Hoy, por fin, ha empezado la tormenta que llevaba días preparándose. El cielo se ha cubierto de nubes negras y pesadas, y la lluvia ha comenzado a caer.
El repiqueteo de las gotas sobre las hojas se ha convertido en la música de fondo. Algún relámpago fractura el horizonte.
Emprendo el camino antes de que la cosa vaya a más. Nunca le he tenido miedo a la lluvia, como parece que sí es el caso de los haitianos. Las calles están vacías. En mi trayecto de todos los días, el bullicio de costumbre se ha transformado en silencio y soledad. Sobre todo porque el medio de transporte habitual, las motos, han desaparecido.
Solo me cruzo con un niño. Tendrá unos 6 o 7 años y alguien le ha encargado que vaya a llenar un par de garrafas la fuente. Lo hace alegre, contento, sin importarle la lluvia. Como un juego.
¿Cuándo empezamos a no querer mojarnos con la lluvia? ¿Cuándo nos olvidamos de jugar?
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