viernes, 4 de febrero de 2011

Pequeños Apocalipsis mensuales

Hoy era otro de los días anunciados como “del Apocalipsis” en Haití. Claro que, desde que estoy aquí, creo que hemos tenido algo así como “un apocalipsis mensual”…

Hoy se hicieron públicos, finalmente, los resultados definitivos de la primera vuelta de las elecciones legislativas y presidenciales, que se “celebraron” hace más de dos meses. El proceso ha estado plagado de dudas y de evidencias de fraude desde antes incluso de iniciarse. Se llegó a una situación tal de embrollo político, que cualquier solución, cualquier salía parecía mala situación, pues habría de provocar malestar y desagrado en un sector o en otro.

Por eso motivo, se temían para hoy manifestaciones y enfrentamientos violentos. Afortunadamente no ha sido así. La mayor parte de las reacciones han oscilado entre el alivio y las declaraciones de buena voluntad. Por supuesto, no todo el mundo está de acuerdo. De hecho quedan muchos problemas políticos por resolver; y no pequeños. Como, por ejemplo, que los retrasos han originado que el mandato del actual presidente “caduque” la semana que viene, pero la segunda vuelta de las elecciones no está prevista hasta el 20 de marzo.

Ahora se ofrece a los haitianos, hombres y mujeres, elegir entre tener como primera presidenta de su historia a una anciana catedrática que ha vivido la mayor parte de vida fuera del país, o, otorgar las riendas de la nación a un cantante muy popular entre los jóvenes, con una vida un tanto borrascosa y unas relaciones políticas quizá calificables de “peligrosas”. ¿Cuál sería la mejor opción? ¿Cuál la “menos mala”?

Cuando volvía a mi hotel meditando sobre eso, he visto una escena que me ha llamado la atención. A la puerta de una casa, a la débil luz de una bombilla, una anciana, con lentes sobre la punta de la nariz, sostenía el cuaderno con el que un niño, de cuatro o cinco años, silabeaba aprendiendo a leer, mientras se retorcía las manos con ese gesto tan típico de esas edades.

Cada día que pasa me doy cuenta de lo poco que sé de este país; de lo mucho que me falta por aprender. Pero también, cada día que pasa estoy más convencido de hacer menos caso a la lógica y más al instinto, a las emociones, a hacer caso a las señales.

Para mí, esa imagen ha sido como una señal de que siempre existe la posibilidad de salir adelante si aceptamos colaborar todos, hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, gente del campo y de la ciudad.

Quizá cada día que pasa soy también más ingenuo, más inocente, o más tonto. Pero, qué le vamos a hacer, me gusta ser así. A mis años ya resulta un poco difícil cambiar.

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