domingo, 6 de febrero de 2011

Cavernícolas.


Recuerdo que tuve una buena profesora de filosofía. Tan buena era, que pasé todo el curso convenciéndome y des-convenciéndome de las distintas teorías filosóficas. Cuando nos exponía las ideas de un filósofo, yo siempre pensaba. “Claro. Así es. ¡Qué razón tiene!”. Luego nos contaba las teorías de otro, que solían ser las contrarias al anterior, y yo terminaba pensando: “Pero no, claro; ésto como tiene que ser es así…”.
Con esa debilidad de convicciones juveniles, no es extraño que acabara pensando que realmente no hay una verdad absoluta; o que, si la hay, el ser humano carece de la capacidad para comprenderla y/o expresarla.

De todos modos, estos días me vengo acordando mucho de la teoría de la Caverna de Platón. Muy burdamente resumida, viene a decir que vivimos todos encerrados en una oscura cueva, débilmente iluminada por nuestra razón, y que lo que percibimos con nuestros sentidos no es la realidad, sino las tenues sombras de lo real que se proyectan en el fondo de nuestra caverna al pasar ante la puerta de la misma.
Muchos de nosotros nos pasamos la vida, por placer o por obligación, ante una pantalla. Trabajamos ante ella, con jefes y compañeros virtuales que, en ocasiones, no hemos visto nunca, o muy raras veces. Conocemos las noticias del mundo a través del ordenador o la televisión. Pasamos la mayor parte de nuestros ratos de ocio ante pantallas, grandes y pequeñas. Muchos ya casi no vamos al banco ni de tiendas, pues recibimos nuestro sueldo a través de una pantalla, la misma que utilizamos, frecuentemente, para hacer compras e incluso regalos a seres queridos. De hecho, a menudo, nuestras relaciones con esos seres queridos, pasan también a través de esa pantalla.

Por eso, no es extraño que a veces piense que no somos sino “nuevos cavernícolas”, encerrados en modernas cuevas virtuales desde las que creemos saberlo todo sobre el mundo. Recuerdo que una de las frases que se solían utilizar al explicar a Platón es que uno nunca puede estar seguro de que los demás existan, pues pueden ser “una simple ilusión de los sentidos”, meras proyecciones en el fondo de nuestra caverna.
Quizá todavía no estamos todos dentro de la “Matrix”, pero quizá no estemos tan lejos. Por eso, cuando siento algo así, tengo que salir y sentir algo de la realidad. Aunque lo que uno encuentre sea ruido, polvo y un calor pegajoso. Quizá eso sea mucho más real que otras “bellas riquezas virtuales” que se ofrecen a nuestros sentidos a través de las pantallas.
El contacto estrecho con los seres queridos es algo más difícil de conseguir “ahí fuera”; aunque creo que, para eso, el Amor nos hace desarrollar otros sentidos y otros sistemas de comunicación.
Pero eso es otra historia.

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