domingo, 12 de diciembre de 2010

De marcha



Ayer sábado me propusieron salir a caminar al campo. Se trataba de dejar la ciudad por unas horas y descubrir nuevos parajes en el entorno cercano de Jacmel.
El día estaba un poco nublado, lo que favorecía nuestras intenciones. En este país, a veces pienso que lo único que realmente llega a ser de justicia es el sol…
Nos reunimos un pequeño grupo de seis personas, de cuatro nacionalidades, y tomamos un Tap Tap hasta el punto de partida de la caminata.
Seguimos una pista de tierra que, al principio era un camino suave, pero luego comenzó a empinarse más y más hasta extremos casi inconcebibles para una ruta destinada, en principio, a ser recorrida por vehículos. Algunas personas del grupo decidieron subir por la carretera avanzando en zig zags de lado a lado de la misma; tal era la pendiente. Al llegar a un recodo del camino encontramos a un grupo de hombres y mujeres que lo estaban reparando y entonces elaboré una teoría sobre por qué la carretera seguía ese trazado “tan directo”. Esta pista, como la mayor parte de las de Haití, ha sido abierta a pico y pala, sin ayuda de de maquinaria; de modo que se trata de aprovechar al máximo el esfuerzo dedicado, sin perder el tiempo haciendo curvitas que, si bien servirían para conseguir pendientes más suaves, significarían un incremento muy considerable del tiempo y el sudor necesario para construir el camino.
Aunque al final debe existir una especie de ley universal de conservación del sudor, porque el que se ahorraron para construir la carretera, lo fuimos derramando nosotros para recorrerla.
Sin embargo, el esfuerzo mereció la pena. Llegamos a una laguna natural preciosa. Una grata sorpresa que compensó nuestra fatiga. Allí pude comprobar que sí hay pájaros en Haití. Pude ver varias especies de aves acuáticas sobrevolando la laguna e incluso escuchar el canto de algún tímido pajarillo. También una muchacha cantaba una bonita canción mientras lavaba la ropa en la orilla. En resumen, resultaba un entorno casi idílico.
Ascendimos un poco más por la ladera. Todo el camino íbamos encontrando junto al camino las pequeñas casas de las familias campesinas y sus parcelas de banano y otros cultivos. En Haití es difícil encontrar zonas no humanizadas. Me contaban una vez que los haitianos lucharon durante su guerra de independencia por abandonar las plantaciones donde cientos de ellos vivían esclavizados y conseguir tener, cada uno de ellos su propia tierra, su propia finca, aunque fuera pequeña. Esta filosofía, este sentimiento de independencia extrema, dificulta sin duda, aún más, el alcance de los servicios básicos a toda la población, pero forma parte de la idiosincrasia local.
Finalmente, al final de nuestro ascenso, alcanzamos a tener una vista extraordinaria sobre la laguna, pero también sobre el mar Caribe al fondo. Desde allí pude confirmar que, contrariamente a lo que suelen decir todas las guías turísticas, Haití no es un país devastado, esquilmado y totalmente deforestado, sino que aún quedan parajes de extraordinaria belleza que en nada tendrían que envidiar a otros universalmente reconocidos. Desde luego, las infraestructuras turísticas no son muchas, pero, como en tantas otras cosas, “todo es ponerse”, y, sin duda, no sería tan difícil crear fuentes de trabajo y de ingresos para las familias de este país, respetando sus costumbres y su modo de vida.

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