sábado, 23 de octubre de 2010

Destino Haití. Capítulo 1: el vuelo a Santo Domingo

El miércoles 20 de octubre emprendí el viaje que me iba a llevar a mi nuevo destino: Haití.

A las cuatro de la tarde salí del Aeropuerto de Madrid rumbo al de Santo Domingo, en República Dominicana.

Mi acomodación en el avión fue un poquito trabajosa. En primer lugar, porque los equipajes de mano de los 200 dominicanos que viajaban conmigo eran muy numerosos y voluminosos. Y en segundo lugar, porque mi asiento era casi como el de los pilotos de Fórmula 1, justito, justito. Una vez más estaba a una fila del “paraíso”: la siguiente era la de las salidas de emergencia; la ideal para viajes transatlánticos…

Para completar el cuadro, desde que subimos al avión hasta más de una hora después de haber despegado, estuvo sonando insistentemente el timbrecito de avisar a las azafatas: ding, ding, ding… Consultado el personal de cabina, afirmaron que ellos no podían hacer nada, que sería algún niño presionando insistentemente el botoncito… ¡Más de una hora! Finalmente, o el supuesto niño se cansó o se quemó el timbre; el caso es que cesó el ding, ding, ding.

A eso de las 6 de la tarde nos dieron de ¿comer?, ¿cenar? Cumplido ese trámite, me dispuse a dormir. Ese era mi máximo objetivo, pues no había dormido mucho en los días anteriores. Pero, tenía dos obstáculos para ello. Uno, que no es tan fácil dormir en un vuelo diurno como en uno nocturno. Y dos, que es difícil dormir con 200 ciudadanos de la República Dominicana alrededor. Su “alegría” natural desbordaba. Muchos de ellos parecían conocerse y, en consecuencia, se saludaban y conversaban animadamente de lado a lado del avión. En resumen, que mucho no dormí.

Durante el vuelo pusieron dos películas, una comedia típica americana y luego otra que debía de ser “Eclipse”, puesto que salían los vampiros y licántropos habituales pero en una trama que no me sonaba. No vi las películas puesto que Air Europa te cobraba 3 euros por los auriculares. Eso sí, curiosamente, al final del vuelo te los pedían de vuelta para “reciclarlos”.

Otra peculiaridad de Air Europa es que si quieres tomar alguna cosita entre comidas, has de pagarla aparte.

Alrededor de las 11 de la noche, cuando faltaban unas dos horas para aterrizar nos pasaron un bocadillito y un café (¿merienda? ¿recena?) A partir de ese momento, todos los dominicanos comenzaron a peregrinar a los baños del avión acicalarse, peinarse, perfumarse… Mi compañera de asiento incluso se cambió de ropa. Creo que existe una cierta obsesión en ese país por estar siempre “estupendos” y “estupendas”.

Al fin, sobre las 7 de la tarde hora local, 1 de la madrugada en España, tomamos tierra en el Aeropuerto de Las Américas de Santo Domingo, en medio de una calurosa ovación por parte de la mayoría del pasaje.

Como había sido prevenido por una amiga, no me extrañé tener que pagar un “impuesto al turista” de 10$ (aunque me pareció un tanto abusivo para alguien como yo, que no iba a estar ni un día en el país…) Lo curioso es que, por ese precio te dan una bonita tarjetita en una ventanilla, para que en el pasillo siguiente un tipo te la pida y se la quede sin más.

Los trámites de aduana fueron rápidos y sencillo, pero lo de recoger el equipaje no lo fue tanto. Más de 100 personas alrededor de una cinta transportadora bastante corta, todas con carritos de aeropuerto, y todas esperando maletones enormes… No fue fácil, pero, con un poquito de paciencia, conseguí recoger mi equipaje.

También estaba avisado, de manera que mantuve la dignidad al salir al vestíbulo de llegadas, donde debes atravesar una especie de pasarela Cibeles, con público a ambos lados para salir. Al final del desfile, me estaba esperando Carmen, la ex compañera y amiga que me iba a servir de guía en mi corta estancia en la República Dominicana.

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