domingo, 23 de enero de 2011

El limpiabotas

Todavía no he sido capaz de aprenderme los nombres de las calles de Jacmel, pero tampoco parece algo muy importante. Para dar las direcciones la gente recurre a referencias como, “a la derecha en la TEXACO (una gasolinera), o “por la calle enfrente del Anba Zaman (un bar muy conocido”. Pese a todo, existe gente que pretende encontrar nuestra oficina poniendo los datos en el GPS de su coche, como me pasó con una visita el viernes pasado… Pero esa es otra historia que no es la quería contar ahora.

El caso es que esta mañana pasaba yo por la esquina de la calle de los limpiabotas. Siempre están ahí, en su lugar de trabajo. Nunca recurro a sus servicios porque casi siempre voy con sandalias o zapatillas deportivas, pero hoy, uno de ellos me ha llamado con decisión. Con tanta decisión que no he sabido negarme a aceptar su ofrecimiento de limpiarme las zapatillas.

En primer lugar debo explicar que en Jacmel el oficio de limpiabotas se toma muy en serio, y se considera una responsabilidad que no puede dejarse en manos de jovencitos, como ocurría, por ejemplo en La Paz. Aquí se trata de personas con mucha, mucha experiencia.

En segundo lugar, aquí la relación con el cliente es de igual a igual. Uno no se sienta en esos grandes butacones de los antiguos locales del ramo, como uno que debe estar abierto todavía en el centro de Zaragoza; allí el cliente se siente como un rey, y el limpiabotas parece un humilde siervo sentado apenas en un minúsculo taburete a sus pies. En otros lugares, el cliente permanece de pie mientras, siempre agachado a sus pies, le limpian sus zapatos. Aquí, no. En Jacmel el cliente se sienta en una sillita de enea, enfrente, a la misma altura, que el artesano, que ocupa una sillita igual. Entre los dos una caja con las herramientas del oficio. Uno debe descalzarse y dejar sus zapatos, botas, zapatillas o sandalias, en manos del especialista, que hará con ellos lo que sea menester.

Mientras, con enorme seriedad, el anciano limpiabotas ejercía su oficio ceremoniosamente, yo contemplaba sus arrugas y su expresión de dignidad lamentando no saber creole para intentar averiguar algo más sobre él. Por sus manos habrían pasado los zapatos de miles de personas a lo largo de decenas de años; y, de alguna manera, él les había ayudado a avanzar por la vida. Espero y deseo que quizá un poquito de su sabiduría se me contagie y me permita seguir hacia adelante con prudencia y cuidado, trabajando más y mejor en este país, tantas veces pisoteado, pero ansioso ya de caminar solo, aunque sea con sus viejos zapatos.


No hay comentarios: