domingo, 31 de octubre de 2010

Acostumbrarse


Poco a poco, sigo conociendo Jacmel, sigo conociendo algo más de Haití.
Ayer, otro español que lleva algo más de tiempo aquí, me preguntaba si ya me había acostumbrado a la vida en Haití. Yo le contesté que si es que uno se acostumbra. Él se quedó un momento pensativo y me dijo que, realmente, era una buena pregunta.
¿Y a qué hay que acostumbrarse? ¿A no tener algunas de las comodidades a las que estamos acostumbrados en Europa? Eso tal vez nos ayude incluso a valorar más algunas cosas que nos pasan desapercibidas, y a las que no damos importancia. Tener agua potable y recogida de basuras; poder acceder a una sanidad gratuita para todos; disponer de una red de carreteras transitable durante todo el año… ¿Alguien se felicita por tener eso en España?
¿Alguien se plantea realmente que los haitianos tendrían también derecho a todo eso? La verdad es que no estoy muy seguro de que ni ellos mismos se lo planteen. Haití está en campaña electoral. El próximo 28 de noviembre debe elegirse presidente de la república, así como diputados, senadores y alcaldes. Jacmel está lleno de carteles de los diferentes candidatos; pero sus mensajes no van mucho más allá de “Vótame a mí en lugar de a ese otro”.
Mientras tanto, o a pesar de eso, la vida sigue. Hoy he salido a recorrer el centro histórico y he coincidido, en un momento dado, con la salida de misa de una de las iglesias. Todo el mundo, hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos, salía vestido de punta en blanco. Como suele decirse “parecía que iban todos de boda”. Las iglesias, los edificios, las infraestructuras, están dañadas. La esperanza de muchos haitianos también. Pero esta gente, como esta ciudad, se resiste a desaparecer.
Superado el primer impacto, intento que mis ojos comiencen a vislumbrar todo lo que hay detrás, más allá de los escombros, las ruinas y los montones de basura. Imaginar cómo sería la plaza principal de Jacmel, presidida por el lema “Liberté, Egalité, Fratenité”, antes de estar ocupada por las tiendas de los refugiados… No se trata de no querer ver las muestras de ruina y abandono que, casi diez meses después del terremoto todavía están presentes. No quiero dejar de ver a los miles de personas que viven aquí todavía en “refugios provisionales” (simples tiendas de campaña). Pero quiero entrever, en el pasado que adivino, el futuro posible.
Es cierto que algún niño se me ha acercado y me ha pedido “un gourde” (la moneda local), pero no es lo habitual. Cuando iba a venir para acá, bromeaba con que en Haití iba a ser “el blanco perfecto”, pero no así. Hoy se me ha acercado un muchacho, de unos quince años, muy amable y, tras presentarse, me ha acompañado un rato en mi camino. ¿Qué quería? Quería practicar un poco su inglés. Me ha preguntado, entre otras cosas, dónde aprendí yo el inglés. Le he dicho que en la escuela. Él, sin embargo, está pagando una academia privada para aprenderlo. ¿Valoran nuestros jóvenes de quince años las oportunidades que les ofrece el instituto? ¿Valoran sus padres que la enseñanza sea gratuita?
¿Me acostumbraré a vivir en Haití? ¿Hacemos bien a “acostumbrarnos” a vivir en España?

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