viernes, 19 de agosto de 2011

El viejo relojero

Desde hace unos días tenía un problema con mi reloj. Es un reloj que tengo hace muchos años. Me lo regaló la persona que más quiero, supongo que para que en todo momento recuerde el tiempo que hemos pasado juntos… y todo el que todavía nos queda por pasar…

No era un problema grave. Solo una pequeña pieza de la cadena se había roto y era preciso repararla. El asunto es que cosas que en España se solucionan fácilmente, aquí en Jacmel no siempre resultan tan sencillas. Este reloj es, como ya he dicho, una pertenencia muy querida para mí.

Tras darle muchas vueltas, me decidí a preguntar a un jacmeliano si conocía a algún relojero de confianza. Me dijo que sí, e incluso se ofreció a acompañarme.

En una de las calles principales, a la puerta de su casa, y a la sombra de unos porches, allí estaba el viejo relojero. Una silla de madera y su pequeño, muy pequeño y humilde puesto. Me dijo que, por supuesto, podría reparar mi reloj. Al momento, ¿su esposa?, saco de la casa un par de sillas para que esperáramos más cómodamente. Era el medio día, y un calor ardiente azotaba Jacmel.

El viejo relojero comenzó a rebuscar entre sus materiales. Dos gastadas bolsas de plástico con infinidad de piezas de reloj mezcladas. Mientras le miraba trabajar, calculé que en esas bolsas debía haber piezas de los relojes de tres generaciones de jacmelianos, al menos.

Por el sistema de prueba y error, el viejo relojero consiguió encontrar la pieza que necesitaba. Si bien no acababa de ajustar, con una serie de golpecitos, no demasiado delicados, consiguió resolver el problema. Mientras terminaba, se mordía el labio inferior, con la misma expresión que un niño haciendo sus deberes con aplicación.

Finalmente, con cierto orgullo, el viejo relojero me devolvió mi querido reloj. Gracias a él, seguiré viendo pasar el tiempo en esta histórica ciudad que me acoge desde hace meses.


No hay comentarios: