jueves, 2 de diciembre de 2010

No hay pájaros en Jacmel

Hoy, mientras iba caminando hacia mi oficina, me he puesto a pensar en la fauna de Jacmel. En un primer lugar en la de mi hotel. En su jardín, bastante salvaje, habita una familia de gallinas, que imagino trabajan duramente para que no falten huevos en mi desayuno cada día. Junto a ellas, pero respetando cada uno su espacio, convive una colonia de patos, bastante pacíficos. Finalmente, existe también una pequeña colonia de pavos, tanto reales, como “republicanos”.

Por el camino, suelos cruzarme, como no, con unos cuantos perros, de raza indefinida y sin dueño conocido. En cualquier caso, nunca me he encontrado con ninguno con aspecto agresivo, sino todo lo contrario; mantienen una actitud sumisa y casi nunca se oyen ladrar.

Gatos he visto muy pocos, a no ser algunos muy chiquitines. Pero, evidentemente, esos chiquillos han de tener madre, e incluso padre, aunque los progenitores no se dejan ver mucho.

Pese a que Jacmel es una ciudad de mediano tamaño, no es raro que se crucen en tu camino cerdos, vacas con su ternero o alguna cabra. Es curioso que en creole cabra se dice “kabrit”, y da la impresión de que eso condiciona un poco que los animales nunca crezcan mucho. Así, nunca alcanzan el tamaño que esperaríamos de una cabra, no pasan de parecer siempre “cabritos”.

Alguna mañana temprano, he sentido también la presencia de algún burro “cantor”, de voz profunda y rotunda, que ensaya a menudo, tal vez buscando un representante que le lance al estrellato.

En la oficina, disfrutamos de la compañía permanente de una familia de geckos o salamanquesas, que normalmente se establecen por el techo y colaboran a mantener bajo control las poblaciones de insectos. Son simpáticas, y quizá gracias a ellas, la presencia de mosquitos, tan temidos en los trópicos, aquí no es muy notoria. Solamente la noche del paso del huracán Tomas sobre Jacmel me sentí acosado por los mosquitos; pero era comprensible, azotados por el viento y la lluvia, los pobres no tuvieron más remedio que buscar cobijo en la casa.

Pero la colonia más activa en la oficina es la de hormigas. Unas hormigas diminutas, pero ávidas por llevarse todo aquello que ellas consideren comestible. Hace unos días me sorprendí viendo como un trocito de barro desprendido de mis zapatillas avanzaba lentamente hacia la puerta. Cuando lo miré con detenimiento pude observar como un grupo de cincuenta o sesenta hormigas se esforzaban con denuedo en llevar el botín a su nido.

Pero cuando realizaba mentalmente este inventario o censo de los animales que me rodean, me di cuenta de que no había visto pájaros en Jacmel. El único canto que se oye es de las cigarras, nada refrescante, como todos sabemos. Me vino a la cabeza el libro “Primavera silenciosa” y me invadió una cierta tristeza.

Al fin ya cabo, los pájaros son uno de los símbolos universales de la libertad, una libertad que en Haití todavía parece estar un tanto “enjaulada”.

Al menos, recordé, otro símbolo, el de la Paz, la paloma, sí que habita en Jacmel. Esperemos que por mucho tiempo.


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