jueves, 11 de noviembre de 2010

En el banco


Ayer estuve en el banco. Uno pensaría que dado que Haití es, como tantas veces se recuerda, el país más pobre de América, no habrá mucha gente con una cuenta bancaria.

Pues sigo sin saber el porcentaje de haitianos que tienen dinero en el banco, pero, desde luego, a juzgar por la cantidad de personas que formaban una ordenada y apretada fila al sol a la puerta del banco, no deben ser pocos.

Me sigue pareciendo mentira que una oficina tan pequeña pudiera atender a tanta gente. Además con tan poco personal, porque, como me explicaron, muchos de los antiguos empleados “se han fugado”..., pero no con el dinero, sino a trabajar de administradores o de contables a las ONGs internacionales, que pagan mejor.

Me llamaron la atención algunas cosas. Como, por ejemplo, que tenía que dar mis datos personales para hace un trámite, y me pidieron el nombre completo de mi madre, pero no les interesaba para nada el de mi padre. Ya me había explicado alguien que aquí en Haití tienen muy claro que hijos de nuestra madre somos, pero lo del padre…

Por otro lado, me pidieron dos referencias de personas que pudieran responder de mí, lo que, con el poco tiempo que llevo en el país, tuve que pensar un poco. Finalmente, me pidieron el nombre de mi esposa, y su fecha de nacimiento… ¿Pensarán felicitarla para su cumpleaños?

Pasé bastante tiempo en el banco. Mucho más de lo que pensaba. Pero, pese al paso de las horas, no dejó de sorprenderme la tranquilidad que reinaba, tanto entre los clientes, como entre los empleados. Quizá debamos los europeos aprender algunas cosas de los haitianos relativas a la paciencia y al control del stress. Se me dirá que quizá ellos tendrían que aprender algo sobre eficiencia y productividad. Pero, a ese respecto, debo señalar que, cuando llegó la hora del cierre, se hizo pasar a todos los que todavía esperaban fuera. Nadie se quedaría sin atender ese día. Lo que me parece una muestra de un respeto también quizá un poco olvidado en Europa.

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