lunes, 6 de diciembre de 2010

Historias de los campos


Esta tarde he visitado uno de los campos de refugiados de Jacmel.

Casi once meses después del fatídico 12 de enero de 2010, todavía cientos de familias viven en tiendas de campaña en el centro de la ciudad. Allí han soportado ya dos épocas de lluvias, un tórrido verano e incluso un huracán. Más de trescientas noches durmiendo en el suelo, cocinando precariamente a la puerta de la tienda, echando un ojo a sus hijos pequeños que juegan entre los escombros, temiendo que algo no deseado pueda sucederle a sus hijas adolescentes.

Sin embargo, cada familia ha intentado “personalizar” un poco su parcela, aunque solo sea decorando con piedras y trozos de baldosas rotas, con más o menos gracia, la entrada de su tienda.

Y cada tienda tiene una historia, pero todas empiezan de la misma manera. Con el relato del día en el que todo tembló, todo se caía, todos gritaban. Sorprende un poco la tranquilidad con la que cuentan cómo lo perdieron todo. Todo menos la vida, recalcan siempre. Esa vida en la que tantas cosas cambiaron. Esa vida que ya era dura antes, pero que ahora lo es mucho más.

Una mujer con sus tres hijos. La casa donde alquilaba una habitación se hundió. Perdió todos sus enseres domésticos y su ropa; pero conservó el pequeño puesto ambulante con el que se sigue ganando la vida vendiendo pequeñas cositas, galletas, cuadernos y chucherías para los niños que van a la escuela. Claro que los padres de muchos de esos niños ya no pueden darles mucho dinero para sus caprichos y su negocio no va muy bien. ¿Planes de futuro? Tiene un pequeño terreno que heredó de su madre y le gustaría construir una casa, pero no tiene dinero y, de momento, no se plantea dejar de vivir en la tienda, pese a que ya no hay ninguna organización que les proporcioné ningún tipo de ayuda.

Otra madre de familia sola, al cargo de cinco niños, se ganaba la vida vendiendo ropa usada, pero ya no tiene ahorros para ir a Puerto Príncipe y adquirir más mercancía. Ganó un poco de dinero al principio trabajando en tareas de retirada de escombros, pero eso ya acabó. Vive de lo que le queda, hasta que se le acabe. Ha pagado el colegio de una de sus hijas, de la otra no. ¿Qué hará cuando se lo reclamen? No lo sabe. ¿Esperanzas para el futuro? Ninguna.

A otra familia que visitamos le reconstruyeron su casa. Una pequeña habitación de dos metros por seis, en la que viven siete personas y en la que todavía queda espacio para la pequeña tiendecita donde se ganan la vida. Están muy contentas porque ya no viven en una tienda, sino en una casa de hormigón, aunque los que la reconstruyeron no la dotaron de baño ni de cocina, y siguen teniendo que utilizar las letrinas del campamento.

Finalmente visitamos otra casa, la de una maestra jubilada. La planta baja resistió el terremoto, aunque hubo que demoler la planta de arriba. Vive de su pensión de 5.800 gourdes mensuales (unos 120 euros), con dos niños a su cargo.

Cuatro familias, cuatro historias.


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