miércoles, 16 de febrero de 2011

Ebooks

Mi madre siempre cuenta que yo aprendí a leer a los tres años. Quizá sea una exageración, pero la verdad es que siempre me recuerdo leyendo.

De pequeño tebeos, claro. Yo no era un niño prodigio ni un “monstruito”. Mortadelo y Filemón eran mis héroes; pero no le hacía ascos a Anacleto, Rompetechos o Pepe Gotera y Otilio. Más que leer tebeos, los devoraba; y como mi padre no siempre podía comprarme todos los que hubiera querido, tenía que recurrir a estrategias alternativas. Una era la tienda del señor Santos, enfrente de mi colegio. Allí, por una muy módica cantidad, se podía cambiar tebeos, un “negocio” extinguido hace ya muchos años. Otra opción era saquear el “cajón de los tebeos” de mi prima, un ser privilegiado al que su padre sí le podía comprar todos los tebeos del mercado.

El caso es que ya hace muchos años que busco maneras se satisfacer este vicio que es para mí leer. Con catorce o quince años ya era socio de una biblioteca pública a la que acudía sin cesar para aprovisionarme, ahora sí ya, de libros de todo tipo.

Y así han ido pasando los años, de barrio en barrio, de ciudad en ciudad, incluso de país en país, haciéndome socio de toda biblioteca pública que estuviera a mi alcance. Lo que ha dado lugar a circunstancias curiosas, como el que ahora mismo pueda presumir de ser bastante experto en literatura alemana, pues la mejor biblioteca que tenía a mano durante mi estancia en Bolivia era la del Instituto Goethe de La Paz.

Pero claro, en más de cuarenta años leyendo he visto como el mundo ha ido cambiando, y a mucha más velocidad en este nuevo siglo. Ahora existen inmensas bibliotecas públicas en internet, con millones de usuarios que comparten y comentan todo tipo de libros.

Por eso, cuando el pasado mes de junio llegó a mis manos un lector de libros electrónico, o Ereader, sentí como un nuevo mundo se abría ante mí. Un mundo del que ya me siento incapaz de prescindir. El sueño de todos los libros en uno solo.

Cuando decidí venir a Haití, fue lo primero que decidí llevar conmigo. Algo que tiene un valor aún más especial aquí, donde no es fácil conseguir libros, y mucho menos en castellano.

Pero la vida nos suele poner a prueba, y eso hizo conmigo hace unas semanas. Por razones aún no aclaradas, mi Ereader dejó de funcionar. Sentí que perdía media Vida. Sabía que en Haití no podía ni repararlo ni comprar otro, así que me planteé todo tipo de rocambolescas maneras de conseguir otro. Pero todo parecía ponerse en mi contra. Ninguna empresa de venta por internet parecía querer servir a un cliente en Haití. Si pedía que alguien me lo comprara en España y me lo enviara aquí, el coste del envío podía llegar a superar al del aparato y, además, no me lo podían hacer llegar hasta Jacmel…

Finalmente, la feliz casualidad de una amable visita, me ha permitido “retomar el vicio”. Por fin, he conseguido un nuevo Ereader. De nuevo tengo otra vez entre mis manos, a mi alcance, la más inmensa biblioteca pública que nunca he conocido y disfrutado.

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