sábado, 12 de febrero de 2011

El Paraíso en la otra esquina

La verdad es que Vargas Llosa no se puede decir que sea “santo de mi devoción”. Reconozco que albergo ciertos prejuicios hacia él; aunque originados más por su trayectoria política que por su carrera como escritor. De hecho, he leído bastantes libros suyos. Entre ellos, el que acabo de terminar: “El Paraíso en la otra esquina”.

Siempre digo que “me encanta que me cuenten historias”. En una conversación, en una canción o en una película. En este caso, el libro no cuenta una, sino dos. O quizá más. Tal vez todos busquemos el Paraíso, aunque la mayoría no nos atrevamos a romper con todo para alcanzarlo.

Flora Tristán dedicó su vida predicar una hermandad universal de obreros y mujeres, que lucharan todos juntos para liberarse de las tremendas opresiones y explotaciones de la sociedad de mediados del siglo XIX. Comunista antes que Marx y enérgica en su feminismo, lo abandonó todo y recorrió salones y tugurios buscando compañeros en el camino hacia un futuro edén proletario, donde además, por primera vez, hombres y mujeres se trataran de igual a igual.

Paul Gauguin, su nieto, abandonó una vida cómoda como agente de bolsa para abrazar el Arte como única religión. Un Arte capaz de expresa todo lo que el ser humano es, más allá de lo real y lo racional. Un arte que volviera a unirnos con la Naturaleza, con el mundo de los sentidos, de las emociones, se los sentimientos. Un Arte que nos devolviera al estado inicial, al Paraíso. Un Paraíso que el trató de encontrar en las lejanas islas del Pacífico. Ni siquiera allí se encontraba ya; pero entonces, no dudó en dedicar lo que le quedaba de vida a tratar de reconstruirlo, de re-crearlo.

Sin duda cada uno tenemos nuestra imagen del Paraíso. Cada mujer, cada hombre, cada sociedad, cada pueblo. Algunos dedican su vida a buscarlo, aunque tengan que ir, como en el juego infantil, de esquina a esquina. Hay quien lo busca para sí mismo. Pero otros, unos pocos, no dudan en sacrificar su vida para tratar de conseguirlo para todos.

Como decía Brecht, esos son los imprescindibles.

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