con un nexo en común: ambas mostraban visiones del fututo de la humanidad, y en ambas el protagonista se encontraba mucho más a gusto soñando que en la cruda realidad de su vigilia.
La primera película era “Avatar”. Finalmente no puede resistirme a la tentación de conocer Pandora, el planeta de los Na´vi.
El argumento no es demasiado original. En ocasiones incluso me daba la impresión de no estar viendo una película de ficción, sino un documental o un noticiario que nos transmitía sucesos que han ocurrido y, por desgracia, siguen aconteciendo en nuestro castigado planeta. La codicia y la ambición por encima de cualquier otra consideración moral.
Pero desde luego, la recreación de un nuevo mundo resulta fantástica y muy atractiva. No es extraño que el protagonista no quiera abandonarlo y trate por todos los medios de conservarlo.
La segunda película es “The Road”, con un escenario bastante distinto. Un mundo postapocalítptico, donde el único objetivo de la raza humana es conseguir comida y refugio para vivir hasta el día siguiente. Es en ese ambiente hostil, frío y gris, donde ya ni el mar es azul, donde un padre trata de proteger a su hijo y educarle para que sea, a pesar de todo “un buen tipo”. El niño no ha llegado a conocer el mundo antes de la hecatombe, para él siempre ha sido así. Pero el padre lo recuerda a través de los sueños. Sueños de los que le duele despertar y que le obligan a plantearse si el merece la pena la Vida si su único objetivo es sobrevivir.
Al apagarse el proyector, al salir del cine, al encender las luces de nuestro salón, la realidad nos aguarda. En ocasiones tampoco quisiéramos enfrentarnos a ella. Nos gustaría seguir soñando cosas bonitas.
Pero los medios de comunicación parecen tener como único objetivo recordarnos que el sueño terminó, que es hora de despertar y enfrentarnos a la realidad. Ya no somos la octava potencia mundial, el estado del bienestar está deviniendo en insostenible y nos conviene contar solamente con los recursos que tengamos en la mano.
Sin embargo, creo que quizá, paradójicamente, la mejor manera de enfrentarnos a esa dura realidad sea soñar. No meternos bajo el edredón y esperar a que llegue la primavera, sino soñar realmente. Construir nuevos sueños, individuales y colectivos. Dejar que nuestra mente, nuestra imaginación se libere de las pesadas ataduras de la realidad y disponer, uno por uno, y todos en conjunto, a vivir esos sueños, a vivir por ellos.
Necesitamos sueños de futuro.
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