viernes, 5 de noviembre de 2010

Tomas


El huracán Tomas parece que acaba de terminar su “visita” a Jacmel.

Para los que vivimos en lo que llaman una “casa dura” la preocupación no ha ido más allá de cerrar bien puertas y ventanas, no salir fuera y esperar a que todo termine.

Pero para los cientos de familias que llevan meses viviendo en tiendas de campañas, la noche ha debido de ser muy larga. Algunos de ellos fueron evacuados a los escasos refugios seguros disponibles; pero la mayoría ha debido, como indicaron las autoridades, “organizarse”, es decir, recurrir, una vez más, a la solidaridad de sus parientes, amigos y vecinos para tratar de pasar este trance “lo menos mal posible”.

Uno de los campos más grandes de Jacmel, el situado en el instituto Pinchinat, se informa que ha sufrido graves daños, pero que sus “inquilinos” habían sido previamente evacuados. Claro que ahora habrá que buscarles otro nuevo alojamiento, en esta historia de nunca acabar que parece la reconstrucción de Haití.

Sin embargo, cuando nos hemos acercado a comprobar cómo había afectado la tormenta a nuestro “vecinos” del campo de refugiados cercano, me ha sorprendido ver a los niños sonriendo y jugando.

Supongo que ese es el espíritu irreductible de los haitianos.


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