jueves, 5 de mayo de 2011

Pecados de omisión


Ayer se publicó el informe encargado a un grupo de expertos independientes para investigar el origen de la epidemia de cólera que hizo su aparición en Haití en octubre de 2010. Este país había sufrido todo tipo de “desgracias”, pero esta enfermedad no se conocía aquí desde hacía más de un siglo.

El hecho de que los primeros casos aparecieran a lo largo del río Artibonite, justo al lado de una base de “cascos azules” nepalíes, (procedentes de un país donde el cólera es endémico), puso bajo sospecha a los soldados de Naciones Unidas, y por afinidad a toda la colonia internacional, como responsables de esta nueva catástrofe, esta vez sanitaria, que asolaba Haití.

El informe concluye que el desarrollo de la epidemia, que ha ocasionado, hasta la fecha, más de 4.500 muertas y ha afectado a unas 300.000 personas, no puede achacarse a una sola causa.

Se citan un conjunto de circunstancias concomitantes: la presencia de una bacteria especialmente virulenta; la total ausencia de inmunidad ante ella de la población haitiana; las malas condiciones del sistema de distribución de agua y saneamiento en Haití, (cuando éste existe…); el uso regular del agua de los ríos para beber, bañarse y lavar los enseres domésticos; las deficientes condiciones en las que fueron tratados los enfermos en los primeros momentos; y también, finalmente, que las condiciones sanitarias del campamento de “cascos azules” no eran las “suficientes para impedir una contaminación fecal del río Artibonite”.

El resumen es que la introducción de una cepa del vibrio cólera en el medio ambiente de Haití no habría causado una epidemia de tal gravedad, sin las deficiencias simultáneas de los sistemas de abastecimiento de agua, saneamiento y sanidad de Haití.

Hasta ahí, nada que decir. Lo que no acabo de compartir es el párrafo en el que se afirma que, “en consecuencia la enfermedad no fue culpa o debida a la acción deliberada de ningún grupo o individuo”.

En mi pueblo se suele decir que “entre todos la cuidaban, y ella sola se murió”. Me duele pensar que esto pueda haber pasado aquí. En un país que, tras el terrible terremoto de enero de 2010, estaba bajo “la protección de la comunidad internacional”, con miles de expertos internacionales en los más diversos campos trabajando sobre el terreno, ¿es posible decir, prácticamente, que esto ha sido algo así como “un caso de mala suerte”?

¿Nadie es responsable de que la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, niños y niñas, de este país no dispongan de una fuente segura de agua potable, ni de un sistema de evacuación de excretas?

Hace tiempo que sé que se puede cometer un delito por una “acción deliberada”, pero también por omisión. ¿Cuántos delitos de omisión se van a seguir consintiendo en este país? ¿Cuántos silencios culpables atruenan en este mundo?

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