sábado, 27 de noviembre de 2010

Reunión en el Ministerio de Agricultura

He pasado los dos últimos días en un taller de planificación conjunta entre la Dirección Departamental de Agricultura y algunas ONGs que trabajamos en la zona.

Dejaré aparte los contenidos de los debates y las deliberaciones. Algunos de ellos por ser demasiado farragosos para los ajenos al tema y otros porque quizá podría decirse que “pertenecen al secreto del sumario”…

Solo quisiera relatar algunas curiosidades o quizá, más bien, observaciones sociológicas.

En primer lugar, la sala de reuniones, adornada como para el cumpleaños de un niño de primaria, toda llena de cintitas por el techo. Junto a ella, un patio que conservaba, con mucho esmero, seis coches achatarrados, que, sin embargo, no resultaban del todo inútiles, pues uno servía para secar la ropa y el resto para guardar basura. Sin embargo, intacto, impoluto y nuevecito sin estrenar aparecía también un tractor de fabricación iraní.

Salir de la sala al patio debía hacerse con mucho cuidado para no pisar a alguno de los siete pollitos recién nacidos que, junto a su madre, buscaban su comida por el suelo. El padre de las criaturas, supongo, el gallo, también estaba allí, pero atado junto a una ventana. Justo la ventana que estaba al lado de mi silla. Y puedo asegurar que resulta difícil seguir los argumentos político-estratégicos que, en francés, claro, intenta transmitirte un funcionario de alto nivel cuando un gallo canta cada dos minutos, puntualmente, a medio metro de tu oreja…

Claro que, ese mismo funcionario de lato nivel, a diferencia de ti, no tiene ningún rubor en echarse una cabezadita cuando los debates no resultan demasiado apasionantes.

En todas las reuniones, en cualquier lugar del mundo, resulta fundamental la pausa para el café. Pero aquí más. Tanto que, pese a que la reunión empezó más de media hora tarde, no hubo ningún problema en “recuperar” esa media hora adelantando el coffee-break… Aunque, realmente, el primer día no hubo nada de café. Eso sí, para compensar existía la posibilidad de meterse entre pecho y espalda un hermoso cuenco de un guiso de carne y verduras, para acompañar las madalenas, a las diez y media de la mañana…

La comida sin embargo, tardaba en llegar; tanto que el moderador del taller decidió suspender la sesión a las dos de la tarde mientras se esperaba que llegara. No fuera a ser que nos diera una bajada de azúcar en sangre… Durante ese periodo de espera, se dio tiempo también a que otros funcionarios del ministerio se fueran “incorporando a la reunión”… a tiempo para dar cuenta del almuerzo, que, eso sí, por fin llegó. Tras finalizar la comida, misteriosamente, descendió en picado la asistencia a las sesiones de debate sobre la planificación operativa para el próximo trienio…

Bueno, sé que todavía me queda mucho de aprender de este país y sus “tradiciones ancestrales”. Estamos en ello.


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