miércoles, 7 de octubre de 2009

Educación

Yo me eduqué aún con los estertores de la dictadura franquista.
Entre mis recuerdos escolares está la imagen de mi profesor de 5º de EGB, un hombretón impresionante, que, bañado en lágrimas, sollozaba sin pudor ante nosotros, a la muerte del Caudillo.
Viví pues aún la época del nacional-catolicismo, en la que, incluso en colegios públicos como el mío, se formaba ante la bandera antes de entrar a clase, se rezaba el rosario los viernes y el mes de María en Mayo y se hacían concursos de catecismo.
Al profesor se le trataba de usted y nos levantábamos cuando entraba a clase. El aprendizaje se basaba en memorizar las lecciones y los castigos corporales formaban parte de las herramientas disciplinarias.
Pese a todo eso, creo que no me han quedado demasiadas secuelas. No me considero reprimido, amargado ni castrado psicológicamente. Aunque tampoco recuerdo con especial añoranza mis años escolares.
Sí me considero privilegiado por haber vivido en una época de importantes cambios en los modelos sociales y culturales.
Aunque por el camino es posible que todos hayamos cometido errores. Nuestro país parece tener una importante tendencia al movimiento pendular, que nos hace oscilar de un extremo al opuesto con demasiada rapidez.
Así, ahora en el eterno debate sobre la educación, asistimos atónitos a reflexiones sobre pérdida de valores, anarquía en las aulas y profesores indefensos que reclaman protección y quieren recuperar su autoridad.
Los medios de comunicación echan constantemente leña al fuego. Ahora, un canal de televisión ha comenzado un reality show con el argumento de someter, supuestamente, a jóvenes actuales a la disciplina de los internados franquistas. No acabo de entender muy bien qué pretende; aparte de espectáculo y morbo, como de costumbre.

Nadie parece saber cómo hemos llegado a esta situación. No creo que existan respuestas fáciles ni soluciones milagrosas. Pero soy de la opinión de que la base de la educación de los niños debería seguir residiendo en los padres. El sistema educativo debería ser un colaborador eficaz, pero nunca un sustituto.
Claro que ser padres nunca ha sido fácil. Ningún hijo viene con manual de instrucciones.
Tal vez la clave esté, una vez más, en una tira de Mafalda:

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