domingo, 24 de octubre de 2010

Destino Haití. Capítulo 4: de Puerto Príncipe a Jacmel


Me resulta muy difícil describir Puerto Príncipe.

Podría recurrir a algo sencillo y definirla como caótica. Pero creo que es algo más. Mucho más. Depende de donde poses la vista puede parecer una ciudad digamos “normal”. En algunos aspectos hasta bonita, con vegetación tropical y una luz hermosa. Pero, sin transición, uno puede ver también una ciudad devastada, como recién salida de una guerra. Montones de escombros, casas dobladas sobre sí mismas, en equilibrio precario. Y los campos de refugiados; ocupando cualquier espacio abierto, decenas y decenas de tiendas donde, desde hace ya más de diez meses, miles de familias viven sobre los escombros, rodeados de ruinas y basura.

Pero la ciudad tiene muchas caras. Egido, mi compañera de trabajo quería aprovechar que venía la capital para hacer unos cuantos recados. Tenía que pasar por la compañía de servicios de internet a pagar unas facturas y mientras lo hacía me dejó en uno de los supermercados más modernos de la ciudad, el Giant. Se trata de un establecimiento de aspecto totalmente europeo, incluso con un cajero automático en la puerta. Su oferta de productos es también ampliamente europea, especialmente de marcas francesas. Una nota curiosa podría ser que, en un momento dado, podría haber más cajeras (ocho ó diez) que clientes…

No era precisamente lo que esperaba encontrarme en mi primera hora en la ciudad, pero a pesar de encontrarme completamente desubicado es ese enclave europeo dentro de Puerto Príncipe, procuré cumplir con el trámite de hacerme con algunas provisiones, aún sin tener claros el nivel de precios ni el cambio gourde/euro.

La siguiente parada fue en el banco. Un edificio imponente, pero donde para entrar tienes que pasar al lado de varios enormes generadores eléctricos. Oficinas luminosas, aire acondicionado, empleadas y empleados bien trajeados… Un banco, al fin y al cabo. Pero un banco donde pasamos casi dos horas esperando que nos consiguieran tres justificantes de transferencias… Una primera lección de paciencia.

A la vez recibí otra lección. Esta vez de confianza basada en la experiencia. La noche anterior en Santo Domingo, Carmen la había pasado sufriendo por dónde aparcar el coche de manera que no se vieran las maletas. Aquí, en Puerto Príncipe, Egido dejó el coche con las maletas a la vista durante dos horas en plena calle, sin sentir la menor preocupación.

Terminados los trámites bancarios, teníamos concertada una cita con una asociación de mujeres. Como yo no estaba todavía al día del proyecto, me quedé esperando en otra salita. Enseguida Tamara, la recepcionista, me pidió que me sentara a su lado y le hiciera compañía. Lo primero que hizo fue mostrarme una docena de fotos suyas que tenía en el ordenador posando, bien vestida y maquillada, como una modelo profesional. La verdad es que la situación me causó cierto rubor y una cierta incomodidad. Le dije que a mí no se me ocurriría tener una foto mía de fondo de escritorio en el ordenador, pero a ella le parecía normal. Después me comenzó a cantar canciones de Selena, una artista country mexicano-americana. Me dijo que estaba estudiando español y me propuso conversar para practicar, ella en español y yo en francés. Estuvimos pues, dándonos lecciones hasta que Egido terminó su reunión y nos fuimos.

Salir de Puerto Príncipe puede llegar a ser una pesadilla. La ciudad no fue nunca un modelo urbanístico, pero ahora, tras el terremoto y con unas obras de reconstrucción no demasiado planificadas, uno nunca sabe qué calle o qué avenida puede estar cortada, o dónde un arroyo se ha desbordado y hay balsas de agua de más de medio metro de profundidad. El tráfico es una mezcla de camiones de los cascos azules y coches de ONGs internacionales con los medios de transporte público locales, los “tap-tap” camionetas o pequeños camiones adaptados para llevar a ocho o diez pasajeros en la parte trasera, algunas de ellas decoradas con elaborados diseños y vivos colores.

Al atravesar la parte baja de la ciudad fui viendo cada más zonas devastadas por el terremoto del 12 de enero. En algunas de ellas parecía no haber cambiado nada desde entonces. Especialmente impactante es pasar junto a algunos mercados, rodeados de montones enormes de basura y aguas sucias. Sin duda una tremenda bomba epidemiológica a punto de estallar.

Oficialmente fuera de Puerto Príncipe, pero prácticamente unidas a ella, se encuentran las poblaciones de Carrefour, Gressier y Leogane. En ésta última se localizó el epicentro del terremoto y quedó totalmente destruida, aunque no la atravesamos porque la carretera a Jacmel la rodea.

Lo que más me llamó la atención en el camino a Jacmel es que, a lo largo de sus casos más de cien kilómetros, nunca dejas de ver personas a los lados de la carretera. Sentados a la puerta de casa, caminando de lugar a otro, sacando vacas y cabras a pastar… Hombres, mujeres, niños y ancianos flanquean la carretera.

Para llegar a Jacmel hay que atravesar una zona montañosa con abundante vegetación. Una gran parte de Haití ha sido deforestado, pero todavía se conservan algunas zonas verdes, aun sin poder ser consideradas exuberantes.

Al anochecer del 21 de octubre entré por fin en Jacmel. Mi destino en Haití.

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