jueves, 4 de agosto de 2011

Un corazón hermoso

Esta tarde, cuando volvía de la oficina caminando, se me ha acercado un hombre. Es difícil saber su edad a ciencia cierta. Quizá era mayor que yo, tal vez era más joven. Lo que sí se le veía es desgastado por el trabajo y un cierto grado de privaciones. Sin embargo, su rostro albergaba una sonrisa franca.

Se dirigía a mí para pedirme trabajo; que lo necesitaba. Directa y abiertamente. No me pidió dinero ni pretendió en ningún momento dar lástima. Transmitía, ante todo dignidad.

Yo le expliqué que trabajo para una organización muy pequeña que no suele contratar directamente personal en Haití. En cualquier caso le pregunté cuál era su oficio. Me dijo que era albañil. Yo le sugerí posibilidad de dirigirse a una de nuestras contrapartes locales que, en ocasiones realiza obras de construcción. Solo era una posibilidad remota, pero el hombre se mostró tremendamente agradecido. Se ofreció a dejarme su número de teléfono, por si yo me enteraba de alguna cosa. Es curioso, pero aquí todo el mundo suele llevar un móvil en el bolsillo. El suyo era un modelo básico, humilde, pero lo llevaba envuelto como una joya; quizá por ser una de sus esperanzas para encontrar empleo. Yo llevaba bolígrafo, pero no llevaba papel. El rebuscó en su gastada mochila y sacó una hoja tamaño cuartilla. Parecía un anuncio de alguna cosa. Esas hojas que nos dan a la salida del Metro y que tiramos de inmediato (y no siempre en una papelera…). Allí estaba escritas ya varias direcciones y números de teléfono. Tal vez, otras tantas ilusiones. Nos detuvimos un momento, tomé del suelo, de un montón de escombros, un trozo de hormigón plano, un fragmento de la pared de alguna casa derruida por el terremoto. Allí me escribió su nombre, su profesión y su número de teléfono. Yo le prometí que si sabía de alguien que necesitara un albañil, le daría sus referencias. El me expresó su agradecimiento diciéndome que el Buen Dios cuidaría de mí. Yo le dije que esperaba que el Señor fuera benevolente con él. Nos despedimos, siempre sonrientes, con un sincero apretón de manos. No sé dónde pasará él esta noche, que se anuncia de tempestad…

Creo que, a veces los nombres, que nos ponen de pequeños pueden marcarnos un poco en la Vida. Este hombre se llamaba Jolicoeur, “hermoso corazón", y me dio la sensación de que, realmente, lo tenía.


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