lunes, 10 de mayo de 2010

Integración y esperanza

Esta mañana han solicitado mi opinión sobre un tema: en uno de los colegios de la localidad en la que resido, el próximo curso sólo ingresarán nuevos tres alumnos "españoles", el resto serán hijos de inmigrantes.
Quienes me planteaban la cuestión se manifestaban preocupados porque, a su modo de ver, un "excesivo" número de niños inmigrantes en las aulas, retrasa en aprendizaje del alumnado "español". Llegaban incluso a proponer que se organizaran aulas exclusivas para hijos de inmigrantes.
A este respecto, lo primero que les respondí es que creo que, ahora mismo, ningún profesor está preparado para hacerse cargo de una clase formada exlusivamente por alumnos de procedencias "exóticas". Pese a la "retórica" de las leyes de educación, me temo que no se invierte nada en preparar al "sufrido" profesorado, o al menos a una parte de ellos, para hacer frente a esta nueva realidad educativa.
Supongo que los responsables políticos de la educación lo que intentan hacer es tratar de "diluir" el problema, "repartiendo la carga", más o menos "equitativamente", entre todo el profesorado. Estoy sería estupendo, en nombre de la "integración", siempre que se proporcionaran los medios adicionales necesarios, en cuanto a formación complementaria de los docentes o equipos de apoyo, en el aula y fuera de ella. Pero esto no es así, desafortunadamente; y en tiempos de "crisis" pedirlo parece más una utopía.
Por otro lado, la situación no es sino un reflejo de la realidad social española. Por un lado, pese a la crisis, convive entre nosotros un porcentaje cada vez más alto de ciudadanos, hombres y mujeres, nacidos en otro país, que se han instalado en nuestros pueblos y ciudades buscando un futuro mejor. Nuestro "estado del bienestar" les ofrece, entre otras cosas, educación gratuita para sus hijos; algo de lo que la mayoría de ellos no disfrutó y que está todavía, por desgracia, muy lejos de ser un derecho universal.
Por otro lado, en nuestra sociedad occidental, las parejas jóvenes, y no tan jóvenes, no parecen demasiado ilusionadas en traer hijos al mundo. El "desarrollo" de nuestro país parece exigir que ambos miembros de la pareja trabajen para hacer frente a las "necesidades familiares", y ofrece muy pocas facilidades para conciliar la vida laboral con el ciudado de los hijos.


Quizá haya que llegar a la conclusión de que la esperanza en un futuro mejor para los hijos, ahora mismo, sólo existe entre la población inmigrante.


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