domingo, 18 de noviembre de 2012

Realidades paralelas

Hoy hace un año que regresé de Haití, donde estuve trabajando trece meses en diversos proyectos de desarrollo rural.
Dejé un país que parece estar eternamente en ruinas para volver a un país que, de repente, descubrió que estaba arruinado.
Salí de un país que, en ocasiones, parecía flotar a la deriva, para regresar a una nación que se hunde y cuyos tripulantes no cesan de hacerle nuevos agujeros en el casco.
Abandoné Haití cuando su gobierno estaba intentando ofrecer educación a todos sus hijos, para encontrarme con un España donde sus dirigentes han decidido acabar con la Educación Pública y de calidad que existía.
Allí quedaron miles de familias viviendo en precarios campamentos de refugiados tras un terremoto que les dejó sin hogar. Aquí me he encontrado con un tsunami financiero que está dejando, día tras día, a cientos de familias en la calle, desahuciados.
Conocí a decenas de jóvenes haitianos que sueñan con dejar su país en busca de un futuro mejor; pero a la vuelta he descubierto que toda una generación de españoles está haciendo planes para irse a vivir y trabajar fuera.
En lo personal, dejé de ser un "blanc", un personaje llamativo y estrafalario en las calles de Jacmel, para ser un "gris" desempleado más en las frías estadísticas del gobierno de España. Parte de una "masa", aún no demasiado enfurecida, pero que no hace más que crecer mes tras mes, bajo la mirada displicente de un gobierno que, como única excusa afirma, impávido, que sus políticas "son las únicas posibles".
¿Es una misma realidad la de Haití y la España? No creo. Tal vez son realidades paralelas. 
Lo que más me lleva a pensar eso es que, pese a todo, en Haití yo sentía que la mayoría de las personas se levantaban por la mañana ilusionadas por un nuevo día que, tal vez, fuera el inicio de algo mejor en sus vidas.
Y mucho me temo que en España, en estos momentos, son muy pocos los que se levantan con esa idea. 




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