lunes, 31 de enero de 2011

Otro día de playa

Esta mañana, para ir a una de las playas cercanas a Jacmel, he vuelto a tomar un “tap tap”.

No sé en cuánto está registrado el record mundial de personas que caben en uno de estos vehículos, pero hoy hemos debido estar cerca de batirlo: en un momento dado he podido contar veintiún ocupantes… Aunque quizá no llegue a computar como marca oficial porque dos eran niños… En una de las paradas se han bajado tres personas y han subido dos… más un bidón como de cincuenta litros de gasolina… Desde luego, este país aparece mucho en los medios de comunicación, pero a veces pienso que lo raro es que no aparezca más.

En cualquier caso, llegamos bien todos. Hoy el mar estaba un poco movido. Pude sentir las olas masajeando con energía todo mi cuerpo, lo que no estuvo nada mal.

A la hora de comer, como solo había para elegir pescado o marisco, “no tuve más remedio" que optar por un sencillo plato de langosta. Es curioso, como, lo que en España comí muy rara vez, aquí resulta un plato bastante habitual y asequible.

Como sobremesa, hoy había varios espectáculos en la playa. Por un lado, como inicio de las celebraciones de Carnaval, (una fiesta muy famosa y querida en Jacmel), dos comparsas de niños y jóvenes recorrían la playa tocando música y reclamando un donativo. En una de ellas, los disfraces estaban realizados a partir de ropas desparejas, restos de viejos trajes de Halloween y algún Spiderman despistado. Daban un poquito de pena, la verdad. La otra, sin embargo, era reflejo de la tradición artística que ha dado fama a esta parte de Haití. Estaba formada por cuatro niños, muy jóvenes, que habían elaborado ellos mismos sus máscaras con papel maché para decorarlos después también con sus propias manos. Todo un ejemplo de arte y dignidad.

Arte ninguno y una dignidad discutible, tenía otro de los “espectáculos” que se podían ver esta tarde en la playa. El alcalde de Jacmel y su cuñado, ambos prósperos comerciantes de origen libanés, se exhibían, sin ningún pudor, haciendo esquí acuático con una potente moto de agua que habían traído, como no, en su ostentoso Hummer blanco. Mientras decenas de niños, jóvenes y ancianos, trataban de ganarse en la playa unos pocos gourdes vendiendo cocos, pescado o artesanías, el “representante de la voluntad popular” nos atronaba con su escandaloso vehículo a pocos metros de la orilla. Me hubiera encantado saber lo que pasaba por las cabezas de algunos jóvenes que contemplaban este “espectáculo”; ¿uno más del Carnaval de Jacmel?


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