viernes, 29 de octubre de 2010

Píldoritas de Jacmel

Al cumplir una semana en Jacmel supongo que debería ser capaz de transmitir algunas de las impresiones, conocimientos o sensaciones que he ido acumulando. Pero aún me sigue resultando complicado.

La verdad es que, de momento, tengo poco más que imágenes sueltas, instantáneas que quisiera ir transmitiendo:

En Jacmel no se recoge la basura, pero el alcalde se pasea a todas horas en su coche, un Hummer, color blanco, siempre limpio e impecable.

A la ciudad, la noche le favorece. Esta noche he descubierto la zona de viejas casas coloniales que recuerdan a las de New Orleans

He descubierto que la gente puede decirte por la calle “Salut, blanc” (“Hola, blanco”), pero hacerlo con respeto, sin asomo de desprecio.

En Jacmel se madruga mucho. Amanece a las 5.30 de la mañana y a las seis hace un sol que te quita las ganas de seguir en la cama.

El primer día, el tráfico de motos me pareció una locura. Hoy ya he ido incluso tranquilo en una moto. Por cierto que solicitar que un moto taxista lleve a dos pasajeros se considera muy normal aquí.

Es sorprendente la actividad cultural de una ciudad de apenas 40.000 habitantes: Haití será el país más pobre de América en renta per capita, pero no en inquietudes culturales de su población.

No entiendo la radio en creole, pero sí los resultados del futbol de la liga española cuando los anuncian.

Por cierto, ¿por qué si las escuelas enseñan oficialmente en francés, la mayor parte de la población sólo hablan creole?

Me resulta todavía extraño caminar junto a campos de refugiados con total normalidad por ambas partes.

Es curioso que en un país sin producción de cebada, una de las mejores cosas sea su cerveza: “Prestige”.

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