domingo, 19 de diciembre de 2010

El cementerio y la princesa

En Jacmel hay un enorme cementerio que, como en otros lugares, parece una ciudad dentro de una ciudad.

Pero en las zonas rurales no suelen existir cementerios como tales. En ocasiones se encuentran pequeños grupos de tumbas en alguna curva o cruce del camino. Pero lo más habitual parece ser que cada familia entierre a sus muertos en la tierra donde vivieron. Así, es muy frecuente ver, junto a la casa donde viven los vivos, otra construcción que vendría a ser la “casa” de los antepasados muertos.

La verdad es que a los europeos nos choca bastante esta costumbre. Nosotros enterramos a nuestros difuntos lejos de nuestra casa, en enormes ciudades “solo para muertos”, en las que los vivos solo son admitidos, “de visita”, a ciertas horas.

Las tumbas haitianas son de diferentes tipos. Supongo que dependiendo de la importancia del difunto y el cariño o el respeto de sus descendientes. Las más antiguas tienen cierto empaque, con todo ese musgo y esa pátina en la piedra que dan los años. Algunas están pintadas de colores incluso alegres. Pero las más recientes suelen ser simplemente grandes cubos de cemento y hormigón, que, en ocasiones, parecen más grandes y fuertes que la casa de los vivos. De hecho, la mayoría de las tumbas han resistido el terremoto del 12 de enero mucho mejor que las viviendas.

La convivencia de las familias con sus difuntos parece pues mucho más “normalizada” en Haití que en España, por ejemplo. Eso lo pude comprobar muy bien ayer. Por una serie de circunstancias, me encontraba sentado en una silla, delante de una casa, esperando a que unas personas terminaran de comer para continuar viaje con ellos. Enfrente, a unos diez metros, tenía una tumba, pude deducir que de cuatro personas, tan grande como la casa misma. Sobre la tumba había ropa recién lavada, y, junto a ella, cuatro muchachos de entre 10 y 16 años, todos chicos. Apoyados en un Jeep Wrangler que resultaba totalmente anacrónico, pero que pensé sería regalo de algún pariente emigrado a los Estados Unidos.

La actitud de los muchachos resultaba bastante similar a la que tendrían chicos de su edad en España: entre desafiante y displicente; sobre el coche, como posando para una foto que nunca hice.

Pero entonces, en medio de esa escena, apareció ella. Una niña como de seis o siete años, vestida como una princesa de cuento, con un gran cubo de plástico en la mano. Cruzó sin decir nada entre nosotros, y a los cinco minutos volvió con el cubo lleno de agua sobre la cabeza. Entonces me fije que sus ropas de princesa estaban algo desgarradas. Gran parte de los haitianos se visten a partir de la ropa usada viene de los Estados Unidos y se vende en grandes fardos en cualquier mercado local. Esa princesa pues, era “una princesa de segunda mano”. Pero, sobre todo, una futura mujer haitiana, trabajadora esforzada, a la que sus hermanos mayores, futuros hombres haitianos, ni siquiera se planteaban ayudar a llevar su pesada carga. Supongo que su pensamiento estaría más bien en emigrar cuanto antes y poder ser orgullosos dueños de un vehículo como aquel en el que estaban subidos.


No hay comentarios: