domingo, 23 de octubre de 2011

Alegorías inexplicables


Este viernes hice un nuevo viaje a Bainet. Tenía algunos asuntos pendientes que tratar allí, y también aprovechamos para mostrar la zona a nuevos compañeros de trabajo.
Volví a ir conduciendo, una vez solucionados los casi interminables problemas burocráticos para matricular el vehículo de la organización para la que trabajo. Una vez más me enfrenté con ahínco a ese duro camino al que parece que tienes que vencer curva a curva, pendiente a pendiente. Un camino cada vez peor, aunque parezca increíble. Cada lluvia arrastra más la tierra, abre profundas grietas, hace aflorar la roca y lo hace cada vez más difícil.
Nadie mantiene los caminos, ni el Estado, ni los ayuntamientos, ni las comunidades por las que pasan. Si las carreteras son el esqueleto que sustenta una nación, Haití parece deshacerse cada día un poco más, A veces da la impresión de que los caminos, más que unir, separan a los pueblos.
Sin embargo, aunque pasé parte del día inmerso en estos pensamientos pesimistas, la tarde me ofreció una sorpresa. Mi colega haitiano me propuso volver por un camino distinto, por una ruta que no conocía; no habitual. Y, de repente, cambié el espíritu de lucha y de dominación de un camino, para dejarme llevar por la actitud de pasear y disfrutar del viaje. En algún momento incluso me reconocí admirando rincones de excepcional belleza; suaves caminos cubiertos de hojas amarillas, como en el otoño de los cuentos…
Y a la vuelta de una curva, al final de una pendiente me encontré con la extraña imagen de un viejo, frondoso y retorcido árbol surgiendo de entre los restos de un viejo tractor… ¿Un símbolo? ¿Una alegoría? ¿Un sueño materializado? Realmente no lo sé; no le encuentro ninguna explicación. Pero tal vez una de las enseñanzas que estoy adquiriendo durante mi estancia aquí es que no todas las cosas tienen una explicación, ni tienen por qué tenerla.

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