lunes, 4 de abril de 2011

Snorkeling


Esta mañana he sacado de la mochila las gafas de bucear. Las pobres llevaban más de cinco meses encerradas allí, sin ver la luz del sol… o el agua de mar, como sería más lógico.

Al venir para aquí las traje, convencido de que en el mar Caribe tendría muchas cosas que ver. Pero, casi desde el primer día, los “más viejos del lugar” entre la colonia de cooperantes, me fueron contando que, por desgracia, la costa haitiana no oculta demasiadas bellezas bajo las aguas.

Eso es debido, por un lado a los excesos de la pesca de arrastre, cometidos por las poblaciones de pescadores a los que la necesidad y la falta de técnicas menos agresivas ha llevado a esquilmar la costa más cercana de casi toda la flora y fauna marina.

Por otro lado, la práctica inexistencia de sistemas de saneamiento de aguas residuales y de recogida de basuras, hace que el sufrido mar tenga que hacerse cargo, él solo, de esas tareas; con lo que, sobre todo en la cercanía de los núcleos de población, entrar en el agua no siempre es agradable.

Pero hoy, sin embargo, he comprobado que no todo está perdido. Unos amigos me han llevado a la playa de Lázare. Un lugar bastante escondido, donde, sin embargo, hemos encontrado un grupo bastante numeroso , (y bullicioso...), de jóvenes y niños haitianos. Es curioso, pero, como me ha hecho ver una compañera, nunca se ven niñas en la playa…

La playa era pequeña y el mar estaba un poco agitado, pero el entorno parecía prometedor. Y, en efecto, en cuanto me he sumergido he descubierto un paisaje submarino rebosante de vida. Al menos una docena de especies de peces distintos, corales (entre ellos el llamado “cerebro”, por razones obvias), plantas acuáticas… y algunos erizos de mar de tamaño espectacular con los que conviene ser muy cuidadoso…

Bucear es lo más parecido a volar que puede hacer el ser humano sin ayuda de artefactos mecánicos. Flotar sobre el fondo marino es, además de hermoso, una actividad sumamente relajante.

Ha sido una especie de reconciliación con la costa de Jacmel. He comprobado que sigue viva, que, quizá como el resto de Haití, se resiste a desaparecer. Se defiende y lucha, día a día, por su propia supervivencia.

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