martes, 9 de noviembre de 2010

El Conguito blanco


Que levante la mano quien no haya vivido esta escena: nos encontramos a un niño negro pequeñito por nuestra ciudad y nuestra mano no puede resistir la tentación de acariciar su pelo crespo, de pasar nuestros dedos por sus rizos, a la vez que decimos “Mira que majo, si parece un Conguito”.

Pues hoy yo me he sentido como un Conguito. No sé si hay Conguitos blancos. Seguro que mi viejo amigo Miguel Ángel podría decírmelo… Según Internet parece que sí. Pero, en cualquier caso, yo, esta tarde me he sentido un Conguito blanco. Había salido a hacer unos recados cuando, por tres veces, me he cruzado con niños pequeños, de la mano de sus madres, que, al cruzarse conmigo, se ha reído y me han acariciado, han tomado mi mano, la han hecho chocar, mirando hacia arriba y diciéndole a sus madres algo que no pude entender, pero que debía de ser el equivalente a “Mira, que majo, un blanco”

¿El mundo al revés? Con los años me voy dando cuenta de que el mundo no tiene ni derecho ni revés, pero sí muchas caras. Cuando vivía en Gran Bretaña, llegué a la conclusión de que esa isla era como mundo de Alicia, “el otro lado del espejo”: los coches van por la izquierda, desayunan lo que nosotros comeríamos, las tiendas cierran cuando abrirían en España… Estoy empezando a pensar que Haití puede ser otra cara del mundo: el negativo de la película. Aquí el negro soy yo, pero en negativo; por eso, lo que algunos me gritan por la calle es “¡Eh, tú, blanco!”

Aquí lo negro manda, lo negro gobierna, lo negro se impone. Pero es que Haití no es cualquier cosa. Cuando todas las colonias americanas de España todavía se estaban planteando si levantarse o no contra el Rey, un ejército de ex esclavos negros ya había vencido a las tropas de Napoleón, comandadas nada menos que por su cuñado el general Leclerc. La mismísima Paulina Bonaparte, la hermana del Emperador, que acompañaba a su marido para tomar posesión de “la perla del Caribe”, terminó refugiada en la isla Tortuga antes de poder volver a Francia con una mano delante y otra detrás.

Dicen que para eso este país hizo un pacto con el Diablo, pero, ¿quién no lo habría hecho para conseguir salir de la esclavitud? ¿Qué es el diablo sino algo así como “el negativo” de Dios? ¿No es necesario el negativo para que crear el positivo?

Quizá, como narra Alejo Carpentier, en Haití no quisieron tanto dedicarse a soñar con el Reino de los Cielos, como a luchar por conseguir “el Reino de este mundo”.

No es extraño que aquí pueda haber Conguitos blancos

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