Un ave extraña revoloteaba en el patio de su fábrica. Un niño pequeño, de aspecto extranjero iba tras ella. Cuando se acercó, vio que el animal era una especie de loro, pero con unos colores que nunca había visto. Iba alternando saltitos y cortos vuelos a baja altura. Llevaba algo en el pico. Al principio le parecieron unas hierbas o unas ramitas. Desde luego, era un ave exótica, nunca vista por la zona. Tampoco conocía al niño, pero decidió ayudarle a recuperar al animal, que debía ser suyo. Cuando estuvo junto al extraño loro, comprobó que lo que llevaba en el pico eran cuatro pequeñas serpientes. De inmediato pensó que eso no era normal. No era supersticioso, pero aquello tenía toda la pinta de albergar algún tipo de simbolismo. De repente, notó algo, como una pequeña quemadura, y supo que una de las pequeñas serpientes le había mordido. Al instante, el niño extranjero se le acercó y le entregó un papel con una serie de símbolos. Pese a que se iba sintiendo cada vez peor, logró ir descifrando el significado del mensaje. El veneno de la serpiente haría efecto rápidamente. Iba a entrar en coma. Pasaría un año así. Mientras tanto, viviría la vida de un cerdo. No pudo leer más. Perdió el conocimiento.
Se sintió flotar en la oscuridad. Emprendía un viaje. Al final de un estrecho túnel, pudo ver una luz. Al despertar, comenzó a escuchar sonidos familiares: ronquidos graves y agudos chillidos. Miró a su alrededor y pudo ver a sus ocho sonrosados hermanos. El ambiente era cálido. Sintió hambre y acometió una de las ubres maternas. Un líquido caliente y nutritivo llenó su boca. Se sintió feliz.
De pronto recordó algo. Él no era un cerdo; pero iba a vivir una año así. No estaba tan mal. Pero, ¿qué había sido él antes? Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando lo recordó. Trabajaba como técnico en una granja industrial de engorde de cerdos. Sus jefes acaban de felicitarle porque había conseguido que los animales alcanzaran el peso de sacrificio a los seis meses...
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