miércoles, 24 de agosto de 2011

Conversaciones durante la tormenta

Este mañana, durante el desayuno, ha caído una fuerte tormenta sobre Jacmel. A la mesa estábamos solamente mi “vecino” canadiense y yo.

En un momento dado me ha preguntado cómo estaba siendo mi experiencia en Haití. Yo le he contestado que, en cuanto al trabajo, como en todos los trabajos, hay momentos buenos y otros, para olvidar… Y en cuanto a lo personal, le he dicho, mis relaciones con los haitianos me han hecho cambiar la percepción que se tiene del país en el exterior. Yo no me he encontrado con un pueblo violento, sino con personas amables y pacientes.

Mi “vecino”, que lleva más de diez años en Haití, me miraba con una cara entre irónica y extrañada. Para él, me decía, la violencia está profundamente arraigada en Haití. Es algo que comienza en el interior de las familias, donde casi todas las mujeres son maltratadas por sus “compañeros” y casi todos los niños y niñas reciben palizas de sus “padres”… En situaciones de crisis política y social, “las masas”, de manera espontánea e irracional, se comportan de manera violenta hasta extremos brutales; bien es verdad que, normalmente, durante periodos de tiempo muy cortos.

En su análisis, el origen de estas situaciones es que la haitiana es una sociedad donde reina el individualismo, así como el desprecio y la desconfianza hacia los demás.

Además, el país está dividido en dos estamentos separados, sin apenas contacto entre sí: el mundo rural y el urbano. A estos se podría añadir un tercero, “la diáspora”, más de cuatro millones de personas de origen haitiano viviendo en el exterior, pero sin contacto alguno con la “realidad” del país. Un auténtico “despilfarro humano” según él.

Finalmente, otro gran problema de la cultura haitiana, decía, es la incapacidad de la introspección crítica, la autocrítica, y la nula disposición a aceptar críticas del exterior.

Todo esto, en su conjunto, dificulta del desarrollo. Además, él había percibido una cierta oposición al desarrollo en sí mismo, sobre todo en el entorno rural. La sociedad rural, me contaba, funciona bien siempre que todos se vean a sí mismos igualados en la pobreza; pero cuando alguien comience a sobresalir, se verá aislado y despreciado por sus vecinos…

Ante la rotundidad de este discurso, yo no podía sino preguntarle. “Y entonces, ¿tú qué haces aquí?”. A lo que él me ha contestado que, pese a todo, él cree en el desarrollo, en la capacidad de ir cambiando, poco a poco, las sociedades. Está convencido que cualquier país, también Haití, a través de un diálogo abierto y sincero, pero, sobre todo, a través de la educación de las nuevas generaciones, puede evolucionar y cambiar lo que podría considerarse un “destino maldito”.

Tras esta conversación bajo la tormenta, no sé si decir que he llegado a dos conclusiones o que tengo que hacerme dos preguntas: “(¿)No he comprendido nada todavía en el tiempo que llevo en Haití(?)”, y, “(¿)He tenido mucha suerte hasta ahora(?)”

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