Quedamos a las 6.45. A esa hora
solo estoy yo. Los demás llegan a las 7.30. Está claro que esto de los
horarios, los blancos se “haitianizan” rápidamente.
En un rápido recuento de las provisiones disponibles comprobamos que solo otra
pareja y yo hemos caído en traer agua. Se decide enviar una expedición para ir
a comprarla. Vuelven media hora más tarde con una docena de botellas de agua y
tres docenas de cervezas.
A las 8.15 emprendemos por fin la
navegación. Casi hora y media costeando en dirección oeste para llegar a la
playa de la Brasilienne. El lugar no es nada del otro mundo y está lleno de
pescadores locales y niños jugando. Decidimos emprender otra expedición para
buscar un lugar más discreto; pero esta vez tenemos que caminar cargados con la
nevera de las cervezas.
Finalmente encontramos un lugar
más o menos aceptable, incluso con un pequeño toldo hecho con hojas de palmera
para protegernos del ardiente sol. Son poco más de las diez de la mañana, pero
comenzamos a emprenderla con los bocadillos y las cervezas.
Pasamos una jornada de pereza
total, con tímidas excursiones al agua, atravesando la arena que quema con
furia volcánica. Comienzan a aparecer algunos niños que sonríen, entre curiosos
y estupefactos ante la imagen de un grupo de blancos tumbados a la sombra y
acumulando, cuidadosamente, a un ladito, botellas vacías de cerveza.
Al inicio de la tarde nos rodea
un grupo formado por la mayor parte de la población de la zona entre 5 y 75
años. Conversamos en una mezcla de francés, inglés, español y creole, digna de
la torre de Babel. Sin duda nuestra locuacidad y don de lenguas se incrementa
de manera inversamente proporcional a la cantidad que queda de cerveza.
Sobre las 15 horas decidimos
abandonar La Brasilienne. Nuestro embarque no resulta demasiado airoso. La mar
ya comienza a estar movida y subimos a la barca casi totalmente empapados. Para
quitarnos el susto, decidimos acabar con las cervezas.
El capitán de la embarcación
decide hacer la ruta de regreso casi pegado a los acantilados. Pasamos algunos
momentos de tensión cuando decide demostrarnos que es capaz de hacer pasar la
barca entre un peñasco de diez metros de alto y un arrecife que asoma
ligeramente dos metros a la derecha. Una enseñanza del día: con el patrón del
barco que ha de traerte de regreso con mar picada, no es conveniente compartir
las cervezas.
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