domingo, 5 de diciembre de 2010

Bainet


Ayer estuve visitando una zona rural fuera de Jacmel.
Acompañaba a un equipo encargado de evaluar la respuesta ofrecida a la emergencia humanitaria tras el terremoto del 12 de enero.
Fue una jornada intensa e interesante. Salimos a las cinco, todavía de noche y bajo un hermoso cielo estrellado.
El camino era largo y duro. Debíamos de recorrer algo menos de ochenta kilómetros, pero estaba previsto que nos costara unas cinco horas llegar a nuestro destino. Y es que, en la mayor parte de los tramos, llamar carretera a la ruta que seguimos era algo aventurado. Quizá sería más adecuado considerarlo caminos por donde cabe un coche. En algunos casos incluso tuvimos que avanzar siguiendo el lecho de un río.
La primera cita era con el alcalde de Bainet, la capital del distrito que íbamos a visitar. No s recibió en su casa, porque ya no tenía oficina, después de que el terremoto dañara gravemente el edificio del ayuntamiento. Creo que siempre recordaré dos cosas: su sinceridad y sus chanclos rosas. Dejó claro que pretendía suplir su falta absoluta de medios (“la alcaldía no dispone ni de una bicicleta…”), con una dedicación al cargo de 24 horas al día, “de traje o en camiseta”.
Después de la ciudad nos fuimos internando en la montaña. Las familias allí tienen tendencia a vivir en casas aisladas, muy distantes unas de otras; pero existen pequeños núcleos, alrededor de la iglesia y la escuela, que se convierten en los centros de reunión.
En las diversas reuniones comencé a poner nombres, caras y voces a las víctimas del terremoto. Y también a conocer sus historias, sus distintas circunstancias personales y familiares. La mujer, todavía joven, que te cuenta, “lo único que no perdí en el terremoto fue la respiración”. Otra señora que afirma, “perdí todo lo que tenía: mi casa y tres cabras”. La imagen de un hombre, con cinco hijos pequeños, entre las ruinas de su casa, que reconstruirá “en cuanto tenga los medios y los ahorros necesarios”. O el relato de un matrimonio anciano: Su casa quedó totalmente destruida y ahora viven en una tienda de campaña. Un hijo ha comenzado a construir una nueva casa en ese terreno, pero sólo porque quiere casarse. Ellos suponen, esperan, que su hijo les permita vivir con ellos cuando la nueva vivienda esté terminada. Si no es así, seguirán viviendo en la tienda…
Entre todas estas historias siento que me quedo sin palabras. Sobre todo cuando, al partir, estos hombres y mujeres nos agradecen nuestra visita y ofrecen sus oraciones para que tengamos un feliz retorno a nuestros hogares.

Y me quedo pensando en que sí, que yo todavía tengo un hogar al que regresar.

No hay comentarios: