viernes, 23 de noviembre de 2012

Niebla

Hoy ha amanecido una mañana de niebla espesa.
Vivo en un lugar donde la niebla es una fenómeno habitual en esta época de año, y suele acompañarnos días, e incluso semanas.
La niebla de aquí es como un muro blanco frente a tu casa. Como una sábana blanca que un vecino celestial cuelga frente a tu ventana.
Ya José Saramago en su "Ensayo sobre la ceguera" imaginó que el ser ciego podía significar no verlo todo negro, sino verlo todo blanco.
Así me siento yo en días como este; ciego al mundo exterior.
La niebla parece aislarnos. Vuelve invisible el paisaje habitual hasta extremos inquietantes. ¿Sigue estando ahí?
La niebla es además, húmeda y fría. Cala, penetra. Nos incita a encogernos, a refugiarnos en nosotros mismos, en nuestro mundo interior. Tal vez por eso nos deprime. Somos cada vez más dependientes de estímulos exteriores. Por eso, cuando éstos desaparecen anulados por la niebla, sentimos que solo nos tenemos a nosotros mismos. Y eso, nos deprime.
Pero los que vivimos aquí sabemos que es fácil huir del influjo de la niebla. A menudo basta con alejarnos unos pocos kilómetros para encontrar un sol radiante y un cielo azul. 
Por encima de la niebla sigue saliendo el sol todos los días. Aunque nos cueste creerlo.
Siento que ahora mismo, toda España está envuelta en una espesa niebla. No una niebla atmosférica, sino una niebla política y social. Un espeso manto de pesimismo y resignación que cala hasta los huesos del alma de nuestra sociedad. Algo que nos deprime, lo sabemos, pero que no nos deja mirar más allá. Que nos dice que no hay nada más allá. Que esta niebla fría, triste y húmeda es lo único que existe. Que ya no existe el paisaje habitual que estábamos acostumbrados a ver a nuestro alrededor.
Pero el Sol sigue saliendo todos los días. Sigue estando sobre nosotros. Por eso deberíamos hacer lo posible por elevarnos, por sacar la cabeza por encima de la niebla e intentar ver el cielo azul. Muchos han iniciado ya el camino. Un camino que tal vez les haga alejarse para no volver.
Aunque la niebla no es eterna. Desaparece, tarde o temprano cuando se levanta el cierzo; ese fuerte viento que despeja nuestros cielos, tras semanas de niebla.
Nuestra sociedad también necesita fuertes vientos que la despejen, que la despierten.
Podemos esperar a que aparezcan... o podemos empezar a soplar todos juntos.

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