domingo, 24 de octubre de 2010

Destino Haití. Capítulo 3: el vuelo a Puerto Príncipe


Mucho no dormí esa noche. Ni siquiera el cansancio o el cambio horario me ayudaron. Pedí en recepción que me despertaran a las 5.15 de la mañana, pero a las 4.30 ya me estaba duchando.

Mi hotel era el utilizado habitualmente por muchos pilotos y azafatas, por lo que era posible desayunar a partir de las 5 de la mañana. Lo cual agradecí mucho. Entre otras cosas porque tampoco estaba muy seguro de cuándo volvería a comer ese día.

Había convenido con Carmen que, la temprana hora y el exiguo recorrido le eximía de acompañarme al aeropuerto de nuevo. Así que solicité los servicios de un taxista local.

A las 6 ya estaba en el aeropuerto facturando el equipaje a Puerto Príncipe. Como no había demasiadas cosas que hacer en el aeropuerto a esas horas, inmediatamente pasé el control de pasaportes. Mala cara debía llevar tras una noche sin dormir, porque fue la primera vez que cachearon (a ver si es verdad que tenía la cara de Tom Hanks en “Castaway”…) Eso sí, el funcionario que lo hacía no dejó de pedirme excusas en todo momento. Detrás de mi pasaron seis japoneses de la MINUSTAH (los cascos azules de la ONU encargados, supuestamente, de mantener el orden y la seguridad en Haití)

El vuelo iba a salir con retraso, de modo que estuve esperando casi dos horas en la puerta de embarque. Cuando llegó el momento nos hicieron formar a los treinta pasajeros en fila de a uno para acceder, caminando, al pequeño avión de hélice que nos esperaba alejado de la terminal.

Este vuelo no fue tan animado como el anterior. El pasaje iba en silencio. Apenas dos o tres haitianos en el avión. El resto, “gringos” de todo pelaje y condición.

Menos de una hora después el avión iniciaba el descenso sobre Puerto Príncipe. La verdad es que si no hubiera visto tantas imágenes, ni leído tantas crónicas del terremoto del 12 de enero, el paisaje, desde el aire, podría haberme parecido hasta bonito. Pero aquí, allí, allá, se veía repetida la imagen de los campos de refugiados donde todavía, diez meses después todavía viven, en muy precarias condiciones, cientos de miles de personas.

Tras tomar tierra, el aparato se acerco a la terminal del aeropuerto Toussaints Louvertoure que parecía bastante digna y entera. Pero no debía estarlo tanto, pues inmediatamente fuimos trasladados en un autobúes a los barracones provisionales que, al otro lado del aeropuerto, hacen las veces de terminal.

El control de pasaportes fue sencillo y, esta vez no tuve que pagar un impuesto “de turista” para entrar al país. Recogidas las maletas salí al exterior donde me esperaba la representante en Haití de la organización para la que iba a trabajar.

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