viernes, 14 de octubre de 2011

La luna llena en el olivar


Hoy he recibido la noticia de la muerte de una buena amiga. Sabía, porque ella misma me lo había contado hace unos pocos meses, que estaba muy enferma.
Ha luchado mucho por vivir, pero finalmente, hoy me comunicaron que “se ha ido esta madrugada cuando la Luna llena iluminaba el olivar y la lechuza volaba por Úbeda”.
Nos conocimos hace muchos, muchos años. Tantos que ya me da un poco de vergüenza decirlo. Formamos un grupo de amigos con el que pasamos un verano inolvidable. Después, la Vida nos separó. Pueblos distintos, historias distintas, trayectorias distintas. Nos vimos pocas veces, pero de esas pocas veces conservamos recuerdos muy bellos.
Fueron primero las cartas, esa antigualla ya casi en desuso, y luego el correo electrónico, los medios que utilizamos para mantener viva la llama de nuestra Amistad.
La Amistad, eso tan mágico y difícil de definir.
Como saben todos los que me conocen “de cerca”, yo soy un tipo raro, y es complicado soportarme mucho tiempo. No se puede decir que tenga muchos amigos o amigas; pero tampoco eso es algo que me haya preocupado mucho nunca. Para mí la Amistad no es una cuestión de cantidad, sino de calidad.
Me considero muy amigo de personas a las que, realmente, no veo muy a menudo. Pero son personas a las que aprecio mucho; personas con las que un día surgió algo hermoso entre nosotros y con las que me he esforzado en conservarlo, pese al tiempo y a la distancia.
Personas con las que, al volver a encontrarme al cabo de los años, no es que nada haya cambiado, sino que todo ha continúa…
La Vida no pudo separarme de Antonia; pero, desgraciadamente, sí me ha separado de ella la muerte.

No hay comentarios: